En un fútbol tan exitista, no aislado de una sociedad con extraños parámetros de éxito, Central Córdoba rompió una regla que no admite debate. Nos hicieron creer, desde hace años, que el segundo es el primero de los perdedores y que salir subcampeón es deshonroso, paradigmas que no encuentran eco en el equipo ferroviario.

El beso de Coleoni a la medalla plateada simboliza, ni más ni menos, la valoración del camino recorrido. El proceso del entrenador cordobés, próximo a alcanzar los 3 años, repleto de conquistas en el Ascenso, merecía coronar ante los ojos del fútbol grande de la Argentina. Pero enfrente estaba River, por lejos, el mejor equipo de nuestro país.
Generar ilusión en la gente, en cualquier ámbito, requiere de un virtuosismo que no todos tienen. Coleoni si. Y ahí radica el éxito, más allá de las concreciones. Ser exitoso, también, es superarse a uno mismo. Y vaya si Central lo logró.

Las derrotas duelen, claro que sí. Pero perder con un equipo acostumbrado a ganar finales, amortigua un poco ese dolor. River demostró, una vez más, que está varios escalones arriba del resto.

El Sapo intentó controlar al Millonario con una línea de 5 en el fondo, achicando espacios hacia atrás, con un pressing que se evidenciaba en el ombligo de la cancha, y en cuanto se recuperaba el balón, se buscaba rápido a Herrera para ganar metros en ofensiva. Sirvió en la primera media hora de juego, en la que Central inclusive pudo generar un par de opciones, apareciendo la figura estelar de Armani. La polémica de la noche se dió en el área de River (cobrarle un penal a Pinola es más difícil que pagarle al FMI).

El gol de Scocco, con esa dosis de suerte que siempre acompaña al equipo de Gallardo, marcó un punto de quiebre en el juego. Para empatarlo Central debía cambiar, tomar más riesgos. Y eso ante River muchas veces es suicida.

Los cambios en el complemento desbalancearon al equipo Ferroviario. Nacho Fernández se encendió y demostró porque es el mejor jugador del fútbol argentino. Los dos goles del segundo tiempo fueron una sinfonía. El elenco de Gallardo apareció en su máxima expresión. El oooolé, oooolé, que bajó en un momento de las gradas, no enloqueció al conjunto santiagueño que, con mucha vergüenza deportiva, siguió buscando un gol de descuento.

Es probable que de 10 partidos River le gane a Central 8 o 9, pero los 90 minutos había que jugarlos y la lógica se impuso.

Con el tiempo todos valoraremos aún más esta campaña en Copa Argentina. Fue un sueño colectivo que provocó movilizaciones populares pocas veces vista. El pueblo ferroviario demostró, una vez más, que en la provincia no tiene parangón.
Mientras algunos se descuelgan las medallas plateadas del pecho, el plantel y cuerpo técnico de Central Córdoba la llevaron colgadas con orgullo. Un orgullo que no borrará el tiempo.

Desde Junín a Mendoza, el 2019 tendrá su página dorada en los libros de historia. Y seguramente no será la última. Central tiene muchas páginas por escribir todavía.

 

 

 

 

 

POR RUBÉN «GRINGO» CEBALLOS.

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