24 de noviembre, 2024
Colaboración

Como una novela repetitiva a lo largo de los años terminamos reviviendo la misma escena, la "maldición" de los vicepresidentes argentinos para con sus parejas electorales. Llegados al poder, presidente y vice viven momentos de tensiones y una serie de conflictos en la cúspide del poder y van esmerilándose lo mucho o poco de lo que cuentan ambos o por separado.

En la historia política argentina, los vicepresidentes han desempeñado un papel crucial en la conducción del país, pero también han sido protagonistas de tensiones y conflictos que han puesto a prueba la estabilidad gubernamental.

Esta relación en el vértice administrativo de la Nación se encuentra enmarcada entre   desencuentros y desavenencias, lo que para algunos implica una suerte de verdadera “maldición” que erosiona al poder y perjudica al Estado todo.

Desde la recuperación de la democracia hasta la actualidad, han sido pocos los casos de buena convivencia entre la fórmula presidencia, Alfonsín y Víctor Martínez, Menem y Ruckauf como Macri y Micheti, fueron los únicos que transitaron el gobierno sin sobresaltos.

Pero a la par de estos casos hay otros emblemáticos que reflejan esta supuesta "maldición" de los vicepresidentes argentinos en relación al presidente en ejercicio.

Tensiones ideológicas, discrepancias estratégicas y rivalidades internas han alimentado esta narrativa que sugiere una suerte adversa para aquellos que ocupan el cargo de vicepresidente en Argentina.

Es que el poder obnubila y hace que las personas se transformen en meros egoístas y esto hace rivalizar con quien hasta momentos antes compartían todo, el escritor británico John Ruskin semblanteaba que “de la rivalidad no puede salir nada hermoso; y del orgullo, nada noble”. Y todo político con mucho poder vive rivalizando y, orgulloso de ese poder, no quiere nadie que le haga sombra o le robe algo de su pretensa posesión circunstancial.

Entre las rivalidades más paradigmáticas estuvo centrado en las figuras de la presidente Cristina Kirchner y su vicepresidente, Julio Cobos, cuya decisión de desempatar en la votación por la resolución 125 desencadenó una crisis política de grandes proporciones.

Esta ruptura evidenció las profundas diferencias internas y la dificultad de conciliar visiones políticas opuestas en el seno del gobierno, mientras se buscaba la transversalidad puertas afuera, hacia dentro lo que existía era puro verticalismo.

Otro ejemplo significativo fue la relación entre el presidente Carlos Menem y su vicepresidente, Eduardo Duhalde, caracterizada por rivalidades y desacuerdos que pusieron a prueba la gobernabilidad del país en aquel momento, pero que el riojano supo lidiar sacándolo del Senado al bonaerense para proyectarlo como gobernador de la provincia más populosa, pero cuando llegó el momento de las elecciones para ver quién sucedía al ferviente admirador de Facundo Quiroga, éste nada hizo por su otrora compañero de fórmula y jugó a perdedor para intentar volver en un futuro turno.

Ni hablar de lo que sucedió con la temprana renuncia y el portazo subsiguiente de Chacho Álvarez que terminó al poco tiempo de eyectar de Balcarce 50 al timorato de Fernando De La Rúa, con el consiguiente reguero de sangre por la conflictividad social del 2001 y el quiebre institucional y económico del país.

Más cercano en el tiempo estuvo la compleja relación entre el presidente Alberto Fernández y la vicepresidente Cristina Kirchner, que no ocultaron sus resentimientos e inquinas y donde ella jugó siempre a poner palos en la rueda a quien había elegido como un títere y terminó siendo un anodino presidente y pésimo administrador.

Esta "maldición" de los vicepresidentes argentinos se centra fundamentalmente en cuestiones cercanas a temores y celos. El presidente no quiere ceder ni un ápice de su poder ni compartirlo, menos a quien ve como el primero en la lista para sucederlo; por tanto, todo este conjunto de desencuentros pone de manifiesto las dificultades de conciliar intereses divergentes y de construir consensos en un contexto de polarización y confrontación política.

