Para algunos era el Dr. Ábalos, traumatólogo, para otros era nada más y nada menos que “Shunko”. Se fue de esta dimensión hace pocos días, a vivir al otro lado.
Fue un gran amigo. Lo conocí en ocasión de hacer una entrevista por el Día del Maestro, en ese entonces recordábamos a Jorge Washington Ábalos, el autor del icónico libro “Shunko” que era de lectura obligatoria en muchos colegios.
De él, de su padre, le quedó a Jorge Eduardo, su hijo, el mote de Shunko y así fue para todos, para sus amigos principalmente, y de tal amistad me vanaglorio.
Cuando fui a hacer la entrevista sabía poco y nada de los caminos maravillosos de la espiritualidad. Gracias a él empecé a entender que lo que vemos no es todo y que hay más que lo que nuestros cinco sentidos pueden percibir.
Eran tan innúmeras como profundas las charlas que manteníamos. Y creo que se fue de esta dimensión pensando que yo no había aprendido casi nada de lo que tanto se empeñaba por transmitirme. Él quería que yo fuera feliz, quería que la gente en general, despertara en este mundo de zombis.
Pero, así como fue como amigo, fue como médico, un ser humano de calidad inigualable. Y no lo digo por una mera cuestión de afinidad y profundo sentimiento personal, sino porque él era así. Duro cuando debía serlo y suave cuando uno necesitaba una caricia al alma.
Sacando este “obituario” de la informalidad de un recuerdo personalísimo, quiero poner énfasis en lo que fue su incidencia para la comunidad médica, con el gran impulso que le dio al Instituto Provincial de Rehabilitación Integral (IPRI)
Recuerdo el viejo edificio del mismo y un día le pregunté cuán necesaria era la reforma gigantesca que del mismo luego se hizo, y me dijo: “¡Muy!”. Claro, él veía de cerca y en forma patente las necesidades a las que la traumatología debía salir en socorro inmediato. Había crecido exponencialmente el parque automotor y, consecuentemente, el número de accidentes de tránsito con el consecuente incremento de damnificados en distintos grados. Muchos de ellos, muy graves. Fue en eso, visionario, y los servicios que hoy provee el Instituto del Lisiado surgieron de la capacidad previsora de “Shunko”.
Era tal su comprensión del género humano que hasta llegaba al interior provincial para enseñarle a cada discapacitado a hacer su propia ortopedia con elementos del lugar, bastones fabricados con cañas y ramas, con la suficiente solidez como para soportar el nuevo modo de andar de un discapacitado.
Nada más y nada menos que servir, fue el anhelo de Shunko, o el Dr. Ábalos, según quien hubiera tenido la suerte de conocerlo en alguna de sus facetas.
Lo único que me resta por decir es que mantuvo la dignidad hasta su último día y supo afrontar la adversidad con la fuerza ciclópea que caracterizaba su alma.
Por el legado espiritual que nos dejaste y me dejaste, querido Shunko: ¡Gracias!
Estás en tu merecida gloria.