Ah, la Navidad, esa época del año en la que la generosidad, el amor y los buenos deseos se mezclan con un exceso de comida, conversaciones incómodas con tías que preguntan sobre tu vida amorosa, y, por supuesto, la magia de Papá Noel.
Lo que resulta toda una incógnita es este hombrecito bien abrigado que viene en pleno verano y que, inexplicablemente, tiene la capacidad de hacer shopping de última hora en un solo día, sin importar que haya 7.000 millones de personas en el mundo.
La temporada navideña se convierte en un desfile de excesos. Y lo mejor de todo es que este desfile incluye el menú navideño, que es, en sí mismo, un acto de fe. Fe de que los que vienen traigan algo rico. Fe que lo que hagas te salga bien. Fe de que no te empaches ni emborraches. Fe de que no llueva y te arruine la fiesta en el patio.
Para colmo, cada año, las mismas caras y las mismas recetas que, sin duda, podrían haber sido mejores si no estuvieran tan sobrecargadas de sal, azúcar y muchos deseos de comer sin parar y todo ello se sirve una vez más.
¿Y qué decir del vitel toné? Ah, comidas poco veraniegas. Ese peceto calórico se convierte en la estrella de la mesa navideña, cuya presencia siempre genera la misma pregunta: "¿Es esta la mejor comida para estas fiestas y en este clima o soy yo?".
Sin olvidarnos de la ensalada de frutas, que en algún momento dejó de ser una mezcla refrescante de ingredientes frescos para convertirse en una especie de cóctel de crema espesa que nos hace cuestionar si realmente estamos celebrando la Navidad o un experimento gastronómico de algún chef de reality show.
Pero lo que realmente hace que las fiestas sean inolvidables es el encuentro con la familia. Esa maravillosa tradición de reunir a todos los miembros del clan bajo el mismo techo. Justo aquellos que no se ven durante todo el año o que no se soportan literalmente.
Es una ocasión perfecta para revivir anécdotas que pensaste que ya habías olvidado, como ese primo que no entiende el concepto de "escuchar", o la tía que siempre tiene una opinión no solicitada sobre cómo estás manejando tu vida (sí, lo sabemos, no tienes hijos, no has comprado casa y todavía no estás "bien asentado").
Lo mejor de todo, claro, es la magia de los regalos. Esa hermosa tradición de intercambiar objetos que en su mayoría no has pedido, pero que sin duda te obligan a sonreír, aunque un suéter verde fosforescente no sea lo que realmente deseabas ni esas pantuflas horribles ni ese libro que nunca leerás.
Papá Noel, en su infinita generosidad, ha dado un giro moderno al acto de regalar: ahora no solo trae regalos, sino también un sinfín de expectativas que, evidentemente, no se pueden cumplir.
Porque claro, todos sabemos que el regalo perfecto es aquel que alguien más eligió para ti. O tal vez la sorpresa está en el pensamiento, aunque, en el fondo, sabemos que todos nos hemos convertido en expertos en la "carta a Papá Noel"
Al final, la Navidad es una mezcla de caos, exceso y afecto genuino, todo envuelto en una capa de luces intermitentes y villancicos que no podemos evitar cantar (o silbar, por lo menos) y esa pachanga hasta la madrugada cuando el alcohol ya nos dejó tumbados por algún rincón.