28 de septiembre, 2024
Colaboración

Escuchamos hablar que “la Patria no se vende" o que “la Patria está en peligro” y nos preguntamos “¿la Patria se vende y está en peligro?” o solo exageran algunos para dramatizar cuestiones que intentan imponer en la agenda pública.

 

Quienes señalan que “la Patria no se vende” hacen referencia a la defensa de lo que ellos consideran los intereses nacionales y en miras de la soberanía del país frente a posibles acuerdos o acciones que el gobierno lleve adelante y puedan comprometer la autonomía o independencia de la Argentina.

 

Por otro lado, cuando se menciona que "la Patria está en peligro”, los dirigentes y simpatizantes de cierto segmento ideológico lo hacen haciendo alusión a situaciones de crisis, conflictos políticos, económicos o sociales que estarían amenazando la estabilidad y el bienestar de la Nación.

 

En ambos casos, estas expresiones suelen utilizarse en contextos de debate político o social para enfatizar la importancia de proteger los valores, recursos y derechos del país frente a posibles amenazas externas o internas, y siempre como un atajo propagandístico de algún sector político, fundamentalmente muy politizado.

 

Por ahora no logramos visualizar a la Patria en el mercado para ser subastada ni que corra peligro alguno, pareciera que todo es más una especulación ideológica agigantada por la espectacularidad de las afirmaciones, pero sin ningún tipo de asidero fáctico.

 

Deberían recordar los políticos que realizan este tipo de manifestaciones exageradas y sin sustento que no es recomendable aplicar frases tan estereotipadas como abstractas para llevar agua para su molino como lo sostiene el refranero popular.

 

Analizando de manera específica la actual situación por la que atraviesa el país, considerando nuestras pretéritas experiencias y fundamentalmente el pasado reciente y sin desconocer el contexto histórico, cultural y político que influye en la sociedad, no deberíamos estar tan preocupados por la Patria.

 

Nada presupone que se estaría vendiendo “la Patria” ni que estuviera corriendo peligro, no pasó nada cuando sufrió los conatos golpistas y una atroz dictadura militar nos gobernó, tampoco desaparecimos cuando sufrimos diversas experiencias hiperinflacionarias y aún en contexto de turbulencias sociales intensas como las del 2001.

 

Si con todo ello la Patria ni se vendió ni estalló no lo debería estar ahora, cuando hace pocos meses elegimos democráticamente un nuevo presidente, cuando las instituciones públicas transcurren de manera normal -como lo demuestra la reciente sesión en el Senado donde se aprobó el proyecto de ley sobre Bases elevado por el Poder Ejecutivo- y cuando la inflación poco a poco está cediendo.

 

Si con el uso de generalizaciones algunos intentan llevar a simplificaciones excesivas y a una comprensión distorsionada la ya compleja realidad nacional, que vivimos con la pretensa búsqueda de algún rédito político que logre provocar el hartazgo del pueblo y su reacción, no ayudan en nada a la Patria.

Es sabido que en la arena política argentina los dirigentes se precian de lanzar frases cargadas de significado emocional y nacionalista, que fueron herramientas poderosas para movilizar a las masas y promover agendas políticas, pero eso ya quedó en el pasado.

Lamentablemente, hoy la comunicación y la política van por otros carriles y no siempre de la mano. Las redes sociales, la virtualidad emanada de lo tecnológico y, por cierto, el hastío generado por años de fracasos consuetudinarios, han vaciado a la que antaño podía constituirse como una retórica apasionada, pero que solo esconde un fenómeno preocupante: el abuso de frases abstractas como las aquí esbozadas.

"La patria está en peligro" o "La patria no se vende", parecen a simple vista captar la esencia del patriotismo, pero a poco de desandar intelectivamente las mismas podemos ver que carecen de sustancia real y suelen ser utilizadas de manera manipulativa.

Al ser manipuladas para convocar a la defensa de intereses nacionales con la intención de desenmascarar y desacreditar a aquellos percibidos como traidores a la patria, terminan constituyéndose en pátinas amarillentas de un falso nacionalismo.

Si su fuerza radica en su capacidad para evocar emociones intensas y simplificar problemas complejos en mensajes fácilmente digeribles por el público, hoy la rapidez y volatilidad de los mensajes los hace caer por su propio peso en la falsedad manifiesta.

Quienes todavía apelan a esos relatos y los usan de manera indiscriminada no advierten que ello resulta en contra de sus propios intereses y también es algo contraproducente y peligroso para sus objetivos y expectativas a futuro.

Es que, en vez de fomentar algo más racional y lógico como un debate informado sobre las políticas y los problemas reales que enfrenta la Nación, se empeñan en perpetuar discursos simplistas que fogonean la polarización y la división.

Por otro lado, al etiquetarse automáticamente ciertas posturas a las que se quiere imponer como contrarias a los intereses nacionales, lo que se termina logrando es callar el debate de ideas, inhibir la crítica constructiva y promover un conformismo peligroso.

De tanto reiterar este tipo de frases estereotipadas y abstractas se va logrando desensibilizar a la población, quitándole verdadero significado a vocablos que no deberían ser usados imprudente o negligentemente.

Es que cuando esas frases ajadas se terminan convirtiendo en clichés vacíos, perdiendo su capacidad de inspirar verdadero patriotismo y acción significativa, y solo se constituyen en herramientas de manipulación política que oscurecen la necesidad de un debate basado en hechos y soluciones concretas, se pierde la oportunidad de sincerar el cruce de ideas tan necesario para poseer una democracia participativa plena.

En un momento en que los desafíos que enfrenta la Argentina son complejos y multifacéticos, es imperativo que los líderes políticos y los ciudadanos eviten caer en la trampa de las frases abstractas y el simplismo retórico.

Debemos lograr comprometernos solo con aquellos que manifiesten posturas de equilibrio, de sensatez, de ponderación. Necesitamos un compromiso con un discurso público que promueva el entendimiento mutuo, el diálogo constructivo y el compromiso con soluciones concretas basadas en evidencias.

Probablemente, muchas de estas expresiones como "La patria está en peligro" pueden resonar profundamente en el corazón de muchos argentinos. A nadie que se precie argentino le gusta que nuestro país camine por terrenos pantanosos, que corra riesgo su territorialidad, que la soberanía se vea mancillada, pero eso sí, un uso excesivo y manipulativo de las mismas puede hacer más daño que bien a largo plazo.

Decía Mario Benedetti que “quizá mi única noción de patria sea esta urgencia de decir nosotros. Quizá mi única noción de patria sea este regreso al propio desconcierto”. Cuando comencemos a pensar en la Patria no como la distancia entre el yo y los otros, sino pensando a la misma como el “nosotros” estas frases caerán en desuso, por el desconcierto al ser utilizadas indolente e infundadamente. 

 

La Patria exige de nosotros el respeto mutuo, ello es esencial para construir una sociedad más informada y resiliente, y el nosotros implica que cada uno participe de la vida en comunidad.

 

Al fin de cuentas, la Patria no estará en peligro ni en venta jamás, si en última instancia, fomentamos el verdadero patriotismo que radica en el compromiso con el bienestar y la prosperidad de todos los ciudadanos, sin distinciones ni banderías, más allá de las frases hechas y las consignas vacías.

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