Las redes sociales no solo influyen en cómo nos mostramos: también en cómo consumimos. La exposición constante a publicidad y modelos aspiraciones fomentan las compras impulsivas y afecta la autoestima.
En 2025, según un reciente informe del Universidad FASTA, las personas en Argentina pasan en promedio unas 4 horas y 24 minutos al día conectadas a redes sociales. Ese nivel de exposición pone en evidencia algo que ya no es nuevo: las redes sociales dejaron de ser solo un canal de entretenimiento para transformarse en vitrinas de deseo, consumo, moda y status.
Las plataformas más usadas, Instagram, TikTok, YouTube, Facebook, abarcan audiencias muy diversas: jóvenes, adultos, estudiantes, profesionales.
Pero ese consumo de redes va más allá de ver videos, compartir memes o mantener el contacto: hoy muchas de esas plataformas funcionan como “tiendas digitales”; un lugar donde marcas, influencers, algoritmos y publicidad se unifican para inducir al consumo.
Según un estudio publicado en 2024 por el Journal of Emerging Technologies and Innovative Research (JETIR), el uso problemático de las redes sociales entre jóvenes adultos está directamente asociado a un incremento de las compras impulsivas. La investigación señala que muchas de estas decisiones aparecen como respuesta a emociones negativas como ansiedad, aburrimiento o soledad, que encuentran en la compra online un alivio inmediato pero fugaz.
¿POR QUÉ LAS REDES INCITAN AL CONSUMO?
Hay varias dinámicas convergentes:

AUTOESTIMA E INSATISFACCIÓN
Aquí es donde se cruza lo digital con lo emocional. El artículo “La relación entre el consumismo y la baja autoestima” de la psicóloga Esther Tomás Ruiz, señala cómo muchas personas utilizan el consumo como una vía de escape cuando no se sienten “suficientes”.
Ese círculo de sentirse mal, buscar alivio mediante la compra, obtener satisfacción momentánea, volver a sentirse mal, puede volverse repetitivo, adictivo. Las redes sociales, con su capacidad de seducción constante, amplifican ese ciclo: idealizan cuerpos, estilos, estéticas ideales; promueven deseos permanentes; alimentan comparaciones.
Para quienes viven en ciudades pequeñas, con condiciones socioeconómicas ajustadas, con aspiraciones y limitaciones, ese fenómeno adquiere una dimensión simbólica y real al mismo tiempo. Porque no se trata solo de un deseo por tener algo, sino de la promesa de status, aceptación y pertenencia.
Las redes sociales ya no son solo una ventana al mundo; son, con su mezcla de publicidad, influencia, aspiraciones, un motor que reconfigura deseos, impulsa consumos, redefine identidades. En Argentina, donde millones pasan horas conectados, ese fenómeno atraviesa lo cultural, lo emocional, lo económico.