Decía Colin Powell que “no hay secretos para el éxito. Éste se alcanza preparándose, trabajando arduamente y aprendiendo del fracaso”.
Al leer esa frase uno conjetura por qué los trabajadores argentinos no están bien recompensados por sus tareas, cuando las tienen, porque muchos ni a ello llegan. Es que son dirigidos por un sindicalismo que nunca se preparó, que nunca trabajó y que nunca aprendió de los fracasos de su gestión.
Hace décadas tenemos los mismos representantes gremiales que han demostrado con creces que solo sirven para perpetuarse en el poder, pero no lograron generar una legislación que facilitara la incorporación al mundo del trabajo a millones de argentinos y sí colaboró para hundir en la pobreza a millones de ellos.
Luego de cuatro años de letargo ininterrumpido, los mismos fracasados de siempre volvieron a escena y en tan solo cuatro meses ya plantearon dos paros generales y una movilización masiva en son de protesta, por lo que ellos definen la “pérdida de derechos laborales”.
Uno se pregunta entonces qué derechos se han perdido o se están por perder.
Nadie discute que los trabajadores están descontentos, cómo no estarlo, si la inflación que viene de arrastre es altísima, si los salarios son paupérrimos, si millones de argentinos no tienen un trabajo formal o viven en la informalidad, si vivir cuesta un Perú.
Pero considerar que la culpa de esta situación es solo de las medidas implementadas por Javier Milei resulta ser una afrenta a la inteligencia, porque estos problemas vienen de arrastre, incluso en ese interregno donde había plata “ficticia” y Cristina, con las bonanzas del “yuyito” mágico en que se transformó la soja, con las retenciones, se daba el lujo de regalar planes y dar subsidios a la energía y el transporte.
Ya uno sabe que, al final de la fiesta, uno debe pagarla y ese tiempo ya nos llegó y quien paga la fiesta del despilfarro pasado somos nosotros, ¿Y los sindicalistas? ¡Ah! Ellos están en otra sintonía, nada fina, por cierto.
Estuvieron quietitos, mudos, sin mover un músculo durante cuatro años y ahora descubrieron que la gente no tiene trabajo, tiene hambre y no llega a fin de mes.
Y eso sí, en vez de colaborar con el gobierno para encontrar soluciones a este drama, lo que hacen es tomar una actitud patoteril. Como planteó Daer, “tenemos en agenda ir a visitar a todos los senadores para que voten la ley”, posición edulcorada si las hay, en contraposición a lo manifestado por Pablo Moyano, quien dijo: “Yo estoy convencido que los 33 senadores peronistas van a votar en contra de la Ley Bases. Hay que ir a buscar a aquellos que no pertenecen a Unión por la Patria”.
¿Pero qué proponen para cambiar esta situación? Hablan de pérdidas de derechos, pero nadie sabe a qué se refieren porque, a decir verdad, ya los trabajadores perdieron muchos derechos. El primero, ya no trabajan millones; en segundo lugar, los que lo hacen no les alcanza el salario y buscan otro trabajo; en tercer lugar, millones están sumidos en la informalidad; en cuarto lugar, millones sobreviven con los planes asistenciales.
Hablan de ajuste, de sectores vulnerables, de jubilaciones y pensiones, pero no se los escuchó decir nada cuando se creaban organismos ineficientes solo para ubicar a los amigos y militantes. Tampoco dijeron nada cuando Cristina comenzó a cobrar millones del Anses y no la mínima. Tampoco movieron los labios para cambiar las leyes laborales que maniatan a los empresarios al momento de querer contratar personal. Los sindicalistas se quedaron cómodos y con la suya que, al final de todo, es la nuestra.
Reiteran como una letanía que todo lo que propone el gobierno es para beneficiar a los “sectores más concentrados y privilegiados de la economía”, pero desde que uno tiene memoria los sindicalistas componen el sector más paradigmático de la sociedad en cuanto a concentración y privilegios, inmutables por décadas y con una diferencia de estilo de vida diametralmente opuesto a los que ellos dicen representar.
Muchos son los representantes sindicales que pueden exhibirse como merecedores del calificativo “casta”, Luisito Barrionuevo, Gerardo Martínez, Armando Cavalieri, Andrés Rodríguez, pero la familia Moyano se lleva la cucarda al premio mayor.
