03 de diciembre, 2024
Actualidad

El flamante arzobispo Vicente Bokalic Igli brindó un sentido mensaje en acción de gracias por la distinción recibida por el Sumo Pontífice. Cada una de sus palabras significan un llamado del pastor para compartir con los fieles:

Mons. Vicente Bokalic Igli, arzobispo de Santiago del Estero

“Nuestro Dios Padre Providente tiene sus planes y sus caminos. A nuestro Buen Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo damos gracias por regalarnos esta jornada histórica para  nuestro querido Santiago del Estero, tan llena de alegría, de encuentros, de memoria de acontecimientos fundantes de nuestra Iglesia y de nuestra patria y de renovada esperanza mirando hacia el futuro.

Desde aquí, Madre de Ciudades y Madre de las Diócesis, un reconocimiento muy sentido a su Sanidad, el Papa Francisco -que en estos momentos está realizando un viaje extensísimo en tierras de Asia y Oceanía-, que después de un serio y profundo   estudio y habiendo recibido el consejo del Dicasterio correspondiente que, además demandó varios años, ha decidido elevar nuestra diócesis en Arquidiócesis y Primada de la República Argentina.

El Evangelio proclamado nos narra la curación de un sordomudo en territorio de la Decápolis (grupo de diez ciudades, una confederación de ciudades independientes al oriente del Jordán). Eran tierras lejanas, de “extranjeros”, tierra de paganos, despreciados por los judíos de aquella época. Para ese judaísmo, el mundo pagano estaba perdido para Dios. Sin embargo, Jesús supera esos principios y va más allá:  toca al sordomudo. Jesús anuncia así su misión universal, misión que transciende los límites que fabricamos generalmente los hombres. Jesús despliega su poder Salvador, haciendo operante el Reino de gracia y vida, en medio de los pobres, representado en este caso por el sordomudo. En medio de un mundo dominado por enfermedades, miserias y marginaciones, un mundo esclavizado, pero necesitado de redención y liberación, Jesús se adelanta y va hacia ellos. Algo habitual y programático en su vida, ya que es el Dios que sale al encuentro de cada uno de sus hijos.

Quizás podamos encontrar un símil con nuestra celebración, en la que se efectiviza la Bula del Papa, por la cual se traslada la sede Primada desde la Capital de la República Argentina a nuestro querido Santiago del Estero:  lugar lejano, distante, bien tierra adentro como decimos habitualmente. La Iglesia también, urgida por el ejemplo y estilo de Jesús, siente permanentemente el llamado de salir hacia las fronteras, mirando la realidad no desde los centros sino desde las periferias, dejando lugares acomodados, de cierto confort, de mayores oportunidades e internarse en sitios más alejados, desconocidos y ninguneados. Esta opción nos acerca al ideal de nuestra iglesia Diocesana “una Iglesia que se nutre de la Palabra y los Sacramentos, al servicio de los que tienen la vida y la fe amenazados”. Podemos considerar que esta decisión del Papa es un gesto profético para nosotros como Iglesia y para toda la sociedad.

Jesús toca y sana a este hombre sordomudo que es presentado por sus paisanos. Esta sordera es figura de la sordera del pueblo de Israel que no quiere escuchar a su Dios. El Mesías es enviado para sanar, para que se “abran” (eso significa Effatá) los oídos, se suelte la lengua y se ilumine el corazón y la mente. Este es el tipo de sordera que nace del corazón humano.  Jesús toca al enfermo como un signo de cercanía, de compasión y misericordia.

La curación, más que un defecto físico, corporal, es un símbolo, el no querer escuchar. Escuchar para luego hablar.  Siguiendo con este simbolismo, hoy podríamos afirmar que los “sordomudos” siguen existiendo en los incomunicados. La incomunicación, es una de las miserias de nuestros días, que parece que se acentúa en razón directa del progreso de la civilización. Y es justamente el hogar el primer ámbito en el cual aprendemos a comunicarnos. Con nuestros padres y hermanos. Y es justamente en la familia donde aparece la figura materna, como promotora de encuentro, de diálogo, de escucha, de atención

En la comunicación conjunta con el arzobispo de Buenos Aires del día 22 de julio decíamos que la Iglesia de Santiago se convierte en Madre de las Diócesis de la Patria. Madre de Ciudades, Madre de Diócesis. Pareciera que Santiago este marcado por este “carácter maternal”.

