En la rica historia de Argentina, pocos nombres resuenan tan profundamente como el de Manuel Belgrano.
Héroe de la independencia y patriota inquebrantable, su legado perdura a nivel nacional, pero sus raíces santiagueñas lo acompañaron toda su vida y hasta luego de su fallecimiento.
Si bien nació un 3 de junio de 1770 en Buenos Aires, su conexión con Santiago del Estero se remonta a su familia materna, dado que su madre María Josefa González Casero, porteña de nacimiento, procedía de una familia santiagueña.
A lo largo de su vida demostró un compromiso firme con la causa independentista y un profundo amor por su país, características que lo convirtieron en una figura emblemática en la lucha por la libertad.
La figura de Belgrano trasciende su papel como creador de la bandera argentina. Amén de su actividad militar, se propuso administrar la cosa pública pensando y actuando como un estadista y por ello promovió activamente la educación y el desarrollo social.
Reconociendo la importancia de la educación para el progreso de la sociedad, estableció escuelas y promovió programas educativos que beneficiaron a jóvenes y adultos por igual.
Su visión de una Argentina libre no solo abarcaba la independencia política, sino también la emancipación intelectual y social de sus ciudadanos.
Siempre austero, como integrante de la Primera Junta de Gobierno renunció a su salario, y como jefe del Regimiento de Patricios redujo su sueldo a la mitad.
A pesar de sus problemas de salud nunca descansaba, había que seguirle el paso y era así porque su empeño era conseguir la libertad y asegurar la independencia del nuevo país.
Cuando el avance realista parecía condenar al fracaso a la Revolución de Mayo, Belgrano inició el éxodo jujeño para luego derrotar al enemigo en la Batalla de Salta, y ello generó un espíritu de gratitud del pueblo y gobierno nacional. Así, la Asamblea Constituyente lo premió con un sable con guarnición de oro y la suma de cuarenta mil pesos, que equivalía a unos ochenta kilos de oro.
Aunque nuestro patriota deslindó dicho honor y dispuso que ese dinero lo donaría para la construcción de cuatro escuelas, recordando que en Tucumán ya había fundado un colegio con el fin de que sus soldados pudieran aprender a leer y escribir.
Las escuelas se erigirían en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero y hasta elaboró un reglamento para dichas escuelas.
Belgrano donó las escuelas en 1813 y falleció siete años después. Habría que esperar más de un siglo para que las escuelas viesen la luz.
De esos cuarenta mil pesos, el gobierno solo giró lo correspondiente para el sueldo de cada maestro y para la compra de útiles escolares, pero nada más.
Murió sin verlas funcionar. En Santiago del Estero la comenzaron a construir en 1822 pero cerró cuatro años después y se reabrió recién en el año 2000, un tiempo más que prudencial que es casi una falta de respeto a su memoria. De 1813 al 2000 fueron muchos años sin que su deseo se cumpliera.
Belgrano nos dejó un legado como uno de los padres fundadores de Argentina, su espíritu visionario y su dedicación al bien común continúan inspirando y guiando a las generaciones venideras.
Su historia es un recordatorio eterno de que el compromiso con la libertad y la dignidad humana trasciende el tiempo y el espacio, donde la educación es piedra angular de cualquier desarrollo humano y proa del progreso constante.