Pablito, que como dijo el presidente habría encontrado un libro y lo llevo a un museo por desconocer qué era, nos interpela diciendo que la Ley Base “es una ley que entrega los derechos de los trabajadores a través de la reforma laboral, donde nuevamente vuelven a pagar ganancias, donde se habilita al presidente un año de facultades, que puede llegar a ser cualquier cosa. Vendiendo los recursos del Estado, privatizar las empresas del Estado y sumado a la recesión, a la inflación y los despidos, creo que hay motivos suficientes para que el paro general sea histórico” para agregar “Hoy es un día horrible, triste, amargo. No se dan cuenta el daño que le están haciendo al pueblo argentino a través de lo que se votó ayer”.
Si uno hablará del daño que le hicieron los sindicalistas a la sociedad, y en especial el gremio dirigido por su padre y hoy por él, no habría suma indemnizatoria que alcanzara para sufragar el mismo, pero Pablín, a quien nunca se lo vio subido en un camión transportando algo, se da el lujo de hablar, aunque balbucee y dificultosamente exprese de modo coherente dos frases seguidas.
Para la CGT el paro es consecuencia de una serie de factores y medidas, la situación de los jubilados, el aumento de la informalidad laboral, la caída del empleo, los recortes en ciencia y cultura, los despidos en el Estado y la tensión por la reticencia a homologar las paritarias acordadas. Por ello reclaman: “la implementación de un verdadero programa económico que, desde un diálogo social abierto (al que no se convoca), incorpore perspectivas de crecimiento e inversión productiva” que “hasta el momento no se formulan”.
Asimismo, demandan “un modelo inclusivo de Desarrollo, Producción y Trabajo que comience a reparar un tejido social agobiado por la pobreza de vastos sectores de nuestra comunidad”, y que favorezca el “aumento del mercado laboral”, le dé “valor a nuestras pymes” y que a la vez “regule la especulación financiera”.
¡Guau!, quién puede estar en contra de todos estos reclamos. Pero muchachos, hace décadas que ustedes están al frente de los gremios y representando a millones de trabajadores y si llegamos a este punto, en verdad, la culpa también es de ustedes. Son responsables de no modernizar la legislación laboral, son responsables de asustar a los empresarios para intentar generar fuentes de trabajo, son responsables de expulsar al capital externo, son responsables de condenar a la informalidad a millones de argentinos. Ustedes son tan responsables como los gobiernos que pasaron estos últimos años.
Y son responsables porque los números lo confirman.
En el segundo semestre de 2023 el porcentaje de hogares por debajo de la línea de pobreza había alcanzado el 31,8%; en ellos residían el 41,7% de las personas.
Pero de entre ellos un 8,7% de hogares está por debajo de la línea de indigencia, que incluyen al 11,9% de las personas.
En contexto hablamos de 3.193.297 de hogares, que incluyen a 12.300.481 de personas. Dentro de ese conjunto, 869.821 hogares se encuentran por debajo de la línea de indigencia; es decir 3.520.174 de personas indigentes.
La Argentina tiene más de un millón de desocupados y más de tres millones de ocupados que demandan una mejora laboral, puntualmente buscan otro trabajo, y de estos casi la mitad son subocupados.
¿Esto qué significa? Que hay más de cuatro millones de argentinos buscando trabajo, sí, y están llamando a la puerta de Pablo Moyano, de Héctor Daer y del resto de los sindicalistas, porque mientras ellos hablan de pérdidas de derechos, hay millones de argentinos que no tienen qué perder, porque ya perdieron, ya están sufriendo y de ellos, Moyano y compañía nada dicen, nada hicieron.
Para esta casta sindical, eternizada en sus cómodas y mullidas poltronas, los desocupados, los subocupados, los cuentapropistas son solo una entelequia sin nombre y sin rostro, que solo sirven para sumar un coro de quejas o llenar una plaza o arrear como ganado en alguna manifestación, no mucho más que eso.
Y este carácter de casta de las conducciones sindicales se ha ido profundizando a lo largo del tiempo, la llamada burocracia gremial ha traicionado el espíritu de lucha obrera y solo se moviliza cuando sus propios intereses sectoriales y de poder se ponen en peligro.
Hoy ser sindicalista pasó a ser sinónimo de empresario y éstos, como se sabe, solo buscan generar ganancias y hacer pingues negociados, por lo que la burocracia sindical devino en una burocracia con intereses empresariales, la lucha obrera se archivó y solo se saca a relucir de tanto en tanto, para quitarse la modorra y hacer un poco de humo.
Capaz estamos en un cambio de época y podamos cantar al unísono y a viva voz: ¡Al trabajo argentino! ¡Salud!
Julio César Coronel