30 de junio, 2025
Entrevistas

Andrés Torres Acuña impulsa Funga Editorial, un proyecto artesanal, ambientalista y disidente que busca visibilizar nuevas voces desde el interior del país. En diálogo con LA COLUMNA, reflexiona sobre su recorrido, la edición literaria y la necesidad de romper con los centralismos.

Andrés Torres Acuña tiene apenas 24 años, pero ha sabido vivirlos con intensidad, guiado por el entusiasmo y el hambre de aprender. Tras descubrir que la música no era lo suyo, orientó su camino hacia la literatura: estudia el Profesorado en Lengua y Literatura y la Tecnicatura en Educación Intercultural Bilingüe con especialización en lengua quichua, una lengua que lo acompaña desde siempre, incluso en el ámbito familiar.
Su recorrido como escritor comenzó en el grupo literario La Garganta Diversa, donde encontró —casi sin buscarlo— su lugar como editor. Gracias a su formación, ayudaba a sus compañeres a corregir textos, revisar aspectos gramaticales y ofrecer sugerencias narrativas. Animado por su entorno y combinando su gusto por el diseño y el arte manual, seleccionó algunos de sus poemas y creó su primer fanzine: un pequeño libro artesanal hecho completamente a mano. Ese gesto fue el punto de partida para lo que más tarde se convertiría en Funga Editorial.
El proyecto tomó forma rápidamente. Su compañero Brian Hock, profesor de Biología con un fuerte interés en la ecología y el ambientalismo, comenzó a producir un cuero ecológico, compostable y completamente orgánico, que utilizaron para encuadernar fanzines de poemas y cuentos de distintos autores. Así, Funga Editorial se consolidó como un proyecto con perspectiva ambientalista, folclórica, disidente y federal.

En diálogo con LA COLUMNA, Andrés abrió las puertas de su historia y contó su perspectiva respecto a la importancia de la literatura en Santiago del Estero.

- ¿Cómo comenzó tu interés en la literatura?
-Siempre me ha gustado mucho leer. En el secundario tenía un hábito de lectura más constante, y entonces, por ese lado, fue la decisión de estudiar Lengua y Literatura. Desde el lado académico a mí me llamó la atención la parte de acción social en cuanto a la literatura.
Si bien desde la secundaria me gustaba escribir, no me proyectaba como escritor en ningún momento. Intentaba escribir algunos cuentos cuando pedían trabajos en la secundaria, o en el profesorado también: escribía algún cuento o un poema. Lo disfrutaba mucho, me gustaba hacerlo, y a veces lo hacía por vocación, por interés propio, pero no estaba planteado dedicarme a ser escritor o editor.
- ¿Cómo comenzaste a editar y corregir textos literarios y que te gusta de ese trabajo?
-Cuando me pidieron: Che, ¿no me podes leer y decirme qué te parece este cuento, o qué te parecen estos poemas, qué recomendación me das?, entonces, ahí, también por parte de mi formación como profesor en Lengua, y por haber estudiado lingüística, gramática, ya podía hacer un análisis un poco más técnico y decir: Bueno, capaz que esto te va a funcionar mejor de esta forma, o esta palabra, o acá hay un error de concordancia, por ejemplo, en cuestión de lo narrativo.
Entonces, mi formación me ha preparado el camino para poder analizar otras obras.
Me gusta esto de analizar. Me gusta entender cuál es el contenido, cuál es el concepto, la idea, y también, un poco, ayudar a orientar. Porque eso es otra cosa que me he dado cuenta de que me gusta: orientar a otros escritores a pensar y repensar sobre su obra. 

