08 de octubre, 2024
Pienso, luego existo

En la rica historia de Argentina, pocos nombres resuenan tan profundamente como el de Manuel Belgrano.

Héroe de la independencia y patriota inquebrantable, su legado perdura a nivel nacional, pero   sus   raíces   santiagueñas   lo   acompañaron   toda   su   vida   y   hasta   luego   de   su fallecimiento.

Si bien nació un 3 de junio de 1770 en Buenos Aires, su conexión con Santiago del Estero se remonta a  su  familia materna, dado que   su  madre María Josefa  González Casero, porteña de nacimiento, procedía de una familia santiagueña.

A lo largo de su vida demostró un compromiso firme con la causa independentista y un profundo   amor   por   su   país,   características   que   lo   convirtieron   en   una   figura emblemática en la lucha por la libertad.

La figura de Belgrano trasciende su papel como creador de la bandera argentina. Amén de su actividad militar, se propuso  administrar la cosa pública  pensando y actuando como un estadista y por ello promovió activamente la educación y el desarrollo social.

Reconociendo la importancia de la educación para el progreso de la sociedad, estableció escuelas y promovió programas educativos que beneficiaron a jóvenes y adultos por igual.

Su   visión   de   una   Argentina   libre   no   solo   abarcaba   la   independencia   política,   sino también la emancipación intelectual y social de sus ciudadanos.

Siempre austero, como integrante de la Primera Junta de Gobierno renunció a su salario, y como jefe del Regimiento de Patricios redujo su sueldo a la mitad.

A pesar de sus problemas de salud nunca descansaba, había que seguirle el paso y era así porque su empeño era conseguir la libertad y asegurar la independencia del nuevo país. 

Cuando   el   avance   realista   parecía   condenar   al   fracaso   a   la   Revolución   de   Mayo, Belgrano inició el éxodo jujeño para luego derrotar al enemigo en la Batalla de Salta, y  ello  generó un espíritu de gratitud del pueblo y gobierno nacional. Así, la  Asamblea Constituyente lo premió con un sable con guarnición de oro y la suma de cuarenta mil pesos, que equivalía a unos ochenta kilos de oro.

Aunque nuestro patriota deslindó dicho honor y dispuso que ese dinero lo donaría para la construcción de cuatro escuelas, recordando que en Tucumán ya había fundado un colegio con el fin de que sus soldados pudieran aprender a leer y escribir.

Las   escuelas   se   erigirían   en   Tarija,   Jujuy,   Tucumán   y   Santiago   del   Estero   y   hasta elaboró un reglamento para dichas escuelas.

Belgrano donó las escuelas en 1813 y falleció siete años después. Habría que esperar más de un siglo para que las escuelas viesen la luz.

De esos cuarenta mil pesos, el gobierno solo giró lo correspondiente para el sueldo de cada maestro y para la compra de útiles escolares, pero nada más. 

Murió sin verlas funcionar. En Santiago del Estero la comenzaron a construir en 1822 pero cerró cuatro años después y se reabrió recién en el año 2000, un tiempo más que prudencial que es casi una falta de respeto a su memoria. De 1813 al 2000 fueron muchos años sin que su deseo se cumpliera. 

Belgrano nos  dejó un legado como  uno   de   los padres fundadores de   Argentina,   su espíritu visionario y su dedicación al bien común continúan inspirando y guiando a las  generaciones venideras.

Su historia es un recordatorio eterno de que el compromiso con la libertad y la dignidad  humana  trasciende el tiempo y el espacio, donde  la educación es piedra angular de cualquier desarrollo humano y proa del progreso constante.

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