24 de octubre, 2025
Pienso, luego existo

El 19 de octubre es una fecha que, a primera vista, parecería no tener mayor trascendencia histórica. Sin embargo, en ese mismo día, separados por décadas, ocurrieron dos hechos que marcaron profundamente el rumbo de la Argentina moderna.

En 1876, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, se promulgó la Ley 817 de Inmigración y Colonización -conocida como “Ley Avellaneda”-, mientras que en 1914 moría en Buenos Aires el teniente general Julio Argentino Roca, dos veces presidente de la Nación y figura clave en la consolidación del territorio nacional.

Aunque distintos en naturaleza, ambos acontecimientos comparten una matriz común: la proyección de un país moderno, abierto al mundo y dueño de su geografía.

La Ley Avellaneda fue mucho más que una norma: fue el punto de partida para el fenómeno inmigratorio más importante de la historia nacional. En pocos años, millones de europeos, principalmente italianos y españoles, arribaron al país buscando trabajo, tierra y libertad.

Aquella ley no solo duplicó el flujo inmigratorio, sino que sentó las bases de una Argentina diversa, pujante y en expansión. El país del “crisol de razas” comenzaba a tomar forma.

Por su parte, Julio Argentino Roca culminó con la segunda y definitiva “Campaña al Desierto”. Más allá de las controversias que aún genera, fue una acción clave en el proceso de incorporación efectiva de la Patagonia al territorio nacional. Roca no solo fue un militar exitoso; también fue un político hábil que entendió, como Avellaneda, que el desarrollo del país requería de tierra, orden y población.

Su legado está en la estructura del Estado nacional y en la consolidación del poder federal frente al dominio porteño.

Ambos -Roca y Avellaneda- fueron protagonistas de lo que la historia conoce como la “Generación del 80”, un grupo de dirigentes que, con aciertos y errores, moldearon los cimientos de la Argentina moderna. Apostaron al progreso, a la educación pública, a la inmigración y a la integración territorial. Eran hombres de su tiempo, herederos del liberalismo del Siglo XIX, que creían en el valor de la ley, el trabajo y la libertad individual.

Hoy, en tiempos donde se cuestiona -con justicia o con olvido- a aquella generación, vale la pena revisar no solo sus acciones, sino también sus principios. Avellaneda creyó que el porvenir del país estaba en atraer brazos del mundo para poblar los campos vacíos; Roca entendió que la soberanía no era un ideal, sino un acto concreto sobre cada palmo de suelo. Juntos, desde sus roles, nos legaron una nación posible.

En este 19 de octubre, quizás valga más que nunca reflexionar sobre aquellos valores. No desde la idealización, sino desde el entendimiento de que la libertad, el orden y la integración no son conquistas eternas, sino tareas permanentes.

 

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