01 de julio, 2024
Colaboración

Semana intensa si las hubo. Frenesí total. Megalomanía exultante. Populismo influencer.

 

Todo comenzó en un viaje alocado lejos de lo que cantaba Joaquín Sabina “a la cancha de Boca por Laguna”, esta vez desde Madrid a Buenos Aires y desde allí a la docta Córdoba.

 

En esta semana no se guardó nada nuestro presidente, se enfrentó con Pedro Sánchez su par español, se puso el ropaje de rock star y se enfrascó en un recital en el Luna Park de solo una canción, mostrándose orondo como el puntal de una supuesta “internacional libertaria derechista”, y terminó invitando a una gesta epopéyica que pareciera no seducir a nadie, salvo esos fanáticos que lo elevan al altar de un nuevo Dios anárquico y excéntrico.

 

Como ya lo hemos analizado en esta misma columna el presidente se iguala con aquello que detesta, critica y muestra como el pasado oprobioso.

 

En algún punto se tocan, se rozan, se cruzan el kirchnerismo más rancio con el mileísmo más auténtico.

 

Si Cristina se deleitaba en hablar por largos momentos casi como una maestra “ciruela”, Milei no le va en saga. Sin cadena nacional por delante, igualmente le encanta sermonear hasta por los codos, pero no como un simple maestro sino como un profesor universitario.

 

En este rol algo sofisticado, al libertario le fascina demostrar sus conocimientos económicos y frente a un auditorio que lo fue a ver como esa estrella del espectáculo para escuchar vociferar una sola canción, luego quedan absortos escuchándolo hablar sobre la macroeconomía y las bondades de la “escuela austríaca”.

 

Pero en este berenjenal en que se ha convertido la política nacional ahora matizada con tintes “globales”, al presidente le queda tiempo para sus bravuconadas orales y sus megalómanas pretensiones de imagen y posición internacional.

 

Ya se convirtió en una moda el mostrarse agudo, punzante pero ciertamente desprolijo y poco diplomático al catalogar a otros líderes mundiales con duros cuestionamientos morales y adjetivos algo estigmatizantes.

 

Si antes llamó al colombiano Gustavo Petros como “comunista asesino”, al mexicano Andrés López Obrador como un “ignorante” y “repugnante”, a Lula como un “zurdo salvaje”, y a los chinos de modo genérico considerarlos como un “régimen asesino”, ahora se la emprendió con Pedro Sánchez y su esposa.

 

A ella la llamó corrupta y a él un “cobarde” que se esconde tras las faldas de su mujer.

 

Nuestro economista libertario anticipó que le debería pagar horas extras a su canciller, la también economista Diana Mondino, porque no solo debe generar las condiciones de confiabilidad para la Argentina con el resto de las naciones del mundo, sino que ahora le suma la ímproba tarea de recomponer relaciones, casualmente con las naciones con las que nosotros no deberíamos pelearnos jamás.

 

Realmente alguien en su sano juicio y frente a su rol de presidente de la Nación no debería incomodar a nuestros mayores y mejores socios sean comerciales o políticos.

 

China y Brasil son nuestros más importantes socios comerciales y, en el caso de nuestro vecino, hay también una unión comercial que empodera a ambas naciones. Lamentablemente, Milei -desde su tarima axiológica- no puede discriminar el rol que le cabe al Estado respecto a las relaciones comerciales con los otros países, se enfrenta a chocar reiteradamente contra la pared.

 

Sucede que el gobierno todavía no ha comprendido la necesidad imperiosa de desideologizar los vínculos diplomáticos, porque enfrentarnos desde el pensamiento -sin ponderar la economía y las relaciones políticas-, ello perjudica de manera grave las relaciones comerciales, en desmedro ciertamente de nuestra alicaída economía.

 

Es por ello que la tarea de Mondino se agiganta, pues debe hacer un doble esfuerzo, para poder explicar lo inexplicable y buscar restañar heridas proferidas por el presidente sin razón ni motivo. Queda entonces la muñeca diplomática de nuestra canciller para hacer realidad lo que alguna vez sostuvo Brian Bowling, señalando que “la diplomacia te saca de un problema en el que el tacto te hubiera evitado meterte”.

