12 de enero, 2025
Pienso, luego existo

Ya lo decía Luis Miguel, “no culpes a la noche, no culpes a la playa, no culpes a la lluvia”, son las vacaciones de verano.

El verano, ese glorioso periodo del año en que todos nos lanzamos, con el corazón lleno de esperanza y la cabeza llena de "listados de cosas por hacer", a la conquista del paraíso veraniego. Claro, siempre con la familia a cuestas, como debe ser.

¿Por qué disfrutar de la calma si puedes sumergirte en la maravilla de las vacaciones, unos sanguchitos con la capa extra de arena y una tormenta que decide hacer su aparición justo cuando la familia está divirtiéndose?

El plan es simple: un día perfecto en la playa, con el sol radiante, el agua clara y el sonido relajante de las olas.

Ah, pero claro, todo eso sería demasiado sencillo, ¿no? Mejor llevar a la familia completa.

La suegra, por supuesto, que jamás puede faltar en estas odiseas veraniegas y que tiene esa habilidad especial para hacer comentarios sobre todo lo que haces, desde la cantidad de protector solar que aplicas hasta el tipo de sombrero que eliges.

Porque en vacaciones, ¿quién no disfruta de una dosis extra de sabiduría no solicitada?

Pero volvamos a la playa. El sol no perdona, y ahí estás tú, sudando como nunca, intentando aplicar protección solar a todos (incluida la suegra, que asegura que no la necesita porque "a ella nunca le da cáncer de piel") mientras el viento se lleva tu sombrilla y los niños corren en todas direcciones, gritando, claro, porque el agua está "mucho más fría de lo que pensaban".

Ahora, la parte más deliciosa: el picnic. No hay nada más delicioso que esos sanguchitos preparados con tanto amor y dedicación, que terminan convirtiéndose en una sopa de arena en el primer bocado.

¡Qué exquisito! La mayonesa ya caliente, además el tomate y la lechuga no se distinguen de la arena que se encuentra en cada rincón del sándwich.

 Pero claro, ¿quién necesita un almuerzo gourmet cuando tienes ese toque de naturaleza tan… crujiente?

Ahí salta, mi brujita, dando su opinión que, para ella, la montaña ofrecía una alternativa más tranquila, ¿verdad? Los planes en la montaña suenan idílicos: el aire fresco, el sonido de los pajaritos, la naturaleza en su esplendor.

Pero, la macana ya la hicimos, vamos a la playa donde calienta el sol y de paso me recaliento nuevamente, entre la arena y mi suegra no se con cual quedarme, pero para la próxima arranco solo y capaz, ahí sí, me voy a la montaña de mochilero.

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