08 de octubre, 2024
Pienso, luego existo

Lo frenético que es el mundo moderno hace que el ser humano de hoy viva estresado.

Muchos admiten que están con lo cabeza quemada, motivos hay, y de sobra, para esta situación casi límite.

Si bien la tecnología facilitó la vida en muchos aspectos, hoy en día es casi imposible vivir sin estar conectado a la aparatología.

Esta conectividad imperiosa que tienen las personas de estar pendientes de una pantalla luminosa nos mantiene expectantes y bajo presión permanente.

Por otro lado, vivimos en un mundo globalizado y donde la competencia es la quinta esencia de todo y con ello nos envuelve la presión constante de mantenernos “competitivos” dentro del movedizo mercado laboral y rezando para sobrepasar cualquier contingencia o incertidumbre económica.

Estos cambios culturales de la mano de la tecnología producen a la vez modificaciones en las relaciones sociales, fundamentalmente en las estructuras familiares, en los roles de género y repercuten –porqué no-en los cánones sociales y todo ello contribuye a aumentar el stress cotidiano y a hacernos explotar la “cabeza”.

El estar conectados a las redes sociales y pendientes de los medios de comunicación nos aísla más que nos une, y eso se nota cuando estamos más prestos adarle preeminencia en nuestra vida, a lo que genera un anónimo desconocido, donde un tuit, un tik tok, un video, una frase pesa más que una charla mano a mano con un amigo, con un hermano, con un padre.

Y todo ello con un agravante, porque las redes sociales y los medios de comunicación muy a menudo promueven estándares poco realistas, exaltando el éxito, la belleza y la felicidad desde ciertos posicionamientos que no tienen nada que ver con el mundo verdadero, generamos una fantasiosa realidad paralela y, si nos dejamos caer en su trampa, terminamos frustrándonos.

Estamos ante una sociedad con el "cerebro quemado",vivimos en un casi permanente y continuo estado de fatiga mental o agotamiento debido al estrés crónico, generado por la sobrecarga de trabajo o la exposición constante a situaciones estresantes. Gran parte de la culpa la tiene la tecnología con sus redes sociales y la maquiavélica perversión de los medios de comunicación que crean mundos irreales y paradisiacos, poco afectos a la cruda realidad de la vida moderna.

Si no hacemos algo a tiempo tendremos sociedades que estén completamente abatidas, donde nuestros jóvenes tengan dificultades serias para concentrarse, donde haya una total falta de claridad mental y donde sea visible el agotamiento cognitivo.

A la par encontraremos sentimientos de apatía, tendremos personas desmotivadas, irritables y con poca capacidad de empatía para con los demás, problemas de sueño y un sinnúmero de situaciones que perjudicaran nuestra calidad de vida.  

Es hora de cambiar, darle el lugar importante a la tecnología que se merece, pero no centrar nuestra vida en derredor de ella, apagar el celular cuando comemos, no depender de estos aparatos tecnológicos a toda hora, aprender a vivir desconectados y a vivir conectados con las personas desde la inmediatez y el contacto físico.

Mucha introspección, mucha meditación, focalizarnos en hacer deportes, en salir con amigos, en compartir una cena, pero con otros no con la tecnología.

Y si todo esto no resulta, establecer límites saludables en el trabajo y buscar apoyo de amigos, familiares o profesionales de la salud mental si es necesario.

Es hora de terminar con el stress y no acabar con la “cabeza quemada”.

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