 

Pareciera que al presidente le pesa más su condición de economista y mucho más su alineamiento mental al anarco capitalismo libertario que a su actual rol funcional; incluso más, alienta esta diáspora ideológica y no alienta el pragmatismo.

 

Hasta en el Luna Park, en esa rareza discursiva de un presidente reconvertido en cantante “popular” pero con ropaje de “profesor” se escucharon cánticos cual estadio de fútbol, pero con reminiscencias con prosa económica al son de “ooohhh Keynes sos ladrón, sos ladrón, sos ladrón, Keynes sos ladrón”.

 

¡Aleluya! Algo jamás imaginado por nadie en el planeta, que una tribuna a la usanza futbolera destronará a un gurú de la economía. Cabría preguntarse si quienes cantaban y saltaban alocadamente saben quién fue Keynes y, en todo caso, por qué sostienen acaloradamente que fue un ladrón.

 

Ese “menjunje” en el que termina siendo la escena que personifica nuestro presidente como su máximo exponente actoral, convierte a todo esto en un introito kafkiano y hace que éste se crea un ser cuasi superior.

 

Desde presentar a su hermana como una deidad y él como su “profeta”, a considerarse “el político más popular del mundo” y agrandarse por demás al salir en la tapa de la Revista Time, algo que incluso no pudo lograr su alter ego, la reina egipcia de la Patagonia austral.

 

Eso sí, habría que decirle al presidente que no alcanza con salir en la tapa para ser el más popular de los políticos, si uno se entretuviera leyendo sus páginas, nos daríamos cuenta que lo consideran una “rara avis”, que las críticas son furibundas hacia él y sus modismos, hablan de su “abierta hostilidad hacia los periodistas críticos” (al igual que Néstor y Cristina)

 

Hablan de sus constantes y recurrentes insultos que profiere en cada alocución que hace, recuerdan que la pobreza durante el tiempo que lleva de gobierno ha crecido exponencialmente y presagian tiempos no muy buenos si no da una vuelta de rosca a su ajuste al señalar que “es posible que a Milei se le esté acabando el tiempo antes de que su apoyo popular se desmorone”.

 

Milei es el inventor de su propia persona, ya podemos asegurar que es más populista que un peronista, y eso ya es mucho decir.

 

Milei es un megalómano, aun superior a su detestada Cristina Elizabeth.

 

Y supo construir y modelar una imagen al calor de esta nueva realidad comunicacional que no plantea el surgimiento de líderes, aunque él mismo se considere el nuevo líder de la “internacional derechista libertaria”, el representante liberal de mayor peso específico en el mundo, y esta imagen se sustenta en su propia personalidad no de un político tradicional sino de un “influencer” de las redes sociales.

 

Es por ello que arma un show farandulesco como solo un tema y una banda amañada de acólitos tan desenfrenados como él y un auditorio plagado de jóvenes que capaz no entiendan nada de economía de libre mercado, de quién es Keynes o Von Mises, que no logren comprender los postulados de la Escuela Austríaca, pero están subyugados por ese personaje que grita, gesticula y parafrasea casi como un “rock star”.

 

No lo ven como un político sino como un ser multidimensional prohijado por las titilantes redes sociales.

 

Fue ésta una semana intensa donde al presidente se le ensancha el pecho y cree que le gana peleas imaginarias al presidente español, como el Quijote contra los molinos de viento.

 

Que se deja acariciar por una tapa de revista de trascendencia planetaria, aunque sus páginas cuenten otra historia.

 

Que se vanagloria de estar presidiendo un tiempo como las generaciones del 37 y del 80, a pesar de que muchos no lleguen a fin de mes y él te responde poco diplomático y de manera desprejuiciada “que si así fuera estarían muertos”.

 

Semana intensa donde el dólar pegó un cimbronazo, el riesgo país se volvió a escapar y los índices de pobreza siguen en aumento, pero la megalomanía gestual y la verba panfletaria no conocen de límites al compás del influencer presidencial.

 

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