14 de noviembre, 2024
Colaboración

Una aproximación a los conceptos de ambiente y desarrollo sostenible como base para los debates sobre las problemáticas ambientales.

La referencia a las causas y posibles soluciones de las problemáticas ambientales, evidencia posiciones personales, institucionales o políticas que crean encendidos debates públicos entre sectores que reduccionistamente suelen identificarse como “ecologistas o ambientalistas” y “productivistas”, por asignarles una nominación. Insisto en señalar que ambas posiciones son identificadas de manera reduccionista ya que se pueden observar cantidad de variaciones y matices de acuerdo a los grupos que las sostienen. Hay líneas que separan a ecologistas de ambientalistas, por ejemplo, así como las hay entre los grupos que enarbolan la productividad y la economía como criterio rector.

Al respecto, la esencia compleja del concepto de ambiente, nos exige esclarecer dos cuestiones sustanciales: la primera es que incluso la posición más extrema “ambientalista” como la más extrema “productivista” no están libres de subjetividad, la segunda es que en su aspecto crucial ambas se entremezclan: el postulado de la defensa de la calidad de vida humana.

Para comenzar, hay dos conceptos fundamentales de los que considero se debe partir: el concepto de ambiente y el de desarrollo sostenible. En cuanto al concepto de ambiente, si bien ha ido evolucionando y aún persisten distintas acepciones, ya en la I Primera Conferencia de las Naciones Unidas por el Medioambiente Humano celebrada en Estocolmo en 1972 se lo definió como “el conjunto de elementos físicos, químicos, biológicos y de factores sociales, capaces de causar efectos directos o indirectos a corto o largo plazo sobre los seres vivos y las actividades humanas”. Es decir, que cuando hablamos de ambiente nos referimos a la interacción humanidad-naturaleza y cuando hablamos de preservar el ambiente, hablamos de preservar la naturaleza en general y las comunidades humanas y sus culturas y diversidad en particular.

El desarrollo sostenible, por su parte, se suele definir como el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias. De este modo las políticas de desarrollo sostenible se basan en dos pilares: la satisfacción de las necesidades básicas humanas como la alimentación, la vestimenta, el trabajo, la vivienda digna, la salud; y la necesaria limitación del desarrollo impuesta por los impactos de las actividades humanas sobre la naturaleza. Porque lo que hoy sabemos es que la naturaleza trabaja en ciclos, que requiere tiempos de renovación, que no todos los recursos y servicios que tomamos de ella son ilimitados, y que todo está interconectado por lo que muchas veces no es posible predecir la magnitud de los impactos de las actividades humanas.

Por dar un ejemplo, cuando se habla de cambio climático no sólo preocupan sus impactos sobre los ecosistemas naturales, preocupan las comunidades vulnerables que más sufren sus consecuencias y poseen menos condiciones para superarlas.

Preocupa también que los países que menos emiten gases de efecto invernadero son los más afectados, y los que más emiten utilizan mayores recursos naturales per cápita que los países más pobres. Esto muestra que los beneficios de la apropiación de la naturaleza no son compartidos por igual por todos los seres humanos y tampoco lo son los efectos negativos de la tal apropiación, planteo central de la mayoría de las posiciones ambientalistas.

Pero también preocupa que el cambio climático impacte sobre la producción de alimentos, sobre la disponibilidad de agua. Es decir, ni la posición ambientalista más extrema puede obviar la necesidad de existencia de las actividades agropecuarias, forestales, mineras, industriales.

Volviendo a la sostenibilidad, ésta se plantea en tres dimensiones: ecológica, económica y social.

Las actividades económicas y productivas son necesarias pero lo que el desarrollo sostenible señala es que deben poder ser viables en relación a la sostenibilidad ecológica, es decir, a que los ecosistemas mantengan las características que le son esenciales para la sobrevivencia a largo plazo. En relación a la sostenibilidad social plantea que estas actividades deben ser equitativas en su impacto social.

A esto último, la sostenibilidad social implica que costos y beneficios derivados de las actividades económicas y productivas sean distribuidos de manera apropiada tanto entre el total de la población actual, cumpliendo con la equidad intergeneracional, como con la población futura, es decir, con la equidad intergeneracional.

La sostenibilidad ecológica, por su parte, además de realizarse pudiendo sostener las actividades productivas y económicas a largo plazo, debe poder sostener el desarrollo de las comunidades humanas. Y para las comunidades humanas, los márgenes de intervención que exija la sostenibilidad ecológica deben ser “tolerables”.

He considerado necesaria esta breve aproximación a un tema complejo y de múltiples aristas como la base para abordar debates constructivos entre posiciones ambientalistas y productivistas, y sus variantes, ya que muchas veces se parte de desconocimientos y prejuicios. Lo cierto es que por más sorprendente evolución cultural que hayamos transitado como especie humana, ese largo recorrido desde haber habitado las cavernas, no somos dioses, seguimos siendo naturaleza.

 

 

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