Brasil superó este sábado el listón de los 500.000 muertos por COVID-19, en momentos en los que el gigante suramericano se encamina a una tercera ola de la enfermedad, según los datos de un consorcio de medios de comunicación que lleva las estadísticas.

De acuerdo con el consorcio, que recoge los datos de las secretarías regionales de Salud de los 27 estados brasileños y realiza una contabilidad paralela a la del Ministerio de Salud, a las 14.15 hora local (17.15 GMT) de este sábado, y sin contabilizar todos los datos del día, Brasil acumulaba 500.022 fallecimientos por la enfermedad y 17.822.659 casos.

El país registró 1.401 muertes diarias y 20.483 nuevas infecciones del virus, aunque el número deberá ser mayor al final del día, cuando el Ministerio de Salud divulga el balance consolidado.

Los datos confirman a Brasil, con sus 210 millones de habitantes, como el segundo país con más muertes por la covid-19 en el mundo después de Estados Unidos (601.500) y como el tercero con más casos después de la nación norteamericana (33,5 millones) e India (29,8 millones).

La curva epidemiológica ha vuelto a acelerarse en las últimas semanas y numerosos expertos coinciden en que el país está a las puertas de una tercera ola de la pandemia, tras el repunte en el número de casos y fallecimientos.

La media diaria de muertes en los últimos 7 días subió por encima de las 2.000 tras haber caído a 1.600 a comienzos de junio, pero aún está lejos de las 3.000 alcanzadas el 12 de abril, cuando el país vivió su fase más mortífera. En cuanto a los contagios, la media diaria ha escalado hasta los 72.000, cerca del pico de 77.000 alcanzado el 25 de marzo.

Pese a la aún crítica situación de la pandemia, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, insiste en su posición negacionista y esta semana volvió a afirmar que contraer el virus es “más eficaz que la vacuna”, en contramano de lo que defiende la comunidad científica.

Desde un principio, el mandatario desestimó el coronavirus como una “pequeña gripe”, se resistió a las estrategias de contención y fue multado el pasado fin de semana por no llevar mascarilla en una concentración de motoqueros en San Pablo. Ahora, está siendo investigado por una comisión del Congreso por su calamitosa respuesta a la emergencia de salud pública.

Los implicados en la respuesta al COVID -incluidos los representantes de las empresas farmacéuticas- han declarado a la comisión que el gobierno de Bolsonaro desestimó las ofertas para adquirir la vacuna el año pasado. Hasta ahora, el país sólo ha conseguido inmunizar al 11,4% de sus 212 millones de ciudadanos.

Peor aún, la aceptación de la vacuna también se ha visto obstaculizada por la postura vehementemente anticientífica de Bolsonaro. “El mayor problema en Brasil -y que está teniendo un efecto terrible en la aceptación de la vacuna- es el negacionismo en la política”, dijo Chrystina Barros, miembro del grupo que lucha contra Covid-19 en la Universidad Federal de Río de Janeiro a The Guardian. “Tenemos un presidente negacionista cuyo discurso y comportamiento son contrarios a los consejos médicos, y que están influyendo en la gente para que no se vacune. Es una tormenta perfecta”.

“Si Brasil no se toma la pandemia en serio, seguirá afectando a toda la vecindad de allí y de más allá”, dijo Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, a finales de marzo, y la advertencia continúa vigente. Denise Garrett, vicepresidenta de epidemiología aplicada del Instituto de Vacunas Sabin en Washington, alertó semanas atrás que la situación en Brasil preocupa mucho. “El país que no controla su brote es un riesgo para otros países, ya que es un criadero de nuevas variantes”.

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