En definitiva, la relación entre presidentes y vicepresidentes en Argentina ha sido, y seguirá siendo, un factor determinante en la estabilidad y el éxito de un gobierno,

Hoy nuevamente estamos ante una situación similar. Pareciera que a los personajes circunstanciales les cuesta mucho aprender de la historia y trabajar en equipo para superar las diferencias y construir una visión compartida del país, los cuales son desafíos ineludibles para avanzar hacia un futuro político próspero y sostenible

La tensión que hoy se suscita en la cúpula del gobierno argentino por la compleja relación entre la vicepresidenta Victoria Villarruel y el presidente Javier Milei, donde se mezclan celos familiares, léase Karina, disputas en el reparto de poder, léase seguridad, defensa e inteligencia, diferencias ideológicas, desde el conservadurismo nacionalista al anarco libertarismo, y obviamente una diferente agenda pública entre ambos referentes políticos.

Por todo esto es que la política argentina se ve sacudida por la marcada disonancia entre Villarruel, conocida por su postura conservadora y nacionalista, y Milei, ferviente defensor de las ideas anarcolibertarias.

Fundamentalmente, sus diferencias filosóficas reflejan una brecha ideológica que ha dificultado la cooperación y entorpece la toma de decisiones conjuntas en temas cruciales, aunque por ahora Victoria Villarruel actúa responsablemente y hace sus tareas con apego a la legalidad institucional.

Pero eso sí, la situación se complica aún más con la presencia de Karina Milei, la astrológica hermana del presidente, que de monotributista pasó raudamente a ser una pieza clave del gobierno y la decisora en muchas áreas, demostrando una avidez de querer quedarse con todo, a nombre del hermano, y eliminando a todo sesgo de insubordinación o diferenciación.

Obviamente que esto genera que la relación con Villarruel sea -en algún punto- hostil y marcadamente desmedida, donde todo está tiznado de sospechas y desconfianza.

Se rumorea que Karina no solo no tolera a Villarruel, sino que la considera poco confiable y fuera de lugar en el entorno político. Estos conflictos personales han exacerbado las tensiones y creado un ambiente tenso y poco propicio para la colaboración y el consenso en el gobierno. 

La falta de entendimiento y la animosidad presente en esta relación puede socavar a futuro la cohesión y la eficacia del gobierno, dejando al descubierto grietas que ponen en riesgo la estabilidad y el buen funcionamiento de las instituciones gubernamentales.

Si uno queda a merced de la respuesta que dan las redes sociales, justamente en el entorno digital que más le fascina al presidente y sus seguidores, la vicepresidenta tiene un gran caudal de fervorosos adherentes, a la par surgen muchísimas voces en contra de la hermana del economista.

Los mensajes que aparecen públicamente es que a Victoria Villarruel la votaron, que la gente le encantó esa fórmula con Javier y ensalzan la figura de la vicepresidenta; al contrario, las críticas son furibundas para con Karina Milei, de quien dicen “las redes sociales” que nadie la votó y no recibe un buen panorama estadístico en favor de su actuación en el gobierno.

Ante este panorama de tensiones y desconfianzas resulta urgente abordar los conflictos subyacentes y establecer canales de comunicación efectivos para superar las diferencias y promover la colaboración y el trabajo en equipo en el gobierno argentino.

La necesidad de construir puentes y fomentar un clima de respeto mutuo y entendimiento se vuelve imperativo para garantizar la gobernabilidad y la eficacia en la gestión política del país, donde no debería prevalecer el favor “familiar” sino más bien la perspectiva “institucional” de dos figuras fuertes y queridas por un amplio sector de la población que los voto a ambos juntos y no enfrentados.

En última instancia, la compleja relación entre Villarruel, Milei y la presencia de Karina Milei como factor desestabilizador plantea desafíos significativos para el gobierno argentino y por ahora deberemos seguir viendo cómo se van suscitando los diversos escarceos entre todos ellos.

Julio César Coronel

 

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