El uso indiscriminado de cookies y la creciente sofisticación de los ataques informáticos dibujan un escenario preocupante: nuestra identidad digital se construye y se vulnera sin que lo notemos. Un método reciente que afecta a Gmail demuestra cómo la información recolectada a diario puede transformarse en una vía directa para robar cuentas y dinero.
En los últimos años, hablar de ciberseguridad dejó de ser un asunto de especialistas para convertirse en algo que atraviesa la vida diaria. En Argentina, los intentos de ataques informáticos superaron los 260 millones solo en el primer trimestre de 2024, según datos de la empresa Fortinet.
Una cifra enorme que no solo revela la escala del problema: muestra lo desprotegidos que estamos en un escenario donde cada clic, cada inicio de sesión y cada “Aceptar cookies” puede abrir una puerta que no vemos.
Pero más allá de los números, la amenaza se volvió más sofisticada. Y silenciosa. Un nuevo método perfeccionado por hackers, que apunta directamente a Gmail, funciona sin generar alertas tempranas y permite robar datos, dinero y el control total de una cuenta. Todo esto ocurre en un contexto en el que la mayoría de los usuarios todavía no entiende qué hacen las cookies ni cómo influyen en su privacidad.
Las cookies nacieron como una herramienta técnica para mejorar la experiencia en los sitios web: recordar el idioma, guardar el carrito, mantener la sesión iniciada. En teoría, algo útil. En la práctica, un mecanismo que puede registrar muchísimo más de lo que imaginamos.
Existen cookies temporales, que desaparecen al cerrar la ventana, y permanentes, que quedan guardadas en el dispositivo. También están las propias, creadas por el sitio que visitamos, y las de terceros, que provienen de empresas externas como publicitarias o servicios analíticos. Son estas últimas las que impulsan el rastreo online.
En Argentina, según encuestas de la empresa Avast, casi la mitad de los usuarios acepta cookies sin saber para qué sirven. Apenas un 8% las rechaza por motivos de privacidad. Y ahí está el problema: ese “Aceptar todo” automático alimenta un modelo donde los datos personales viajan de plataforma en plataforma sin que el usuario pueda seguir su recorrido.
Cuando se aceptan cookies, especialmente las de terceros, el sitio obtiene información que, combinada, construye un perfil bastante preciso: horarios en los que navegamos, intereses, compras, búsquedas, ubicación aproximada, hábitos. Esa identidad digital, invisible para la mayoría, puede terminar siendo usada para mucho más que publicidad.
DATOS QUE SE CONVIERTEN EN UN ARMA
Los perfiles creados a partir de cookies pueden facilitar ataques más dirigidos y efectivos:

Y existe un riesgo más técnico, pero igual de serio: el secuestro de sesión, que ocurre cuando un atacante logra interceptar una cookie que identifica tu cuenta ante un sitio web. Una cookie de sesión funciona como una llave que le dice a la plataforma: “este usuario ya inició sesión, déjalo pasar”. Si alguien copia esa llave, puede entrar a tu cuenta sin conocer tu contraseña.
¿Cómo se intercepta esa cookie? Las vías más comunes son:
1. Captura en redes Wi-Fi inseguras: Cuando se navega en una red pública sin cifrado, ciertas cookies pueden viajar sin protección.
Un atacante conectado a la misma red puede interceptarlas con herramientas muy básicas.
2. Malware o extensiones maliciosas: Un virus, o incluso una extensión trucha del navegador, puede leer las cookies guardadas en el dispositivo y enviarlas a un atacante.
3. Ataques “Man in the Middle”: El atacante se mete en el medio de la comunicación entre tu navegador y el sitio web. Si la conexión no está completamente cifrada, puede “leer” o copiar la cookie mientras viaja.
4. Falsificación de sitios (phishing técnico): No es el típico phishing para robar contraseñas; algunos sitios falsos imitan plataformas reales para que tu navegador les entregue cookies.
Con esa cookie robada, el atacante puede leer mensajes, acceder a archivos, cambiar configuraciones o incluso modificar contraseñas. Todo sin que el usuario note cambios: la navegación sigue igual, solo que más observada.
EL ATAQUE SILENCIOSO QUE APUNTA A GMAIL
En este escenario de rastreo masivo, un método reciente de hackeo, que afecta especialmente a cuentas de Gmail, se volvió más sofisticado y difícil de detectar. Lo más peligroso es que opera sin señales visibles.
El mecanismo tiene tres pasos:
1. Acceso inicial a la cuenta, ya sea por contraseña débil, reutilizada o filtrada.
2. Intercepción de códigos de verificación, aprovechando fallas en la gestión de dispositivos “confiables”.
3. Secuestro total del correo, lo que permite a los atacantes recuperar contraseñas de bancos, billeteras virtuales, redes sociales o cualquier servicio asociado.
Una vez adentro, pueden operar durante horas sin que Gmail emita alertas. Cuando el usuario finalmente detecta algo extraño, generalmente ya es tarde: se realizaron transferencias, cambiaron contraseñas o se activaron sesiones remotas.
Especialistas en ciberseguridad advierten que este tipo de ataque marca un cambio: amenazas silenciosas, inteligentes y basadas en explotar descuidos habituales del usuario, no fallas complejas de los sistemas.
Aunque parezcan temas separados, las cookies y los ataques a Gmail están conectados por un punto central: la información. Las cookies revelan qué sitios se visitan y qué servicios se usan. Con ese perfil, los atacantes pueden identificar tus cuentas más vulnerables.
Si comprometen tu Gmail, pueden sincronizar navegadores, acceder al historial, ver contraseñas guardadas, manipular cookies y tomar sesiones abiertas.
Una vez que el correo cae, todo el ecosistema digital queda expuesto.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
No hay soluciones mágicas, pero sí prácticas que reducen mucho el riesgo:
La educación digital sigue siendo la herramienta más importante. Ninguna plataforma puede proteger completamente a un usuario que no conoce los riesgos.
Si algo dejó claro el aumento de ciberataques en Argentina es que las amenazas ya no son ruidosas ni evidentes. No hay ventanas emergentes, no hay alertas rojas. La mayoría ocurre en silencio: mientras se navega, mientras se acepta cookies, mientras se revisa el correo.
La privacidad online no se pierde de golpe. Se pierde en pequeñas decisiones cotidianas que hacemos sin pensar.
Y recuperarla siempre es más difícil que prevenir.