En un contexto de creciente descontento social y crisis económica, la figura de Javier Milei emergió abruptamente en la escena política argentina, planteando un fuerte reproche a lo que él denomina la “casta política”.
Cuando nuestro presidente se refiere a la casta hace referencia a esa élite política que se percibe como algo distante de las necesidades y requerimientos de la sociedad.
Parece manifiesto que la casta está desconectada de las necesidades del pueblo y más interesada en mantener el poder que en buscar el bienestar común.
Aquí entra a discutirse algo muy propio de la ciencia política, la diferencia entre meros dirigentes políticos y aquellos que podríamos considerar como estadistas.
Nos planteaba Víctor Hugo una doble pregunta: “¿Sabe cuál es mi enfermedad? La utopía. ¿Sabe cuál es la suya? La rutina. La utopía es el porvenir que se esfuerza en nacer. La rutina es el pasado que se obstina en seguir”.
En ese andarivel intelectivo podemos conjeturar que nosotros ansiamos tener estadistas porque nuestros dirigentes políticos se comportan como “estadistas utópicos”, la estigmatización de una clase dirigencial para nada proactiva sino más bien un atajo para las facilidades extendidas de sus privilegios funcionales.
Es que la diferencia entre políticos y estadistas se posiciona en la visión y la acción.
Los políticos, a menudo, se centran en el corto plazo, priorizando la búsqueda de votos y la satisfacción inmediata de sus bases, estableciendo un enfoque más reactivo, adaptándose a las demandas del momento para asegurar su permanencia en el poder. Mientras que los estadistas tienen una visión más amplia y a largo plazo, éstos se centran en la construcción de instituciones sólidas, la implementación de políticas sostenibles y la mejora del bienestar general, incluso si eso implica tomar decisiones impopulares a corto plazo.
Cuando Milei habla de “casta política” busca describir a los políticos y funcionarios que ocupan cargos públicos y que comparten privilegios y beneficios dentro del sistema político, donde no hay diferencias entre ideas y afiliaciones partidistas, porque cruzan transversalmente a todo el entramado político
Por tanto, es notorio su diferenciación con la figura del estadista, quién resulta ser un personaje de Estado, un gobernante que se precia de ser serio y eficaz, dominando las ciencias políticas y el arte de conducir a los pueblos.
Obviamente que no todos los políticos pueden ser estadistas, pero todo estadista es político, en nuestro caso, en estos últimos años, carecimos de esa impronta en los gobernadores y presidentes que tuvieron roles funcionales, salvo podríamos decir que el riojano Menem.
Adviértase que es muy acertada la definición del político alemán Otto Von Bismarck cuando señaló que “el político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación.”
Es evidente que para un estadista su visión trasciende lo inmediato y se ubica en el bienestar sostenible de la Nación, eso sí, no solo es un eficiente administrador, es a la vez un líder visionario.
El administrador solo se enfoca en el presente, en la coyuntura, intenta actuar en el aquí y ahora, pero sin mirar hacia adelante, el futuro inmediato lo tiene sin cuidado. Debe salir airoso de la contemporaneidad y, obviamente, a cualquier costo, aunque éste sea una pesada carga más adelante.
Y es aquí donde dirigentes políticos y estadistas se diferencian y se alejan conceptualmente. Mientras los primeros engrosan la casta política, terminan siendo los representantes de la parte menos deseable de la política, en contraposición con el estadista, que encarna la visión, la responsabilidad y la preocupación por el futuro de la Nación.
Es que no existe reparo alguno en afirmar que los políticos son meras figuras que solo les interesa ocupar algún cargo público y participar de modo activo en la toma de decisiones, pero siempre enfocándose en los intereses a corto plazo.
De lo que hablamos entonces es de populismo y toda aquella estrategia que implique ser necesaria para mantenerse en el poder, sabiendo explotar algo muy importante para su vinculación con las masas. Son hábiles declarantes -como se dice en los pasillos tribunalicios-, manejan la retórica y la manipulación, maestros de la actuación, donde todo está armado para las próximas elecciones y la búsqueda de popularidad.
Qué diferencia cualitativa tan gigantesca y que la aleja del concepto de estadistas, porque estos trascienden la política partidista y se enfocan en el bienestar a largo plazo de su país.
Estos son líderes visionarios que toman decisiones basadas en principios sólidos y una comprensión profunda de la historia, la economía y la sociedad, priorizando el interés nacional sobre el personal y, reitero, siempre están dispuestos a tomar medidas -aun las más impopulares- si ello implica beneficiar al país en su conjunto.
Y entonces uno puede comprender el papel que personifica Javier Milei, quien a través de su discurso provocador, critica a la “casta” política que, según él, ha llevado a la Argentina a un ciclo de ineficiencia y corrupción.
Este grupo, que incluye a líderes de diversos partidos, es visto por Milei como responsable de la crisis económica y social que enfrenta el país, a decir verdad, algo no muy alejado de la realidad.
Este fue el mensaje que caló muy hondo en el electorado, cansado de promesas incumplidas y de la falta de soluciones efectivas, apoyó a quien resulta ser una persona disruptiva y con un mensaje diferenciador a todo lo conocido previamente.
Al fin cuentas, el término “casta” no solo se refiere a los políticos en funciones, sino también a un sistema que, según Milei, perpetúa el estancamiento y la falta de innovación en la gestión pública. Es a partir de este posicionamiento que el presidente nos invita a transformarse, planteando la necesidad de un cambio radical en la forma en que se hace política en Argentina.
Por tanto, debemos señalar que el desafío que enfrenta Argentina no es solo económico; también es institucional y cultural.
La sociedad demostró su desconfianza en las instituciones, a ello se sumó la creciente polarización política, todo lo cual concluyó en una crisis de representación que supo explotar este panelista devenido en político y hoy ejerciendo la primera magistratura.
Es hora que el país recurra a estadistas que puedan trascender las luchas partidarias y unir a la sociedad en torno a objetivos comunes, como la recuperación económica, la educación y la justicia social, probablemente ese sea el sentido del Pacto de Mayo. No sabemos si Milei podrá constituirse en un estadista o si entre los firmantes al Pacto haya algún estadista, no lo sabemos, eso vendrá por añadidura si todos nos convencemos que hay que cambiar porque -como estamos hasta ahora- no hemos ido por el buen camino.
La crisis económica, exacerbada por la inflación y la deuda externa, requiere de decisiones difíciles que podrían no ser populares, pero que son necesarias para sentar las bases de un futuro sostenible, actuar como siempre no es la idea, pensar a futuro es lo más conveniente. La pregunta entonces es si los actuales líderes, atrapados en la dinámica de la “casta”, estarán dispuestos a asumir el papel de estadistas junto al presidente.
Quedarnos en la crítica no sirve de nada, cambiar y promover un cambio parece ser la única variable de exposición política que nos queda. Milei, con su enfoque provocador, ha abierto un espacio para la discusión, pero el verdadero reto radica en construir un futuro donde los estadistas puedan surgir y liderar con una visión transformadora, en lugar de ser solo una reacción a la insatisfacción general.
El futuro de Argentina depende de la capacidad de su liderazgo para trascender la casta y enfocarse en la creación de un país más justo, equitativo y próspero para todos, esperemos que así sea, por lo menos tengamos fe y esperanza que el Pacto de Mayo sea el punto de partida.
Julio César Coronel