08 de agosto, 2025
Actualidad

Existe un término coloquial, el “edadismo”, en referencia a la discriminación que sufre la gente de cierta edad.

El uso del término “viejo” no es para nada antojadizo ni mucho menos inocente. Se usa con el mismo desdén e intencionalidad que la palabra “gordo”, o “petiso”, o “negro”. incluso. hablando de las formas incorrectas del habla, que una época en la que el ahora extinguido INADI, los supo clausurar del habla común.

En medio de tanta circunspección al modo de referíamos unos a otros, sobre todo por características físicas: no se escatimó cuanta marcha y pancarta se le cruzaba al paso a los militantes y “militantas”. Ahora bien, al momento de separar viejos de jóvenes, ningún veinteañero levantó ninguna bandera en contra de la discriminación, en claro ejercicio de la edadía o edadismo. Sabemos a lo que nos referimos y no nos vamos a poner en exquisiteces a esta altura de las circunstancias.

Vamos a lo nuestro, que es la comunicación, ejemplo más que palpable. Están de moda las formas más bizarras y desprolijas de la comunicación, las del streaming (salvo honrosas y destacables excepciones) donde cualquiera dice lo que quiere. Como si estuvieran tomando mate en la casa. Tomando mate literalmente. Porque en esto de que cada cual juega un juego y todo es desacartonado y todos “nos divertimos”, las formas (importantes si lo son en la comunicación), se han perdido rotundamente.

No se trata del almidonamiento por el almidonamiento mismo, se trata de hacer hasta lo desacartonado, pero con la prolijidad que exige una profesión (la de la comunicación).

Se cree hoy que, en cualquier medio, el más astuto es aquel que lanza la grosería que más repercusión tenga después en redes sociales.

Se plantea una cuestión de quién es “el vulgar más capo de la cuadra”. Y muchas veces son los más vulgares, no de la cuadra, ¡del condado!

En nombre de esa pelea loca “que sólo entienden los jóvenes”, he escuchado decir brutalidades (sin exageración alguna) que involucraban hasta una supuesta chica enferma de cáncer. Todo para justificar una infame broma, o la imagen sacrílega de un nacimiento de Cristo.

Pero todo eso es cotillón. No cubre las necesidades informativas del gran público, el que consume, el que paga un cable, pese a que la juventud mira con superioridad cuando dice: “yo no miro televisión” sin advertir, que el grueso de lo que abrevan las redes proviene de la “caja boba”. Consecuentemente, de sus emergentes: las distintas formas de comunicación en la “cajita boba” (el celular).

Prueba de que los clásicos no mueren lo da el noticiero “Telenoche”. Tanto es así que decidieron retomar la seriedad de periodistas que se podrían catalogar como adultos mayores. Un Nelson Castro, por caso, que creo que guste o no, no debe andar rindiendo cuentas de sus valías y no dice la “primer” hora, como el resto de sus colegas y maneja a la perfección la conjugación del tiempo condicional. El “sangre joven” Diego Leuco, parece estar más cómodo en “Luzu”.

Pero, yendo más al centro de la cuestión.  ¿de qué sirve la juventud si no saben hablar con más que un vocabulario acotado? Hay una edad en la que la dictadura estética está a la orden del día, sea que el recipiente esté vacío o no. Se cree que, si no se entienden los nuevos fenómenos sobrevalorados de comunicación, se está fuera del sistema.

Y un fenómeno popular, aunque carente de contenido, como el programa “Gran Hermano”, que arrasa la televisión en sí misma (como medio “vetusto”) se lleva puesta a las redes sociales. Las redes justamente se alimentan de la “terminada” televisión, incluso de la radio y demás medios tradicionales, no a la inversa. La elección de Nelson Castro como legendario conductor de Telenoche es una prueba palmaria de que llegar a cierta edad no es un hecho inhabilitante. Al contrario…

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