18 de septiembre, 2025
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Una antigua copla canta la perdición de una legendaria ciudad del norte argentino en el siglo XVII: “No sigas ese camino, no seas orgulloso y terco, no te vayas a perder como la ciudad de Esteco, que no creyó en el divino y santo poder de Dios, y en polvo se convirtió” (1). He aquí lo que narra la tradición advirtiendo con oportunidad: “¡No viváis, pueblos cristianos, como la ciudad de Esteco!”

Mucha gente de la zona coincide en señalar el antiguo solar de la legendaria y fastuosa Esteco: un monte bajo y tupido, lleno de plantas espinosas

En 1566 llegaron al actual territorio de Salta tres bravos capitanes hispanos, Jerónimo de Olguín, Diego de Heredia y Juan de Barzocana, quienes amotinados contra la autoridad del gobernador don Francisco de Aguirre, fundaron una ciudad a la que llamaron Cáceres, sobre la margen izquierda del río Pasaje, departamento de Anta. En 1567 entró en esas tierras don Diego de Pacheco (2) para oficializar la fundación efectuada por los amotinados, rebautizándola el 15 de agosto de ese mismo año con el nombre de Nuestra Señora de Talavera de Esteco. (3)

En 1592 don Juan Ramírez de Velazco fundó Madrid de las Juntas, a 22 leguas del lugar, frente a la unión de los ríos Pasaje y Piedras; asentamiento al que el gobernador Alonso de Rivera trasladó en 1609 a Talavera de Madrid, incipiente población a tres leguas al oeste del emplazamiento anterior, a 22 de Salta y 28 de Jujuy. No tardaron sus habitantes en llamar “Esteco” a esta nueva urbe, en recuerdo de la primitiva Nuestra Señora de Talavera de la que eran oriundos sus antecesores e incluso, muchos de ellos.

 

Emporio del comercio y del pecado

 

La población se convirtió en el más rico y próspero centro comercial de la antigua Gobernación del Tucumán, famoso sobre todo por sus finas telas y caros productos, en medio de aquella llanura fértil sobre la que se asentaba, rodeada por hermosos paisajes. Tal fue la fama de su comercio y sus ganancias, que –cuenta la tradición– sus 60.000 habitantes se hicieron poderosos hasta tal punto que cuando a una persona se le caía un diamante o cualquier otro objeto de valor, ni se molestaba siquiera en recogerlo. También se arrojaban a la basura, horneadas enteras de pan cuando un simple panecillo se quemaba.

Los habitantes de Esteco estaban orgullosos de su ciudad, cuyas magníficas torres y edificios revestidos en oro, se percibían desde la lejanía brillando a los rayos del sol, como sus calles afirmadas en plata. Según relatan los cronistas de la época, los hombres de Esteco solo vivían para la vanidad, la holganza, el placer y la molicie, ostentando un lujo desmedido y ofensivo a los ojos del Creador. Incluso eran insensibles con los necesitados, se reían del desposeído haciendo burlas de su condición y daban brutal trato a sus esclavos.

 

Llega el enviado del Señor

Sabiendo que allí se blasfemaba, se pecaba y se descreía del mismo Dios, San Francisco Solano, el apóstol de las regiones del norte, se encaminó a Esteco con intenciones de redimirla. Corría el año de 1692 cuando entró caminando por la calle principal, llamando de casa en casa pidiendo caridad. Los estequeños se mofaron de él y le cerraron las puertas en la cara.

Siguió andando San Francisco hasta llegar al extremo de la población y ya en las afueras, golpeó la puerta de una de las pocas casas humildes del lugar, siendo atendido por una sencilla mujer que vivía con su marido y su pequeño hijo. Fue la única en todo Esteco que lo hizo pasar, matando la única gallina de que disponían para compartirla en la cena con él.

San Francisco regresó a la ciudad y desde el púlpito de su iglesia advirtió a los pobladores sobre los graves pecados en que estaban incurriendo. Pero aquellos, enceguecidos por su ateísmo y su maldad, se volvieron a reír de él como lo habían hecho anteriormente de otros sacerdotes, tirándole objetos y haciendo mofa de sus palabras. Entonces, el santo varón volvió a hablar para advertir que Dios estaba enfadado y que un terremoto arrasaría la ciudad. Las risotadas fueron tales que hasta los niños hacían muecas y pedían en las tiendas “cintas color terremoto”.

Aquella noche San Francisco Solano fue a la casa del buen matrimonio y les indicó que en la madrugada debían abandonar la ciudad con él porque Dios la iba a destruir. Les dijo también que ellos serían salvados por su caridad pero que bajo ningún motivo debían darse vuelta para ver lo que ocurría. Bien recordaba el santo lo acontecido en Tierra Santa tres mil años atrás, cuando el Señor arrasó Sodoma y Gomorra y no dejaba de pensar en lo que le había ocurrido a la mujer de Lot por desobedecer.

