Barbijo, tapabocas, los pilares fundamentales para el control de la pandemia de coronavirus. Según una investigación publicada en The New England Journal of Medicine, el enmascaramiento facial universal puede ayudar a reducir la gravedad de la enfermedad y garantizar que una mayor proporción de nuevas infecciones sean asintomáticas.

Su función además consiste en hacer de barrera protectora para el aislamiento de las gotas que se despiden al hablar, estornudar o toser que son grandes y caen a una distancia de más de 90 cm y 2,5 cm. El COVID-19 contenido en las gotas cae sobre las superficies y no permanece suspendido en el aire.

Por otro lado, el personal de salud, de seguridad y otros trabajadores que durante la pandemia están realizando actividades que los exponen a potencial contacto con pacientes infectados deben utilizar barbijos descartables. Los de triple capa, por ejemplo, brindan un 99% de eficacia.

En ese marco, Robert Redfield, ex director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, aseguró: “Son la herramienta de salud pública más importante y poderosa que tenemos”.

“Usar una máscara, mantener distancia social, lavarse las manos y ser inteligente con las multitudes” pueden ser hasta más eficientes que una vacuna.

Para la correcta utilización del barbijo, es necesario lavarse las manos con abundante agua y jabón o con desinfectante a base de alcohol y tratar de no tocarlo una vez puesto. También debemos asegurar tapar correctamente la boca y la nariz.

Si el barbijo está humedo o sucio debe cambiarse. Para quitarlo debe hacerse por detrás de las orejas sin tocarlo del lado interno y ponerlo inmediatamente en un recipiente cerrado.

El estudio reveló ademas, que el uso de dos máscaras faciales bien ajustadas puede casi duplicar la efectividad de filtrar partículas del tamaño del SARS-CoV-2.

“Las mascarillas para procedimientos médicos están diseñadas para tener un potencial de filtración muy bueno según su material, pero la forma en que se ajustan a nuestras caras no es perfecta”, dijo al respecto Emily Sickbert-Bennett, profesora asociada de enfermedades infecciosas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Carolina del Norte y autora de la investigación.

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