Viviana Gallo, licenciada en Psicología
Cada vez son más los niños que reciben un diagnóstico por trastornos del desarrollo. Una especialista explica por qué no hay apresurarse a la hora de dar un panorama y menos aún de medicar.
Antes que nada, la Lic. Viviana Gallo explica que no trabaja con niños bajo medicación psiquiátrica. Considera que esto debe restringirse a situaciones muy severas en las que un pequeño se pueda lastimarse o lastimar a otros; y no servir de paliativo para menguar comportamientos exacerbados.
La especialista en psicología infantil, señala que “en los últimos años hay como una sobrediagnosticación, principalmente de lo que es autismo
y TDAH (Trastorno por déficit de atención o hiperactividad)”, trastornos que afectan a diferentes áreas del desarrollo de una persona.
Las campañas de concientización, una mayor formación de los profesionales de la educación y de la salud, permitieron detectar oportunamente estos trastornos que antes no se tenían en cuenta.
Sin embargo, puede que esto haya derivado en un exceso de diagnósticos, ante ciertas conductas que pueden presentar los niños. Gallo cuenta que, en ocasiones, los pacientes acuden a la consulta ya diagnostica dos por otros profesionales de la salud, luego de un test.
“En algunos casos son correctos y en otros, no”, comenta y observa que el error puede provenir de la celeridad con la que se busca el origen del problema. El camino para determinar qué es lo que ocurre suele ser más largo de lo que uno imagina y presenta varias aristas a tener en cuenta. Según explica la psicóloga, comienza cuando desde la escuela se deriva a un estudiante aneurología con un informe que debería ser muy riguroso en cada término que expresa.
“Hay muchas seños que confunden, por ejemplo, un niño inquieto con un niño ‘hiperactivo’. El neurólogo se guía muchísimo del informe del docente, porque es con quien pasa más tiempo. Si un docente ha confundido un término y por poner niño ‘inquieto’ escribe ‘hiperactivo’, el profesional hace una lectura y ya le da una hipótesis diagnóstica a la mamá y deriva a otros profesionales para corroborar su informe”, detalla la profesional.
En paralelo, surge el inconveniente de que los informes no se realizan en el tiempo debido. “Hacer una evaluación psicodiagnóstica puede llevar de cuatro a ocho sesiones, dependiendo del niño”, remarca.
Pues es necesario que él conozca al profesional que lo está tratando y debe “sentirse cómodo” al punto de “permitirse ser él dentro de un ambiente que es distinto”.
“Entonces –resume– es complicado ha-cer un diagnóstico. En una sesión, no se puede”. Juega un papel muy importante la “ansiedad del adulto” por saber cómo actuar ante ciertas manifestaciones de los chicos. “Puede ser un docente que se angustia porque no puede con él dentro del aula o un papá que se angustia porque a la salida de la escuela, la seño está hablando de lo que ha hecho su niño o porque lleva notas en el cuaderno de comunicaciones”, describe entre situaciones comunes.
“Los adultos están angustiados y necesitan una respuesta ante esas conductas. Entonces, la premura de dar con lo que le está pasando al niño,
hace que por ahí este no tenga el tiempo que requiere para poder hacer su propio proceso y saber realmente cuál es su diagnóstico”, señala.
Comparte con los neurólogos que las terapias deben comenzar lo antes posible en caso de que el menor presente alguna dificultad y siempre y cuando no se diagnostique de antemano. Así, puede iniciar con estimulación temprana, trabajo con fonoaudiólogo o alguna otra terapia acorde a la sintomatología.
En el caso de la especialista consultada, explica que acude mucho a las familias y las escuelas. “Si yo tengo que ir a la escuela a sentarme a hablar con alguien, lo hago.
A modo de chiste siempre les digo a los papás: ‘bueno, si la abuela tiene que venir a sentarse aquí, la abuela va a venir’. Trabajo con el entorno”, indica.
ETIQUETAS
En la actualidad no es extraño encontrar niños con diferentes trastornos en las escuelas. Lamentablemente, esto tiene un gran impacto en la percepción de la comunidad educativa que tienda a “etiquetar” a los estudiantes con su trastorno por encima de todo.
“Juan dejó de ser Juan y pasa a ser ‘el niño que tiene autismo’; ha dejado de ser Sofía y es ‘la niña que tiene TDAH’”, dice Gallo y vuelve a remarca la importancia de evitar diagnósticos apresurados.
MEDICACIÓN
En lo que a la medicación respecta, la profesional de la salud mental explica que puede tener efectos a largo plazo. “Es el futuro del niño coartado. Darle una pastilla, si no la necesita, sí es un problema. La dificultad siempre va a ser para el niño”, considera.
¿Ahora bien, en qué casos tan severos es acorde el uso de psicofármacos?
“Yo creo que la medicación es solo en caso de que el niño la necesite. En situaciones en las que se pueda lastimar o lastimar a otros, es una necesidad; en caso de que tenga otras patologías, como convulsiones, es una necesidad real. Pero si la medicación es para que los adultos estén más cómodos, y el niño pueda permanecer sentado, o para que el adulto pueda hacer otras actividades, no es positivo”, remarca.
A esto hay que agregar otro riesgo de la medicación, cuando no va acompañada de un tratamiento integral y certero.
“Toda medicación que nosotros tomemos, si no va acompañada de un buen profesional y si no seguimos sus indicaciones, puede ser de por vida y sí,-los pacientes- pueden requerir cada vez más cantidad, porque nuestro cuerpo hace tolerancia al fármaco. Es como cuando, nos duele la cabeza y tomamos una pastilla, mañana me vuelve a doler y una pastilla ya no me hace efecto, necesito otra.
En algunos casos, también hay papás que no respetan las indicaciones. Dicen: ‘ya está bien, vamos a sacarle la dosis’ y lo hacen. Después cuando el niño hace crisis, hay que volver a medicar”.
OTROS CASOS
En ocasiones muy graves, sucede que la sintomatología de un pequeño proviene de situaciones de violencia que vive o presencia en el hogar. “Entonces, es imposible que esté quieto dentro del aula. Y la seño dice: necesita medicación porque no me presta atención, o no escucha, consúltele
al profesional... Y, por ahí es preguntarle:
‘¿ha probado hacer tal cosa?’, ‘¿ha probado tal estrategia?’. Hay que probar antes, trabajar antes con el niño... Si la medicación es necesaria para el niño, sí, pero que sea la última instancia”, sostiene.
En ese sentido, recuerda que “a nosotros, como adultos, la vida nos atraviesa y las emociones nos desbordan, pero tenemos herramientas para poder trabajar; los niños no. Entonces, pretendemos que se comporten de una manera adulta cuando son niños y están aprendiendo a manejarse. Queremos que presten atención, que se queden quietos, y ante eso qué hacemos, le damos el celular; pero el niño necesita descargar energía”, plantea.
Estas situaciones se vieron agravadas durante la pandemia, con las medidas de restricción sanitarias. “Ahí ha sido el pico máximo de autismo o trastornos de desarrollo del lenguaje porque el encierro ha afectado mucho. Era lógico que el niño, que ha estado encerrado un año y medio
prácticamente, cuando vuelva a la escuela no se pueda quedar quieto. Va a querer solo conversar con el compañero y correr por el patio porque es lo que no ha tenido. Estaba entre tareas y cuadernos, se pasaban escribiendo las cartillas que la seño mandaba, pero no ha podido sociabilizar”, precisa.