Como en Sodoma y Gomorra.

Con las primeras luces asomando en el horizonte, pero de noche todavía, salieron San Francisco Solano y la humilde pareja con su hijito en brazos, por el camino que conducía a Salta, mientras esperaban que a sus espaldas ocurriera lo peor.

Y fue cuando ya estaban en las afueras que un estallido aterrador anunció la catástrofe. En ese momento San Francisco alzó su voz para recordar al matrimonio que no mirase hacia atrás, oyera lo que oyera.

Pavorosos temblores sacudieron la tierra; grietas inmensas se abrieron por doquier mientras lenguas de fuego brotaban de las profundidades y tremendas explosiones atronaban por la comarca ahogando los llantos y alaridos de desesperación de los habitantes de Esteco. Y así, la pecaminosa ciudad fue tragada por los abismos, desapareciendo para siempre de la faz de la Tierra.

Pero ocurrió que, poco antes del colapso final, la mujer con el niño en brazos no pudo resistir la tentación y desobedeciendo las advertencias de San Francisco, se dio vuelta para mirar, entre aterrorizada y curiosa, lo que le había ocurrido a su ciudad, convirtiéndose en el acto en una estatua de piedra junto a su inocente hijo. Los lugareños señalan hasta el día de hoy una formación rocosa que sería la de la infortunada esposa.

 

Sólo vestigios

Como siempre ocurre en estos casos, hay quienes sostienen que el hecho ocurrió en verdad, entre ellos el padre Pedro Lozano, Bernardo Canal Feijoo y Juan Alfonso Carrizo, mientras otros afirman que en realidad la ciudad fue destruida por los indios y que sus habitantes se dispersaron hacia otras poblaciones. Lo cierto es que fuertes terremotos sacudieron esas comarcas en los siglos XVI y XVII y que añejos vestigios destacan apenas visibles donde alguna vez estuvo Esteco.

 

La maldición de Esteco

Tres siglos después, en pleno siglo XX, surgió un pueblo en torno a una estación ferroviaria en el mismo sitio donde se levantó la ciudad maldita. El 5 de julio de 1975 un tren cargado de petróleo, proveniente de Caimancito, embistió a otro detenido en el lugar, provocando un nuevo desastre.

De acuerdo al diario “El Tribuno” de Salta, el historiador local Eduardo Poma narra que: “En ese trágico viernes, hacia la media noche, estaba detenido en la estación Esteco, situada entre Metán y El Galpón, un convoy con dos máquinas diesel-eléctricas y 36 vagones tanque con petróleo procedentes de Caimancito, mientras otra formación compuesta por 38 cisternas, también con petróleo de Caimancito se acercaba a la bifurcación de las vías, muy cerca del puente sobre el río Conchas, a pocos kilómetros de Metán”.

“Allí –continúa el historiador– se produjo un corte que dejó libre 35 vagones, los que comenzaron a tomar velocidad favorecidos por la pendiente (la vía principal está a 810 metros sobre el nivel del mar, mientras que la estación Esteco, a unos 15 kilómetros, está en los 689 metros). El aviso telefónico llegó tarde a Esteco para hacer el cambio de vías para que los vagones sueltos siguieran de largo sin embestir el convoy detenido. El choque que se produjo fue de proporciones dantescas”.

Finaliza diciendo: “Murieron muchas personas, en la estación, en las locomotoras y entre el personal que venía en el furgón de cola, que iba en la punta del tren desbocado. Y en este furgón venían varios pescadores que se habían colgado, después de pasar el día en el río Juramento. Por supuesto lo más terrible fue el incendio que se produjo, que destruyó todo lo que estaba de pie en la estación y sus alrededores, e iluminó la noche varios kilómetros a la redonda”.

“Hasta hoy –continúa el diario salteño– pueden verse los rieles retorcidos por la altísima temperatura que alcanzó el siniestro. La desaparición de esta estación y su caserío, que recordaba con su nombre a la legendaria ciudad de Esteco, siguió alimentando la persistencia del mito sobre la maldición que aún pesa en todo lo relacionado con la desdichada ciudad”. (4)

Todo fue caos y destrucción y la gente desde Metán pudo observar en plena noche, el resplandor de los estallidos y las lenguas de fuego recortadas contra la obscuridad del cielo, recordando la advertencia de San Francisco Solano: “Salta saltará, San Miguel florecerá y Esteco perecerá”.

 

 

Notas

1- Horacio Jorge Becco; “No sigas ese camino”, 1960.

2- Sucesor de don Francisco de Aguirre en el gobierno del Tucumán.

3- Atilio Cornejo, “Descubrimiento, conquista y gobierno del Tucumán” (1542-1776), en Historia Argentina de Roberto Levillier, Tomo I, pág. 732. Plaza & Janes SA. Editores Argentina, Buenos Aires, 1968

4- “El Tribuno”, Salta, sábado 5-8-2000

 

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