13 de noviembre, 2025
Opinión

Alrededor de un sesenta por ciento de la población mundial vive en ciudades y hasta el año 2050 se estima que lo hará más de dos tercios. Por esto es tan importante el Objetivo 11 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que enuncia “lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles”.

La tendencia del crecimiento de las ciudades combinada con el contexto de cambio climático induce a prever el aumento de las temperaturas locales como una tendencia generalizada, particularmente en las grandes urbes. Aunque, es fácil advertir que para las asentadas en climas cálidos o áridos y, más aún, con ciertas características topográficas, el problema ya se registra pronunciadamente desde los últimos decenios.

Un ejemplo de preocupación e intenso estudio estos años han sido las islas de calor urbanas, que pueden describirse como zonas edificadas que presentan temperaturas promedias más altas que las que las rodea.

Desde la Organización Mundial de la Salud advierten que las altas temperaturas impactan sobre la salud de las personas, especialmente mayores, originando problemas cardiovasculares y respiratorios e incluso provocando la muerte. Esto resulta particularmente significativo dado el aumento de la frecuencias e intensidad de olas de calor. La escasa circulación del aire, además, favorece la persistencia en la atmósfera urbana de contaminantes, entre los que cuentan partículas alergénicas.

Al respecto, el Banco Mundial señala la necesidad de “proteger a las poblaciones del calor externo como uno de los principales desafíos de resiliencia y sostenibilidad del siglo XXI”, considerando que “millones de personas necesitan encontrar formas de acceder a soluciones de refrigeración para vivir y prosperar”.

Entre las estrategias de enfriamiento del aire urbano se citan principalmente tres aspectos:

  1. La construcción de viviendas y espacios sostenibles considerando disminuir el calor residual generado por equipos de enfriamiento a través de la mejora de la ventilación natural, la elección de materiales de construcción, el diseño del sombreado, la existencia de techos verdes.
  2. El diseño urbano que considera, por ejemplo, el aumento de la reflectividad solar mediante la existencia de pavimentos y materiales llamados “fríos” por sus colores claros, y la optimización de los flujos de vientos naturales, entre muchos otros aspectos.
  3. La correcta gestión de los espacios verdes y el arbolado urbano.

Respecto a éste último punto, las áreas arboladas son componentes importantes de los ecosistemas urbanos, incluyen el arbolado de calles, plazas, parques, reservas naturales, entre otros. Su existencia contribuye a mejorar la calidad ambiental y la calidad de vida humana, por lo que su correcta gestión y planificación está relacionada por numerosos autores con el desarrollo sostenible de las ciudades.

Las áreas urbanas producen importantes beneficios a sus habitantes a través de los servicios ecosistémicos que brindan. En relación al microclima, se estima que una buena dotación de arbolado contribuye a disminuir en varios grados la temperatura en las ciudades o ciertas áreas urbanas. Además, la cercanía de árboles a las viviendas reduce las necesidades energéticas tanto para enfriar como para calefaccionar. Pero, además, la abundancia de árboles y su correcta distribución favorece la biodiversidad urbana por constituir hábitats especialmente para aves e insectos, contribuye a mejorar la calidad del aire especialmente respecto al dióxido de azufre y al dióxido de nitrógeno, al ozono y las partículas; y a retener carbono.

Contribuye, también, a disminuir la contaminación por ruido al formar barreras atenuantes de las fuentes que lo generan, a proteger las fuentes de agua, a prevenir la erosión del suelo y a controlar inundaciones. Entre muchos otros beneficios, además, es importante mencionar su contribución al bienestar de los ciudadanos.

La correcta gestión del arbolado urbano público es responsabilidad principal de los municipios, ya que se requiere una producción de árboles adecuada a cada realidad. Las especies aptas para cada ciudad, la cantidad y distribución de árboles, la altura requerida para su plantación, el momento de su plantación, el control fitosanitario, la poda, son algunos de los aspectos claves que deben ser considerados desde una gestión integral por los municipios.

Y aunque, en los últimos años ha habido avances de diferentes formas de participación ciudadana colaborando y contribuyendo a la misma, sigue siendo importante informar y educar. Y pedir que se planten árboles, más árboles para vivir en una ciudad verde, fresca y saludable.

Nancy Giannuzzo - Bióloga, Especialista en Ciencias Químicas y Ambiente

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