¿Por qué crees que es importante tener una literatura propia de Santiago del Estero?
- En primer lugar, hay una gran importancia de visibilizar que en Santiago del Estero también se escribe. La idea de tener una editorial que sea federal es sacar de foco lo centralizado y lo que acapara más atención y comercio, que es Buenos Aires. No digo que a nosotros no nos interese gente de ahí, porque sería algo inconsistente en mi relato; tenemos escritores que son de Buenos Aires y que han publicado con nosotros, pero también porque corresponden a otro tipo de intereses.
Pero el hecho de que se valore el trabajo de una literatura santiagueña es ponerle valor a que Santiago del Estero no solamente es la ciudad de la siesta, de la marcha de los bombos, de la chacarera y del folclore.
Hay toda una escena artística que también tiene valor y que es muy importante que se sostenga. Porque la literatura tiene esta capacidad de ser histórica, de mantener vivo, de perpetuar la existencia de algo, en cierto modo.
Y que exista una literatura propia hace que se perpetúe la identidad santiagueña.
Es verdad que se perpetuó bastante bien a través del folclore pero hay también otras realidades que, a través de la literatura, emergen.
Y también la idea es que no se la vea como un producto conservador, y que solamente la vamos a remitir a grandes escritores, que han sido muy importantes, pero que hablaban de otros tiempos y seguimos ahora leyéndolos.
No está mal, pero también debe haber literatura para leer en estos tiempos, de estos tiempos: una literatura actual.
Entonces, siempre se piensa que cuando se habla de obras santiagueñas se va a hablar del monte, se va a hablar del folclore, de la chacarera, de yunco, del quichua, del tomar mate con poleo con la abuela en la casa del campo, de jugar con los cabritos. Siempre esa visión folclorizada de una realidad que no pasa.
O que pasa en el interior de la provincia, pero Santiago no solamente es eso. Hay muchas cosas que atraviesan desde lo persona. Darle valor a la escritura de jóvenes también es desmitificar esa idea romantizada y cristalizada de que Santiago del Estero es el monte, el mate y la tortilla.
Es necesaria, porque hay que correr el foco de lo comercial. Es necesaria porque perpetúa la existencia de algo, y porque manifiesta necesidades y emociones muy particulares que solamente pasan en nuestra provincia.
- ¿Qué piensas del hecho de que muchos no se animan a compartir sus obras porque no se consideran escritores?
-Algo muy común que suele pasar, lamentablemente, es creer que, como no estamos dentro de un escenario comercial —que podría ser Buenos Aires, por ejemplo—, no nos merecemos ocupar un lugar. Yo siento que merecemos lo que somos. Si vos escribís, mereces escribir; mereces que las personas te lean; mereces que tu libro sea publicado; y mereces llamarte escritora, porque es una acción que se manifiesta. En primer lugar, hay que confiar en que lo que nace de uno es lo que uno se merece. Si está ese sentimiento genuino de expresar algo a través de la palabra, es porque se merece la escritura.
Y, al merecerse la escritura, se merece la lectura también. Entonces, hay que confiar en que lo que a uno le nace es tan importante y necesario como llevarlo a cabo.

- ¿Qué crees que es necesario que la sociedad entienda o comprenda hoy?
-No subestimar a la juventud y al arte. Siento que, muchas veces, los espacios culturales, específicamente la escritura, generalmente suelen estar más tomados por personas adultas, que tienen una percepción de la literatura. Entonces, depende mucho de la postura que tengan esas personas para que la literatura les llegue a otros. Porque siempre se suele escuchar mucho que a los jóvenes no les interesa leer, no les interesa la literatura, la escritura, pero siento que es porque hay una postura prejuzgarnos, de que a nosotros no nos interesa. Y no pasa necesariamente eso. Muchas veces, esto de que los adultos ocupan el mayor espacio, y que cuando se acercan jóvenes con algunas ideas, con propuestas o con visiones completamente distintas a la de ellos, se cierra ese círculo, y terminan aquellos sueños, en cierto modo, aquellos proyectos, apagándose y terminan no concretándose. Hay mucho potencial que se podría explotar, y si tanto queremos que los jóvenes lean, escriban, les interese la literatura, dejemos a los jóvenes que lean, que escriban y que se interesen por la literatura.

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