Fuentes con acceso a la conversación aseguraron que Mauricio Claver Carone, actual presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), pero en el puesto de González cuando el presidente era Trump, formó parte de la conversación. Claver Carone confirmó en julio de 2020, en plena campaña para ganar la presidencia del BID, que fue la Casa Blanca de Trump la que impulsó con decisión el préstamo a la Argentina presidida por Mauricio Macri en 2018.

“Yo tenía a los europeos enfrente de mí, cuando quisimos impulsar e impulsamos el programa de asistencia más grande en la historia del Fondo Monetario Internacional para ayudar a la Argentina en su momento de crisis, fueron los europeos los que estaban peleados con nosotros, porque no querían ayudar a la Argentina, porque no les interesaba el Hemisferio Occidental”.

Esa frase de Claver Carone, pronunciada durante una presentación ante el Consejo Chileno para las Relaciones Internacionales (CCRI), es la base del argumento de la Casa Rosada de cara a postergar los pagos de los 44.000 millones que el FMI prestó el país: el préstamo fue político, la solución debe ser política.

El asunto es que, como ya dijo en su momento Claver Carone, Estados Unidos tiene un gran poder en el organismo, pero no todo. Europa y Japón tienen mucho que decir, y ahí hay varias posiciones que son bastante menos comprensivas con la Argentina. El argumento “fue político, que vuelva a ser político” es, además, un arma de doble filo de cara a esos países reticentes, que bien pueden argumentar a la inversa: precisamente porque fue política, la decisión fue errónea. No habría que cometer entonces el mismo error.

Massa transmitió otro mensaje, trabajado en la reunión de tres horas que tuvo hace una semana con el presidente Fernández: la Argentina quiere ser un garante de estabilidad en una región política y socialmente convulsionada. El presidente cree genuinamente, pese a los importantes traspiés diplomáticos recientes, que tiene llegada e influencia sobre líderes y desarrollos políticos regionales para reencauzar esos procesos e instalarse como un referente confiable para Washington.

La situación en Colombia, Chile y Nicaragua formó parte del análisis, aunque cada país es un mundo en sí mismo. Hay escasa sintonía entre los inquilinos de la Casa de Nariño y la Casa Rosada, hay mejor relación de Fernández con Sebastián Piñera y, aunque el vínculo es mínimo, hay una decisión del gobierno peronista de demostrar su compromiso con los derechos humanos a nivel regional ejerciendo presión sobre Daniel Ortega, que amenaza con clausurar la democracia en su país.

Eso le pidió la semana pasada Estados Unidos al gobierno de Fernández a través de una declaración del Departamento de Estado: “(Hay) algo importante, la protección y la promoción de los derechos humanos en las Américas, eso es lo que sigue guiando nuestra política y nuestra relación con Argentina”. Una vez más, Venezuela es la enorme piedra en el zapato de la política exterior argentina. La dureza con Nicaragua contrasta con la comprensión hacia el régimen de Venezuela.

Ned Price, vocero del Departamento de Estado, enfrío además las expectativas de una visita de Fernández a la Casa Blanca este año. “No quiero anticipar ninguna visita, ninguna invitación”, dijo el vocero. “Como sabe, la Casa Blanca recién comienza a estar en posición de recibir visitantes. No estamos en situación de anticipar nada aún”.

La agenda de cambio climático fue también parte de la conversación a cinco en la terraza washingtoniana, un tema en el que la sintonía es clarísima. Más complejo es el asunto de las vacunas que la Argentina necesita para avanzar en la inmunización contra el covid-19. Estados Unidos le dará al país la cuota parte que le corresponde dentro de la donación de seis millones para América Latina. Según las fuentes conocedoras de la reunión, González le dijo a Massa que su país buscará aportarle más vacunas a la Argentina.

Al borde de iniciarse el verano en el hemisferio norte, con langosta, buen vino y una vista impactante del National Mall, la cena en Washington fue casi inevitablemente de tono optimista. Tanto, que se habló de los “tiempos rooseveltianos” que se vienen en los Estados Unidos de Biden. Como en tantas otras cosas en la vida y la política, el paso del tiempo dirá si, tanto los estadounidenses como los argentinos, se excedieron en su entusiasmo o no.

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