23 de noviembre, 2024
Pienso, luego existo

No todo es culpa del centralismo porteño, hay mucho defecto que proviene del falso federalismo.

 

Para que la democracia pueda ejercerse de manera plena y fluyan sus efectos favorables a toda la sociedad, la misma puede alcanzarse de una sola forma, de abajo hacia arriba.

 

Lamentablemente, nuestro país se estructura desde la propia manda constitucional pero no se ejercita de ese modo y el pueblo no termina siendo bien representado por quienes son sus simples delegados.

 

Estos últimos terminan creyéndose con derecho a perpetuidad cuando la Constitución y el sistema republicano lo prohíbe tajantemente.

 

A partir de allí lo que se observa es la equívoca manía de practicar un federalismo poco auténtico y muy amañado, donde el ciudadano es un mero convidado de piedra y al que sistemáticamente se le miente.

 

En el federalismo deberían coexistir un gobierno nacional que conduzca los destinos de la Nación y la presencia de gobiernos locales que ejerzan sus atribuciones en sus jurisdicciones.

 

La coexistencia implica que ninguno puede imponerse respecto del otro y ninguno debe subordinarse al otro, pero si al día de hoy todavía tenemos un Estado caótico e ineficiente y una sociedad pauperizada, no le podemos echar la culpa al centralismo porteño.

 

Para que exista un verdadero federalismo, debe acatarse la Constitución y ello no se hizo ni se hace, alternancia en el poder, publicidad de los actos de gobierno, igualdad ante la ley, no son entelequias sin razón alguna y todas ellas no se cumplen en su totalidad.

 
Y si no se cumplen el federalismo termina siendo una quimera, y no por el latiguillo de la culpa del “centralismo porteño”.

 

Muchos se olvidan que la reforma de 1994 redujo considerablemente el grado de federalismo de nuestro país y para muestra basta un botón, cuando se reconoció el régimen de coparticipación federal, por el cual se le entregó al gobierno nacional el poder de crear impuestos y con ello repartir su recaudación “arbitrariamente” entre las provincias.

 

Y recordemos que ni Alfonsín ni Menem eran porteños y que entre los constituyentes estaban, entre otros, Cristina. Entonces ¿de qué centralismo nos hablan?

 

Si fuéramos respetuosos del federalismo hubiéramos dispuesto en esa Carta Magna una formal manera para disponer de los recursos o bien permitir que cada jurisdicción generará sus propios recursos, pero no se hizo.

 

Y más aún, deberíamos preguntarnos, qué federalismo añoran los quejosos, el del kirchnerismo que beneficiaba solo a sus amigos olvidándose de los otros, o el del actual gobierno que no beneficia a ninguno. 


Cuando se habla de centralismo porteño o federalismo, lo que no  cuentan es que la pelea no es por orgullo sino por los fondos, el quid está en el reparto de la caja, la platita, no el bien común, mucho gre gre para decir Gregorio.

 

Aunque tranquilos la Argentina es capaz de reinventarse y sus políticos -como los gatos- tienen siete vidas y sobrevivirán a cuanta crisis se les presente para no perder “la suya”.
 

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