“Una Iglesia que es madre va por el camino de la ternura. Conoce el lenguaje de tanta sabiduría de las caricias, del silencio, de la mirada que sabe de compasión, que sabe de silencio. Y, asimismo, un alma, una persona que vive esta pertenencia a la Iglesia, sabiendo que también es madre debe ir por el mismo camino: una persona dócil, tierna, sonriente y llena de amor”.

Como Iglesia “estamos marcados por nuestro carácter de favorecer” el cuidado de la vida, de toda vida, pero sobre todo de los más delicados y necesitados de asistencia.  Ser madre es saber escuchar, reunir en una mesa, recrear la comunión después de distanciamientos, crear un clima de armonía y respeto, esperar siempre al hijo que está lejos, saber estar cerca de ellos en el sufrimiento y en la enfermedad. Saber respetar sin invadir. Echar raíces y dar alas. El carácter materno de la Iglesia nos dispone a la alegría, al encuentro, a la comunión, aprender a ser y vivir la fraternidad, la disponibilidad para recibir siempre a un hermano “imprevisto”, hacernos cargo del dolor ajeno, sacrificarse y postergar lo de uno para hacer feliz al otro, estar presente, que importante es el estar presente para un hijo.

En este sentido el acontecimiento de hoy nos compromete a acrecentar el espíritu hospitalario: “Abre la puerta y entra en mi hogar.”, como dice una de las chacareras de nuestra cultura santiagueña. Es característica del pueblo santiagueño de puertas abiertas Como nuestro pueblo que se alegra por la visita de los otros, y en especial de los hijos que vuelven al pago.  En una Patria herida por desencuentros, rencores y grietas estamos llamados aportar a la convivencia fraterna donde todos tengan lugar, donde no sobre nadie. Y donde se sufre por la ausencia de los otros, porque estamos todos invitados al banquete.

Recibimos el título honorifico de ser “Iglesia Primada” porque aquí se inició la evangelización y se creó la primera estructura eclesial, que es una Diócesis.  Simultáneamente a la fundación de la Ciudad, llegaron los primeros misioneros que venían con un deseo profundo de trasmitir la Buena Noticia de la Salvación a los pueblos originarios de nuestra tierra. Haciendo memoria debemos reconocer las grandes órdenes religiosas -aun presentes en la actualidad- que pusieron las bases de la Iglesia.

Como en aquel 1500 llegó la buena noticia del Reino de Jesús, en esta hora feliz para nuestra Iglesia estamos llamados a “primerear” en la Misión. “Primerear: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor; y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear!. Ser conscientes que nacimos de la Misión debe ser nuestra norte misión como estilo de vida permanente

En la escuela de Jesús el “ser primero” es ser servidor de todos. Ser primero no es ser superiores mejores y por sobre los demás. El primero del que hablamos es el inicial, el naciente. Naciente: qué linda palabra. Decía el papa Francisco. “En los primeros siglos de la Iglesia una cosa estaba muy clara: la Iglesia siendo madre de los cristianos, mientras hace cristianos también es hecha por ellos”.

El que quiera ser primero que se haga el último y la actitud de servicio que mejor refleja esta realidad de Jesús y de la Iglesia servidora es inclinarse a lavar los pies de los hermanos como Jesús en la hora de la Pasión. Son todos iconos que nos motivan ante este regalo que nos hizo Francisco.  Por ser una Iglesia Primada por nuestros orígenes estamos llamados a construir una iglesia Madre, que es Comunión en la diversidad, samaritana, servidora, cercana y cordial, hospitalaria siempre de puertas abiertas para todos, creando puentes de encuentro, escucha y diálogo, una iglesia en la que aprendamos el lenguaje del perdón para restablecer vínculos rotos, promoviendo todas las iniciativas que dignifiquen a los hermanos. Que unida a Iglesias hermanas podamos ser signos de esperanza en medio de tanto desaliento, cansancio y perdida de sentido. Es responsabilidad de nuestra hora: desde nuestra condición de Iglesia que primerea en el servicio y un amor que se hace efectico con obras de caridad.

Nacimos iluminados y bendecidos por el Señor de los Milagros de Mailín, bajo la protección y en las manos de nuestra amada Señora de la Consolación de Sumampa y hoy animados por nuestra santita santiagueña, Mama Antula, para llevar el amor de Dios a todos …hasta el final del mundo”.

 

 

 

 

 

 

 

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