Nadie avisó a la prensa. En medio de las reuniones del presidente Alberto Fernández con algunos de los líderes más importantes del mundo y mientras la atención del grueso de los asistentes se concentraba en esas reuniones bilaterales, Geoffrey Okamoto, uno de los máximos funcionarios del organismo de crédito y hombre clave para destrabar el conflicto, se entrevistaba en forma presencial con el ministro argentino. Okamoto es la voz de los Estados Unidos en el FMI.

Nada por aquí, nada por allá. El hombre marcado como el sucesor de Kristalina Georgieva, la titular del FMI, (sobre todo cuando ella atravesaba duras acusaciones en su contra por el affair con China), apareció ante la vista de la delegación argentina, saludó a Guzmán, le hizo dos o tres comentarios menores, y comenzaron un encuentro, a solas, donde se habló de la posición argentina en la renegociación y de la necesidad de revisar los elementos centrales que podrían acercar al país con el organismo de crédito. No hubo declaraciones, ni antes ni después. Ni siquiera la información de que esa reunión había tenido lugar. Secreto. Más tarde, Ámbito pudo confirmarlo de una alta fuente.

¿Por qué es importante un encuentro entre Guzmán y Okamoto? Tres referencias ayudan. La primera, el hoy vicedirector del FMI fue, en su momento, el referente del Tesoro de Estados Unidos dedicado al tema Finanzas y Desarrollo Internacional, todo esto, bajo la tutela de Steven Mnuchin. En ese puesto, Okamoto recibía instrucciones del mismísimo ex presidente Donald Trump por la participación del país del norte en organismos de crédito como el Fondo. La segunda, precisamente por esa razón fue Okamoto testigo y parte del acuerdo entre el FMI y la Argentina cuando promediaba la gestión macrista. En rigor, su participación fue clave para que, por pedido de Trump, se le concediese al país un préstamo, también auxiliado por David Lipton, el 2 del FMI en la época de Lagarde.

Pero además, referencia tres, fue Okamoto quien inyectó presión para reforzar la secuencia de los desembolsos millonarios en la era cambiemita, incluso por encima de lo que marcaba el estatuto. Todo esto quiere decir algo: probablemente Guzmán y Okamoto no estén hablando de revisar todo lo que se hizo, hacia atrás, porque en el caso del estadounidense, sería como una especia de auto-inspección que no garantizaría demasiada imparcialidad.

Interregno
Fue algunas horas después, el último domingo, que el presidente Fernández le estrechó la mano, por la tarde, a Georgieva, llegada en una Maserati Levante gris con chofer, un auto de u$s300.000, al edificio de la embajada argentina en Roma. Todavía no había comunicado el G20 su conclusión, pero seguramente Kristalina, que formaba parte del cónclave global, ya había advertido la secuencia. Horas más tarde, con la difusión publicada, el presidente Fernández habló con un grupo de periodistas. “La negociación va avanzando con las dificultades que la negociación supone. Hay muchos intereses en pugna. Hay un mundo financiero que ha demostrado un fracaso y que se resiste a cambiar y a aceptar la crisis que ha generado… Fue una buena reunión. Nos dijimos francamente las cosas, ratificamos nuestro deseo de cumplir los compromisos, pero no a costa de postergar a la gente”, dijo el mandatario el domingo por la noche.

Unas 12 horas después, el lunes de esta misma semana al mediodía, Martín Guzmán volvió a entrevistarse con Julie Kozack, la subdirectora para el hemisferio occidental del organismo (lo había hecho el sábado por algunos minutos). Pero esta vez, acompañó a Guzmán el secretario Gustavo Béliz, la espada política, y ambos enhebraron doce horas seguidas de encuentros desde ese mismo lugar, Roma, donde también dieron el presente (esta vez por zoom), el jefe de la misión para la Argentina Luis Cubeddu y el director por el Cono Sur ante el FMI Sergio Chodos. El dato saliente, la reunión duró casi 12 horas. Para algunos, ese renovado impulso en la mesa de trabajo estaría marcando un rápido reflejo del FMI de esforzarse también por acercarse a lo que plantea el gobierno argentino. Se verá.

Buen resultado
Como se sabe, el documento con la conclusión final del G20 incluyó, en su jornada final del último domingo, entre otros puntos, uno de los principales reclamos del presidente Alberto Fernández con respecto a la negociación de la deuda con el FMI, esto es, la recomendación por parte del propio G20 al organismo de crédito de revisar su política en cuanto a los denominados “sobrecargos”. Esta mención ilusiona al Gobierno, ya que de prosperar en la votación del board del Fondo (algo aún lejano y que, según el canciller Santiago Cafiero, no está confirmado ni tiene fecha), la Argentina se ahorraría unos u$S 1000 millones anuales dentro del esquema de repago de la deuda con el FMI.

Hay que recordar que los países que integran el G20 también le solicitaron al FMI el último domingo que establezca un nuevo Fondo de Resiliencia y Sostenibilidad para “proporcionar financiación asequible” a largo plazo a los países de ingresos medios y bajos.

Por último, una lectura que indica el éxito diplomático del Gobierno, en el cual trabajó afanosamente el embajador argentino en los Estados Unidos Jorge Arguello, es aquella que deberá tener en cuenta que los tiempos se aceleraron a partir de la declaración del G20 y decantó rápidamente en un reflejo del FMI, esto es, una mayor apertura del organismo para avanzar en las áridas tratativas que debieran depositar a la Argentina en un nuevo acuerdo. Esa relación causa-efecto pareciera imprimir, ahora, mayor velocidad al diálogo, si bien aún las reflexiones iniciales evidencian no pocas especulaciones. Lógico, teniendo en cuenta, la cantidad de opciones que podrían abrirse.

Sin embargo, para ponerlo claro, el Gobierno tiene una sola meta: cerrar un nuevo acuerdo con el FMI lo más pronto posible. Lo dice el presidente Fernández en off the record, pero también ante los grabadores, en los pasillos del hotel, a quien quiera oírlo. Acto seguido también agrega dos conceptos que no deben pasarse por alto: que ese acuerdo no puede ser con ajuste del pueblo argentino y que el FMI debe entender que fue y es parte del problema, lo que debiera darle mayor margen a la Argentina para negociar.

En las últimas semanas, el Gobierno buscó dar mayor cantidad de señales a Georgieva. No sólo hizo Martín Guzmán un valioso “triple” al encontrarse con Georgieva-Okamotto-Kozack. Argentina lleva pagados en el año u$s 2.470 millones al organismo y esta semana realizó un nuevo pago de intereses de u$s 390 millones. Y los desembolsos continuarán de acá a fin de año. El razonamiento contra-fáctico más elocuente que el presidente Fernández suele utilizar con los periodistas es el siguiente: “Si quisiéramos entrar en default, no hubiésemos pagado todo lo efectivamente hemos pagado este año e incluso no hubiésemos utilizado los Derechos Especiales de Giro que nos inyectó el FMI para repagarles a ellos en medio de la pandemia”.

La información es que en el Gobierno hay un renovado proyecto de expectativa de que las dificultades pueden ir cediendo. Ven que, con ayuda de Francia, España y Alemania, y la buena relación que tiene Fernández con esos dirigentes, el comunicado del G20 podría haber erosionado (el verbo es excesivo) la obstinación de la burocracia del organismo de crédito para con la Argentina y parte de ese cambio cualitativo podría haberse comenzado a notar en las últimas horas.

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