En un país donde la pobreza infantil empieza a descender, miles de familias siguen tomando decisiones dolorosas: recortar comida, atrasar pagos, endeudarse para sostener lo básico. UNICEF advierte que estas mejoras no alcanzan para garantizar derechos esenciales. La realidad muestra un panorama frágil, atravesado por carencias, deserción escolar y un contexto de violencia que afecta a niños y adolescentes.

Un reciente informe de UNICEF Argentina advierte que, aunque algunas cifras mejoraron respecto a 2024, la crisis estructural que atraviesa la infancia en el país sigue dejando a muchas familias al borde.
En agosto de 2025, el 31 % de los hogares con niñas, niños y adolescentes (NNyA) no logra cubrir sus gastos corrientes con los ingresos disponibles. Ese porcentaje representa una caída significativa respecto del 48 % registrado en 2024.
A su vez, la pobreza monetaria infantil muestra una disminución: para el segundo semestre de 2024, poco más de la mitad de los menores estaban en situación de pobreza, y las proyecciones para 2025 sugieren una baja.
Estos datos podrían tomar como señales alentadoras. Pero “mejora” no equivale a “solución”: la persistencia de hogares sin ingresos suficientes expone la fragilidad del contexto socioeconómico de varios sectores del país.
Que haya bajado la proporción de hogares con dificultades no quiere decir que desaparecieron los problemas: muchas familias siguen atravesando decisiones forzadas.
Cerca del 29–30 % de los hogares con niños declararon haber restringido la compra de alimentos por falta de dinero, afectando en particular la calidad nutricional: la dieta se empobreció con menos carnes, lácteos, frutas y verduras.
El endeudamiento familiar aumentó: el 31 % de los hogares con NNyA tienen deudas (tarjetas, créditos, préstamos o prestaciones sociales), lo que constituye un alza respecto al año anterior.
Muchas familias priorizaron la compra de alimentos o los servicios esenciales, dejando de lado salud, educación privada, o cancelando/posponiendo pagos de servicios.
En ese escenario, según UNICEF los programas sociales como la Asignación Universal por Hijo (AUH) y la Tarjeta Alimentar funcionan como un sostén clave: sin ellos, la tasa de indigencia infantil sería significativamente más alta.
El panorama nacional muestra que los avances recientes no bastan. Que haya una mejora en algunos indicadores de ingreso o pobreza monetaria no asegura, por sí mismo, que la infancia viva en condiciones dignas: la desigualdad estructural sigue golpeando, con impactos múltiples en alimentación, vivienda, salud, educación, protección, desarrollo