En Arraga, Santiago del Estero, una bodega familiar recupera la historia vitivinícola más antigua del país. Sol Alto fusiona producción artesanal, identidad cultural y poesía en cada etiqueta. Ahora también proyecta turismo rural y nuevos productos regionales.
El primer vino argentino no nació entre montañas, sino bajo el sol del monte santiagueño.
En la época de la colonización española, se quería celebrar una misa pero faltaba lo esencial: el vino. Fue así que el cura católico Fray Cedrón, introdujo al país las primeras plantas de vid entre 1551 y 1557. Pero lejos de lo podría creerse, esto no sucedió ni en Mendoza, ni en San Juan. Santiago del Estero fue la primera región donde se cultivó vid y donde se elaboró vino dentro del actual territorio argentino.
Con la necesidad de recuperar y volver a esa raíz, los escritores Alfonso y Santiago Nassif crearon el viñedo y bodega Sol Alto, ubicada en la localidad de Arraga, a 32 kilómetros de la Ciudad Capital de Santiago del Estero. La tradición familiar, fuertemente vinculada a la cultura santiagueña, inspiro un proyecto que una producción con poesía, tierra e identidad.
Sol Alto es una combinación entre poesía y vino. Su nombre hace referencia al título de un libro de Bernardo Canal Feijóo, poeta e intelectual santiagueño. Cada edición y etiqueta de los vinos cuenta con el nombre de un escritor santiagueño, o con el título de algún poema. A su vez, trae una tarjeta con información del autor y con el poema, haciendo una difusión no solo de un producto local, sino también cultural.
En una entrevista exclusiva para LA COLUMNA, Lautaro Nassif –miembro del proyecto- detalló la propuesta:
“Lo que nos distingue a nosotros con nuestro vino, de cualquier otro vino del mercado y del mundo, es la relación entre vino y poesía. Esa unión, esa simbiosis, no se la encuentra en ninguna bodega, ningún viñedo del mundo, y esa es nuestra distinción”.
Por ahora, bajo el eslogan “Un poema en cada botella”, la marca cuenta con dos etiquetas: “Gambeta & Gol”, un cabernet sauvignon al 100%, y “El Juego Incierto”, un blend de 70% malbec y 30% cabernet sauvignon.
Producción cuidada y proyección regional
El camino productivo no fue sencillo. Uno de los mayores desafíos fue lograr que las plantas crecieran en condiciones óptimas, enfrentando el calor extremo, las heladas, las variaciones del suelo y la disponibilidad de agua. Al no tratarse de una zona convencional o tradicional, al estar lejos de los polos productivos, el traslado de plantas fue también fue una complicación para la implantación.
Cada paso exigió un monitoreo constante y decisiones precisas para asegurar la calidad. A pesar de las dificultades, hoy Sol Alto cuenta con todas las certificaciones del Instituto Nacional de Vitivinicultura, lo que garantiza la libre circulación y los estándares de calidad requeridos para su comercialización. Además, el proyecto se encuentra en plena expansión: ya se están por lanzar nuevas etiquetas como vino blanco dulce, torrontés, vino rosado y un malbec 100%. Y no se detiene ahí. También proyectan elaborar productos regionales como dulces artesanales, aceitunas y aceite de oliva, fruto de una siembra reciente de olivos y árboles frutales en la finca.
Sol Alto también se recorre, se escucha y se vive
El horizonte de Sol Alto también se proyecta hacia el turismo cultural y rural. La idea es que la finca se convierta en un espacio abierto para recibir visitantes, donde la experiencia del vino se complemente con recorridos por los viñedos, charlas sobre la historia vitivinícola de Santiago, lecturas de poesía y degustaciones al aire libre.
La iniciativa es que cada persona que llegue a Arraga pueda conocer de cerca el proceso de producción, caminar entre las plantas, entender la relación con la tierra y llevarse, además de una botella, una historia. De esta manera, construyen una propuesta única en el país: una forma de hacer vino con identidad, memoria y comunidad.