Con valores que alcanzan la categoría “extremo”, el índice de radiación ultravioleta se dispara en buena parte de la Argentina. Qué significa esta advertencia, por qué no es un dato menor y cuáles son las precauciones básicas para atravesar jornadas de calor intenso sin poner en riesgo la salud.
El sol cae a plomo sobre el asfalto y el aire parece inmóvil. Son las once de la mañana en la ciudad y la sensación térmica ya roza los 34 grados. En plazas, veredas y paradas de colectivo, la escena se repite durante la mañana y tarde: gente buscando la sombra mínima, botellas de agua tibia, abanicos improvisados. Pero hay un dato que no se ve y que, sin embargo, preocupa a especialistas y autoridades sanitarias: el índice de radiación ultravioleta (UV) alcanzará hoy un valor máximo de 11, lo que lo ubica en la categoría de “extremo”, la más alta de la escala internacional.
El Servicio Meteorológico Nacional (SMN) advirtió que esta situación no se extenderá en amplias regiones del país. En el norte argentino y en zonas cordilleranas, los valores oscilarán entre 11 y 14, mientras que en la región central y la Patagonia se esperan niveles “muy altos” y “extremos”. Se trata de cifras que implican un riesgo concreto para la salud si no se toman medidas de protección adecuadas.
El índice UV solar mundial (IUV) es una herramienta clave para dimensionar ese peligro. Desarrollado como estándar internacional y avalado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), este indicador mide la intensidad de la radiación ultravioleta que llega a la superficie terrestre. La escala comienza en 0 y, a partir del valor 11, se considera “extrema”. Cuanto más alto es el número, mayor es el potencial de daño para la piel y los ojos, y menor el tiempo necesario para que se produzca una lesión.
Según la clasificación oficial, los valores se agrupan en cinco categorías: bajo (1-2), moderado (3-5), alto (6-7), muy alto (8-10) y extremo (11 o más). En contextos como el actual, los especialistas recomiendan evitar la exposición directa al sol, especialmente durante las horas centrales del día, entre las 10 y las 16, cuando la radiación alcanza su pico máximo.
La advertencia no es exagerada. La OMS sostiene que la exposición prolongada a los rayos ultravioletas tiene efectos nocivos tanto inmediatos como acumulativos. A corto plazo, puede provocar quemaduras solares y queratitis solar, una inflamación dolorosa de la córnea conocida popularmente como “ceguera de la nieve” o “ceguera del sol”. A largo plazo, el daño se manifiesta en el envejecimiento prematuro de la piel —el llamado fotoenvejecimiento—, con pérdida de elasticidad, aparición de manchas y arrugas profundas.
El riesgo más grave, sin embargo, es el desarrollo de cáncer de piel. La radiación UV es el principal factor ambiental asociado al melanoma y a los carcinomas cutáneos, los tipos de cáncer más frecuentes a nivel mundial. Además, diversos estudios advierten que la sobreexposición solar puede debilitar el sistema inmunológico y generar daños oculares severos, como cataratas, una de las principales causas de ceguera evitable en el mundo.
En este contexto de calor persistente, cielos mayormente despejados y ráfagas de viento que no logran aliviar la sensación térmica, la prevención se vuelve una herramienta fundamental. Desde la OMS y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) insisten en una serie de medidas básicas pero efectivas: limitar el tiempo de exposición al sol, buscar sombra siempre que sea posible y utilizar protección física adecuada.
El uso de sombreros de ala ancha, que cubran rostro, cuello y orejas, y de anteojos de sol con filtro UV certificado es clave para proteger las zonas más sensibles. También se recomienda vestir ropa de trama cerrada, preferentemente de colores oscuros, que cubra brazos y piernas. A esto se suma la aplicación generosa de protector solar de amplio espectro, con un factor de protección solar (FPS) de al menos 30, en todas las áreas expuestas del cuerpo. El producto debe reaplicarse cada dos horas, y siempre después de nadar o transpirar en exceso.
Un punto que los especialistas remarcan con insistencia es que el riesgo persiste incluso en días nublados. Las nubes no bloquean completamente la radiación ultravioleta, por lo que la protección debe mantenerse más allá de la percepción térmica o de la intensidad visible del sol.
Mientras el verano avanza y las temperaturas extremas se vuelven cada vez más frecuentes, el índice UV deja de ser un dato técnico para convertirse en una señal de alerta cotidiana. Mirarlo, entenderlo y actuar en consecuencia puede marcar la diferencia entre disfrutar del sol y sufrir sus consecuencias. En jornadas como estas, cuidarse no es una opción: es una necesidad.

ALERTA
Santiago del Estero es una de las provincias más cálidas de Argentina. Su clima semiárido, con amplios días de sol y pocas nubes en verano, favorece que la radiación UV llegue a la superficie sin filtros naturales. Según datos climáticos anuales, durante la temporada estival y especialmente en diciembre y enero, la región suele experimentar índices UV que fácilmente sobrepasan la categoría “extremo”, con horas de sol directo que pueden multiplicar el daño solar acumulado en la piel.
Este fenómeno climático se expresa también en una radiación que, sumada al calor seco característico del monte santiagueño, hace que los santiagueños no solo sientan el rigor térmico, sino que su piel y ojos reciban una agresión constante. Médicos dermatólogos consultados por este diario señalan que estas condiciones elevan el riesgo de quemaduras solares, fotoenvejecimiento prematuro de la piel y daño ocular, incluso en personas de fototipo más oscuro.
Habitantes que salen a la vereda en horas centrales del día, algunos sin protector solar, otros sin sombrero, coinciden en que la experiencia de este verano santiagueño es “difícil de explicar, hay que vivirla”. Para quienes trabajan al aire libre —peones rurales, vendedores ambulantes, personal de construcción— la advertencia cobra todavía más sentido: sin sombra ni pausas para hidratación, cada jornada puede convertirse en un riesgo serio de salud.
Las recomendaciones de salud pública son claras, y se repiten como un mantra en consultorios y radios locales: Limitar la exposición al sol entre las 10 y las 16 horas, cuando la radiación es más intensa. Buscar sombra siempre que sea posible, incluso si el cielo está parcialmente nublado. Usar protector solar de amplio espectro con factor (FPS) 30 o más, y reaplicarse cada dos horas. Vestir ropa de trama cerrada, sombreros de ala ancha y anteojos con filtro UV certificado. Hidratarse constantemente, ya que el calor y la radiación elevada aceleran la deshidratación. Estas medidas suenan simples, pero su implementación cotidiana puede marcar la diferencia entre una tarde de compras y una visita al centro de salud por quemaduras o insolación.