06 de marzo, 2025
Pienso, luego existo

El carnaval, esa festividad que nos invita a dejarnos llevar por la diversión, el descontrol y, por supuesto, el exceso de azúcar y alcohol, se ha convertido en una de las tradiciones más esperadas del año.

Más allá de las coreografías espectaculares, los disfraces elaborados y las comparsas interminables, el carnaval es, en el fondo, una gran manifestación de la hipocresía humana, una oportunidad anual para ser alguien que no somos... ¡y ni siquiera necesitamos hacer dieta para lograrlo!

El carnaval tiene algo peculiar: te permite ser quien quieras ser, aunque, a veces, ese "quien" sea la versión más exagerada, grotesca y hasta absurda de ti mismo.

El hombre que en su vida jamás se pondría una pluma en la cabeza, aunque le pagaran, se ve lanzándose a la pista de baile con más brillo que una discoteca.

Y la mujer que jamás se pondría un disfraz provocativo, de repente, se siente liberada por una capa de lentejuelas y purpurina.

"Es carnaval", dicen. La excusa perfecta para salir con una careta que no solo oculta tu rostro, sino también tu moralidad.

Es una fecha en la que todos se convierten en actores principales de una película de fantasía, donde, por un par de días, podemos dejar atrás la seriedad del trabajo, las responsabilidades familiares y los juicios sociales.

"¿Acaso no es más divertido ser un pirata con tacones y purpurina?". Bueno, si tú lo dices.

Lo divertido del carnaval es que, por más descontrolado que sea, en realidad sigue un guion bastante predecible: desfiles, música estridente, gente bailando en la calle hasta la madrugada y, sobre todo, mucha, pero mucha bebida.

Aparentemente, todo es un caos; sin embargo, el carnaval tiene una estructura impecable, como un reloj. Nadie quiere perderse el "gran evento", como si fuera la final del Mundial de fútbol, y por eso, se pone todo en su lugar: los disfraces, las coreografías, las máscaras... ¡todo cuidadosamente planeado para parecer descontrolado!

Pero en ese "descontrol" hay algo muy ordenado. Todos saben que, si no te desinhibes de forma socialmente aceptable, en realidad no te estás divirtiendo de la manera correcta.

La presión social de la diversión en carnaval es tan fuerte que, si alguien no está bailando, gritando o al menos fingiendo que tiene una maraca, te miran como si fueras un extraterrestre.

Aquí no se vale la indiferencia, no señor, el carnaval exige participación, aunque sea con una copa en la mano y una sonrisa forzada.

El carnaval, con sus luces, colores y disfraces estrafalarios, nos recuerda que, en el fondo, todos necesitamos una excusa para ser algo más que lo que realmente somos: una oportunidad para sacar a relucir lo que normalmente callamos.

Al fin y al cabo, es el carnaval, y en ese mundo de ilusiones, ¡todo se vale! Y si te quedas con resaca y un par de arrepentimientos al día siguiente, ya sabemos que puedes.

 

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