22 de octubre, 2024
Colaboración

A lo largo de la historia, la religión ha sido una de las fuerzas más poderosas que han moldeado sociedades, culturas y civilizaciones.

 

Sin embargo, este mismo sistema de creencias ha sido también el catalizador de conflictos violentos y guerras en distintas partes del mundo.

 

En su viaje apostólico a diversas comunidades, mayoritariamente musulmanas de Asia y Oceanía, el papa Francisco lamentó “la existencia de dramáticas crisis y guerras” que “amenazan el futuro de la humanidad”, considerando que en muchas de ellas se observa que son “alimentadas por instrumentalizaciones religiosas”.

 

Esta fuerte declaración fue realizada en la mayor mezquita del Asia, por fuera de las comunidades arábes en la ciudad de Yakarta, Indonesia.

 

Fue allí que Francisco convocó humildemente  a los representantes de las diversas religiones en Indonesia, el islam, el protestantismo, el catolicismo, el hinduismo, el budismo y el confucianismo, para “promover la armonía religiosa para el bien de la humanidad”.

 

Según el papa, es necesario que desde las diversas confesiones se contribuya “a construir sociedades abiertas, cimentadas en el respeto recíproco y en el amor mutuo, capaces de aislar las rigideces, los fundamentalismos y los extremismos, que son siempre peligrosos y nunca justfificables”. 

 

Advierte el Santo Padre algo que es por todos conocido: en la actualidad, el fundamentalismo religioso se presenta como un fenómeno que no solo distorsiona los principios de las religiones, sino que se convierte en un justificador de actos violentos y guerras devastadoras.

 

Claramente, todo fundamentalismo religioso puede concebirse como una sesgada y obtusa interpretación rígidamente estricta y literal de los textos sagrados de una fe que busca retornar a como fuere lugar a los valores originales, rechazando cualquier influencia externa o modernidad percibida como amenazante.

 

Digamos que este fenómeno no es exclusivo de una sola religión; aparece en diversas tradiciones, incluyendo el cristianismo, el islam, el judaísmo, el hinduismo, entre otros.

 

En cualquier religión encontramos sectores profundamente ortodoxos y retrográdos que no admiten el disenso, que no creen en la tolerancia y en el respeto a las ideas y creencias del otro, que solo aceptan su mirada y muchas veces para ello cruzan una línea imperdonable, donde no hay lugar para la paz y el diálogo.

 

También es cierto que, muy a menudo, el fundamentalismo religioso se alimenta de contextos socioeconómicos inestables, crisis políticas, injusticias sociales y prácticas de exclusión; por ello vemos que quienes adscriben a estos grupos claramente subversisvos se alimentan de jóvenes excluidos de diferentes regiones del mundo.

 

De suyo, el fundamentalismo religioso crea una narrativa que divide al mundo entre "los creyentes" y "los no creyentes", estableciendo un clima de hostilidad.

 

Así, bajo esta falsa lógica, la violencia puede ser vista como una forma de justicia divina o una respuesta ante lo que se considera una amenaza a la fe.

 

En ese contexto, grupos extremistas, como ciertos sectarios del islam y del cristianismo, han utilizado la religión como un manto para sus acciones, desde atentados terroristas hasta guerras sagradas.

 

La idea de "lucha" o "yihad" en el islam, o las cruzadas en el cristianismo medieval, fueron y son ejemplos históricos que nos ilustran como una claridad majestuosa cómo la religión puede ser utilizada maliciosamente para justificar la violencia.

 

En la región de Medio Oriente, la fragmentación social y la inestabilidad política, exacerbadas por intervenciones extranjeras, han creado un terreno fértil para el surgimiento de estos movimientos.

 

La destrucción de estructuras gubernamentales y la corrupción ayudan a legitimar la violencia en nombre de una interpretación "pura" de la fe.

 

Las consecuencias de este tipo de violencia son devastadoras. Millones de personas han perdido la vida, y muchos más se han visto obligados a abandonar sus hogares.

 

La violencia no solo destruye vidas, sino que también desestabiliza economías y socava el tejido social, generando ciclos de sufrimiento que pueden perdurar generaciones.

 

Además, la estigmatización de ciertas comunidades religiosas por las acciones de unos pocos exacerba la discriminación y la intolerancia, creando un clima de miedo y división.

 

Una de las maneras para abordar la cuestión de la violencia y las guerras al amparo del fundamentalismo religioso es fomentar el diálogo interreligioso. Allí, la tarea de Francisco -desde su primer día en el Vaticano- fue replicar dicho diálogo, como lo hizo siendo Primado de la Argentina.

 

Muchos de sus viajes tuvieron esa impronta, viajando a regiones y visitando a los líderes religiosos de Islam, el judaísmo, el hinduismo, entre otros.

 

Promover una comprensión más matizada de las religiones y sus enseñanzas puede ayudar a contrarrestar las narrativas extremistas.

 

Por supuesto que a la par de ello resulta esencial abordar las causas subyacentes que alimentan el fundamentalismo, incluyendo la pobreza, la falta de oportunidades y el abuso de poder, acá es necesario que los gobiernos se involucren. Por ello la palabra del pontífice también nos interpela a los problemas de la inmigración, la pobreza y la cuestión medioambiental.

 

Todo ello genera violencia por ello la relación entre el fundamentalismo religioso y la violencia es compleja y multifacética.

 

Aunque la religión en sí misma no es culpable de los conflictos, su manipulación por agendas políticas y extremistas ha llevado a sufrimientos indecibles en todo el mundo.

 

Combatir este fenómeno requiere un esfuerzo conjunto que incluya la promoción de la paz, la justicia social y un verdadero entendimiento entre las distintas creencias. Solo así podremos construir un futuro donde la fe sea un puente y no un muro entre las personas.

 

Como lo plantea Francisco, las diferencias no deben ser “motivo de conflicto, sino que se encuentren armónicamente en la concordia y el respeto recíproco”, hay que rechazar cualquier tipo de integrismo y de violencia, para trocar ello por un mundo donde todos estemos “fascinados con el sueño de una sociedad y una humanidad libre, fraterna y pacífica”.

 

Julio César Coronel

 

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