Investigadoras que estudian las metodologías de entierro en las poblaciones prehispánicas encontraron doce tumbas de entre 6 mil y 1300 años de antigüedad en el Valle del Cajón, en la provincia de Catamarca. Las tumbas son de comunidades que habitaron hace más de dos mil años en esa región.

«Registramos doce tumbas en total, de las cuales la mayoría fueron hallazgos fortuitos, por lo que los pobladores que encuentran los restos nos avisan para que llevemos a cabo el rescate arqueológico, lo que suele ocurrir después de la temporada de lluvias, en verano, cuando llegan los huesos a la superficie», explicó la doctora en Arqueología, Leticia Cortés.
l estudio lo inició hace más de quince años un equipo de investigadores del Conicet, dirigido por la doctora en Arqueología María Cristina Scattolin, quien realiza tareas de excavación en esa localidad catamarqueña, para conocer los modos de entierro y ceremonias de defunción, en tumbas que registran hasta seis mil años de antigüedad.

Cortés se dedica al estudio de las metodologías de entierro en las poblaciones prehispánicas, de las que no se conoce ningún registro escrito. La investigadora explicó que «había una gran variabilidad de modos de enterrar, en tumbas individuales o colectivas» y además sostuvo que «varía la postura de los cuerpos: hay algunos que están ‘hiperflexionados’, como en cuclillas, con los hombros que tocan las rodillas, algunos están extendidos y otros desarticulados y mezclados».

La científica precisó que «muchas veces la gente convivía con sus muertos en la cotidianeidad», al señalar que «los enterraban en el mismo patio donde cocinaban, hacían vasijas o tallaban piedras».

Cortés subrayó «lo interesante que es ver las distintas concepciones que se tenía sobre la vida y la muerte, diferentes a la de nuestra propia cultura, en donde los cementerios son lugares aislados, muchas veces cercados por paredes altas que obstaculizan la vista de las tumbas».

Una de las tumbas encontradas en la localidad de La Quebrada, en el Valle del Cajón, adquirió popularidad porque en ella se halló una máscara de cobre, el objeto más antiguo manufacturado en cobre de todos los Andes, que tiene 3 mil años.
Esta máscara antropomorfa, es decir, con forma de cara humana, se encontraba en un entierro colectivo de al menos catorce personas, entre adultos de ambos sexos y niños, cuyos restos estaban totalmente desarticulados y mezclados en una tumba que tenía solo una pared de piedras chatas dispuestas en un costado.

A través de análisis de ADN, a cargo de la doctora María Laura Parolín (Cenpat-Conicet), se comprobó que dos de los individuos hallados comparten material genético, lo cual avalaría la hipótesis que quizás eran parientes entre sí.

Desde la época de pueblos cazadores-recolectores existen evidencias de que las poblaciones de distintas regiones del Noroeste argentino se desplazaban con los cuerpos de sus difuntos.

La manipulación de los cuerpos y el hecho de reabrir las tumbas son tradiciones de larga data en esta región. Los incas, en Perú, tenían la costumbre de sacar los cuerpos de los ancestros y, en determinados momentos, mostrarlos a la comunidad, pero fue una de las prácticas que los españoles combatieron.

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