Cuando el austríaco Peter Drucker señala que “la gestión es hacer las cosas bien; el liderazgo es hacer las cosas correctas” quiere capturar conceptualmente una importante distinción entre dos conceptos clave en el ámbito organizativo y político.
De suyo, la gestión se refiere a la capacidad de llevar a cabo tareas y procesos de manera eficiente y efectiva.
Hablamos entonces de organizar recursos, establecer procedimientos y asegurarse de que las cosas se hagan conforme a un plan.
En este sentido, una buena gestión se mide por la ejecución y los resultados alcanzados.
Por su parte, el liderazgo va más allá de la mera ejecución; se trata de establecer una visión y dirigir a las personas hacia un objetivo común.
Hacer las cosas "correctas" implica tomar decisiones éticas y estratégicas, basadas en valores y en una comprensión profunda de las necesidades de las personas y del contexto.
Un líder debe considerar no solo el "cómo", sino también el "qué" y el "por qué".
En resumidas cuentas, mientras que la gestión se enfoca en la eficiencia y la ejecución, el liderazgo se centra en la dirección y la toma de decisiones que afectan el rumbo de un equipo u organización.
Ambos son importantes, pero cumplen roles diferentes en el éxito de cualquier iniciativa
Hoy el país vive algo impensado hasta hace poco tiempo, se le han parado de manos a Cristina varios dirigentes próximos a ella, incluso uno de sus hijos pródigos, de lo que se observa es que algunos le disputan el poder y quieren pasar la página del movimiento justicialista.
En un contexto político en constante cambio, el peronismo enfrenta un momento crítico que reconfigura sus liderazgos y estrategias.
La figura de Cristina Kirchner, aclamada y cuestionada a partes iguales, se encuentra en el centro de un debate que, aunque no se manifiesta de manera abierta, revela tensiones profundas dentro del movimiento.
Desde el interior del peronismo, particularmente en la provincia de Buenos Aires, sectores que alguna vez fueron leales a la ex presidenta comienzan a mostrar señales de disidencia.
Entre éstos se destaca el gobernador Axel Kicillof, quien, tras haber sido uno de los protegidos de Cristina, ha emergido como una figura con una creciente influencia y una agenda propia.
Este cambio de dinámica plantea interrogantes sobre la continuidad del liderazgo kirchnerista y el futuro del filoperonismo.
La relación entre Kicillof y Cristina se ha convertido en compleja. Si bien Kicillof fue una de las voces más potentes durante el mandato de la ex presidenta, su actual posición en la gobernación le ha permitido distanciarse gradualmente de las decisiones más polémicas de la anterior administración.
Sus enfoques pragmáticos y su capacidad para conectar con las necesidades de los bonaerenses contrastan con el discurso a veces polarizante de Kirchner.
Este giro no es tanto un intento de desplazarla, sino más bien una señal sutil de que las nuevas generaciones dentro del peronismo están buscando su propio rumbo.
En este contexto, la figura de Cristina Kirchner se ha vuelto más simbólica que operativa.
Aunque sigue siendo una referente indiscutida, su capacidad para movilizar a las bases se ha visto cuestionada por los resultados electorales recientes y por la percepción de que su tiempo en el poder ha llegado a su fin.
Esto no implica una destitución, sino una progresiva marginación que deja abierta la posibilidad de que el partido evolucione hacia un liderazgo más fresco y menos polarizante.
Decisiones equívocas en el pasado la ataron a un destino inexorable, su tiempo ya pasó. Scioli perdiendo con Macri, Aníbal perdiendo con María Eugenia Vidal, Alberto ofreciéndonos la peor presidencia de todas las conocidas, fueron todos al fin de cuentas los elegidos de ella. Con lo cual, su liderazgo quedó mellado a ultranza porque demostró una falta total de visión política.
Entonces era lógico que algún día los que la seguían lealmente le dijeran, “basta para mí". Ello, para algunos analistas, implica que la transformación es necesaria para la supervivencia del peronismo.
Más aún, con un outsider como Milei, que sustentó su llegada abrupta al poder desde la nada misma, es evidente la necesidad urgente de un liderazgo que no solo recupere la confianza de los militantes, sino que también se adapte a las nuevas demandas sociales y económicas, y que seduzca a su vez a quienes no son kircheneristas.
Así las cosas, Kicillof, con su enfoque centrado en la gestión y el diálogo, representa esa posibilidad.
Sin embargo, la sombra de Cristina aún pesa sobre el partido, creando un delicado equilibrio que podría llevar a confrontaciones internas si no se maneja con cuidado y donde el peligro de una diáspora es posible.
Mientras tanto, Cristina Kirchner se aferra a su legado y a los principios que la han llevado a ser una de las figuras más importantes de la política argentina.
Su postura pública, aunque firme, refleja un reconocimiento implícito de que el tiempo avanza y que el peronismo debe renovarse para seguir siendo relevante en el futuro.
La pregunta que queda hacernos es si podrá hacer la transición sin fracturas internas, que podrían debilitar aún más al movimiento.
En definitiva, el peronismo se encuentra en una encrucijada, donde la lucha por el liderazgo y la redefinición de su identidad son más relevantes que nunca.
La figura de Cristina Kirchner seguirá siendo un tema de debate, pero el surgimiento de nuevos liderazgos, como el de Kicillof, podría marcar un nuevo capítulo en la historia de un partido que ha sabido adaptarse y reinventarse a lo largo de los años.
La evolución de esta dinámica será clave para determinar el futuro del kirchnerismo y con ello del peronismo y su lugar en la política argentina.
Julio César Coronel