Es diminuta, pero no pasa desapercibida. Con aspecto calvo, raro, extraña apariencia que destruye íconos femeninos hegemónicos y habituales, pero ella está muy presente. Es una participante del reality más famoso del país, reality recién extinto, pero que dejó buenos elementos para su análisis sobre una comunidad en aniquilación.
Hablando de destrucción, creo que el apodo es la palabra clave. Ella se llama no sé cómo, pero es conocida como Furia, que, a mi entender, de desandar por años el idioma castellano, es la forma supina del enojo.
Tal “Furia”, así, como un nombre propio, es el resultado de un experimento Orwelliano, como lo es el formato de Gran Hermano. Es una suerte de dictadura edulcorada, presentada bajo la promesa de un frondoso premio millonario. Pero todo es nada al lado de la manipulación cuasi quirúrgica que se hace a los cerebros de los participantes buscavidas del formato más convocante del país. Participantes que a la sazón son personas con obvios problemas previos, la mayoría. Dicho en términos más simples. No soportan un examen psicológico sin resbalar en sus propias trampas. Y justamente por ello parecen haber sido seleccionados algunos. Muy particularmente la “protagonista” de estas palabras.
Allí se ha convocado un elenco variopinto en el que las caras son diversas, desde la perspectiva racial, etaria y estética.
Pretendieron, los hacedores de tal experimento social, mostrar una cara de progreso, pero no estaría siendo tan progresista el formato. En efecto, ha descendido varios escalones en la escala evolutiva. Casi que se recreó la escala del hombre hasta el Neandertal llevándonos a una recreación de esta especie extinta.
Los comportamientos furibundos de la nueva “rock star” de la farándula argentina. Cuando dicen que es una jugadora maravillosa, en el juego de ratas de laboratorio aludido, me pregunto ¿por qué no ganó? Y la respuesta está en sus propias declaraciones post eliminación y en el resumen de su colérico paso por la polémica casa. En fin: en su propia iracundia.
Por si fuera necesario, digo que no consumo G.H. no por pruritos hacia la televisión. Amo la pantalla chica, pero no puedo conectar con la ira. No puedo conectar tampoco con los formatos de tamaña mediocridad. Lo que sí, es imposible aislarse de un mundo en el que una entra a una página cualquiera del mundo virtual o ve otro programa, y las esquirlas del exitoso programa, atraviesan inevitablemente nuestras retinas.
Dicen que nuestros modos de comunicación son un reflejo de la sociedad que transitamos. Si le ponemos un nombre a esa situación, el sujeto de la oración es: FURIA, es la sociedad que vivimos. Digo, la cólera que trasunta este experimento casi “mengeleano” nos retroalimenta. Somos lo que vemos y lo que vemos nos invade, al punto de ser títeres sumisos de un naturalizado modo de vivir pleno de bilis.
Veía con estupor, que gente que pertenece a la misma sociedad que está atravesando la crisis económica que nos aqueja, aceptaba gustosa la posibilidad de hacer su aporte dinerario para que la candidata expulsada, de furioso apodo, tuviera su premio millonario.
Locuras si las hay en este país tan extraño. Lo llamativo es que, en dicho país extraño, esto no nos extraña, digo, la invalidez conceptual a la que nos llevan las hordas de manipuladores mediáticos. Los que manejan, conducen, o propician el pensamiento público a través de la dación de contenidos baratos en contenido aun cuando los mismos movilicen millones de dólares en su factura.
El reality ya terminó. Ganó un varón. Dicen que era tranquilo y “hegemónico”, al final parece que ganan los buenos, aunque en medio el experimento se lleve puesta la psiquis de una persona de temperamento border justamente a sus límites, porque era rentable. Pero eso es cuestión de los que negocian el formato, lo preocupante es la gente que consume el enojo, la ira, el encono, porque denota la naturaleza de la sociedad, una sociedad que, si se la debiera denominar de alguna manera, se llama justamente furia.
Dios nos ampare.