No nos dejan ser felices. El mundo quiere complotarse para que la Argentina no disfrute de sus triunfos, no disfrute de sus momentos de gloria.
Ya en el 2022 intentaron sembrar la duda sobre la legitimidad de la obtención del Mundial de Fútbol en Qatar.
Obviamente las imágenes donde se muestra el fútbol desplegado por la selección y algunos goles de antología desacreditan todo rumor o insidia, pero siempre algún comedido hay para intentar sembrar la duda.
Ahora ese mismo espíritu aparece luego de la obtención de la Copa América, esta vez reversionado. No solo afirman que hubo ayudas, sino que ahora plantean que nuestra Selección no es algo prístino y todo ello bajo la pátina del racismo.
Para semejante dislate se aferran a un cántico muy propio del ámbito futbolístico, una canción de cancha que no es un grito de guerra desaforado y con ánimo injuriandi. Solo es poner en letra ciertas realidades que muchos quieren ocultar y que en son de broma pretenden hacer alarde de esa picardía gauchesca, pero sin dudas no tiene el espíritu que otros le quieren hacer creer.
Luego de la obtención de la Copa los “muchachos” en el colectivo que los devolvía a la concentración recordaron a Francia socarronamente “dame bola…juegan en Francia pero son de Angola”.
Alguna vez los alemanes después de vencernos en el 2014 nos hicieron burla a “los gauchos” en el Arco de Brandenburgo, al igual que los franceses en el 2018 burlándose de Messi, pero ahora, ellos se sienten “discriminados”.
Francia hoy es un combinado afrodescendiente, reconocer eso no significa plantar la bandera del racismo ni la discriminación, pensar eso de los argentinos es no conocer nuestra historia, pero también olvidar la de los mismos franceses.
En un mundo donde la discriminación racial y la xenofobia persisten como males arraigados en la sociedad, Argentina se destaca como un país que ha luchado activamente contra estas formas de intolerancia.
A pesar de los desafíos que enfrenta, Argentina ha demostrado un compromiso con la inclusión y la diversidad, rechazando enérgicamente cualquier forma de discriminación.
Cabría recordar que la Asamblea de 1813 eliminó todo título y honor, la “nobleza” que hoy todavía se entretiene a jugar con la plebe y sus súbditos en mitad de Europa, pero también eliminó la esclavitud.
Luego, en 1853 la Constitución Nacional en su artículo 15 prohibió la esclavitud, mientras en el mundo la misma todavía era una mancha a la dignidad humana.
Francia sin ir más lejos fue una potencia esclavista y África su botín de guerra, que la mitad del continente africano hable francés no implica otra cosa que allí estuvieron los franceses, no como carmelitas descalzas sino como mercaderes de esclavos y explotadores de las riquezas de esos lugares.
Hoy los descendientes de esos esclavos son quiénes pasean por París y cualquier urbe gala y también visten los colores de le “bleu” con el “gallo” engalanando sus casacas, son de color morena, no blanca, sus cabellos son renegridos y ensortijados no lucen rubias melenas.
Casualmente uno de ellos fue el más molesto de todos, un tal Fofana y se la agarró con su compañero de equipo Enzo Fernández, a quién las redes sociales lo muestran jugando con un niño morochito, ahí no daría muestras de ser “racista”.
Digamos que Argentina tiene una larga historia de diversidad cultural, resultado de la llegada de inmigrantes de todo el mundo a lo largo de los años, no solo vinieron españoles o italianos, también hubo europeos de todos lados, asiáticos, africanos y de nuestra América toda.
Formamos lo que se llama un crisol de razas y en nuestro suelo no suele verse ningún atisbo de racismo, como sí se observa en Francia por ejemplo.
Recordemos que hace poco hubo elecciones allí y ganó la ultraderecha con el 33 por ciento de los votos, y su candidata Marie Le Pen proponía a la población entre otras cosas, prohibir el velo a las mujeres musulmanas o no otorgar la nacionalidad francesa a los hijos de inmigrantes y obviamente aplicar políticas de inmigración estrictas y prohibitivas.
Mientras que en nuestro país la diversidad ha enriquecido la sociedad argentina y ha fomentado un espíritu de tolerancia y respeto mutuo, en Europa se habla de racismo y discriminación porque allí si lo hubo y todavía hay y la verdad no entienden nuestra idiosincrasia.
La sociedad argentina también ha demostrado un fuerte compromiso con la lucha contra el racismo y la xenofobia. Hemos demostrado una voluntad de enfrentar los prejuicios y trabajar juntos para construir una sociedad más justa y solidaria y en nuestra cultura se valora esta diversidad y prevalece la inclusión.
Por su parte, Francia, es conocida por su historia colonial en África y otras regiones, y actualmente se enfrenta a un desafío persistente en términos de racismo y discriminación hacia los inmigrantes provenientes de sus ex colonias.
A pesar de sus denodados esfuerzos por promover la igualdad y la inclusión, hay constantes críticas por la forma en que trata a las personas de origen africano o de otras regiones que buscan una vida mejor en suelo francés.
No existen dudas que la historia colonial de Francia dejó profundas cicatrices en las relaciones con las ex colonias, y estas tensiones se reflejan en la actitud hacia los inmigrantes que provienen de estos países.
Muchos de estos inmigrantes, y sus descendientes nacidos en Francia, se enfrentan a la discriminación en varios aspectos de la vida, desde el acceso a la vivienda y el empleo hasta la educación y la atención médica.
La discriminación hacia los inmigrantes de las ex colonias está arraigada en muchas estructuras de la sociedad francesa. Se puede observar que las personas de origen africano tienen menos probabilidades de ser contratadas para trabajos calificados, tienen un acceso limitado a la vivienda en ciertas áreas y son más propensas a ser controladas por la policía. en comparación con la población blanca francesa.
Esta discriminación sistémica perpetúa las desigualdades y dificulta la integración de estos grupos en la sociedad francesa. Pero obvio es más fácil cargar las tintas contra el pobre de Enzo Fernández y los cánticos futboleros muy propios de nuestras canchas que reconocer una verdad que duele y lacera.
La diferencia entre ellos y nosotros es que tranquilamente a nuestros amigos le podemos decir cariñosamente “negro” o “negrito”, saludarlos, abrazarlos, reírnos y ser cómplices en alguna travesura.
Nosotros que tuvimos al Negro Olmedo, al Negro Fontova, pero que todavía contamos con el Negro Cáceres o el Negro Oro y que seguramente habrá muchísimos más “Negros” y “Negritos” a los cuales adoramos y queremos.
Ellos se lo pierden, bueno, ellos no deben conocer lo que es la verdadera “amistad”, no disfrutan de esa insolencia amiguera, no disfrutan de las emociones como nosotros, no entienden de bromas, chistes o cuentos.
En el fútbol pueden comprar con su billetera los jugadores que quieran, pero no podrán comprar nunca nuestra espontaneidad y nuestra pasión.
Y al fin de cuentas les recordaría lo que dijo el inolvidable Negro Fontanarrosa cuando afirmaba que “Hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irremplazables: por sonoridad, por fuerza y por contextura física”.
El Negro Fontanarrosa nos enseñó que no había malas palabras de por sí, sino el contexto en que se dicen, la forma en las que se emite y hacia la persona que se las dirige.
Por lo pronto les diría a los franceses que si están tan molestos será que hay remordimiento en su pensamiento, algo que nosotros no tenemos porque nunca fuimos esclavistas ni colonialistas, ¿no es cierto Negro?
Julio César Coronel