El realizador santiagueño reflexiona sobre el recorrido de su primera película, su vínculo con Santiago del Estero y la necesidad de seguir filmando desde sus raíces.
Rodada íntegramente en Santiago del Estero, Almamula es la ópera prima del director santiagueño Juan Sebastián Torales, quien reside hace dos décadas en Francia. La película entrelaza lo íntimo y lo mítico en una historia que explora la identidad, la represión y la búsqueda de libertad, tomando como punto de partida una leyenda del norte argentino.
El film se centra en un adolescente que, tras un episodio de violencia homofóbica, es trasladado por su familia a un pequeño pueblo en el interior santiagueño. Allí, entre la religiosidad dominante, el silencio y las supersticiones, comienza a escuchar los rumores sobre “la Almamula”, un ser mitológico que castiga el deseo considerado “impuro”. La frontera entre mito y realidad se difumina a medida que el joven se enfrenta a sus propios miedos y deseos, en un contexto donde la culpa y el deseo conviven bajo el peso de la moral.
Con una puesta visual poética y una narrativa que apela a los sentidos, Torales construye una obra profundamente personal. Cada plano de la película está atravesado por esa memoria emocional: los paisajes, los rituales, los murmullos del pueblo y la presencia constante del monte santiagueño.
Más que una historia de miedo, Almamula es un relato sobre los mecanismos de la exclusión y la necesidad de aceptación. Su fuerza radica en el equilibrio entre lo real y lo simbólico: la leyenda popular funciona como espejo del miedo social al deseo y a la diferencia. En ese cruce entre lo humano y lo mítico, Torales encuentra una forma de hablar de sí mismo, pero también de toda una región que carga con silencios y creencias heredadas.
La película fue producida con participación local y apoyo internacional, y ha sido presentada en diversos festivales europeos, donde recibió elogios. Con Almamula, Torales no solo lleva al cine su historia personal, sino también una geografía y una cultura históricamente ausente del mapa cinematográfico.
De paso por su provincia, el directo dialogó con FM de la Ciudad 107.7 sobre el camino recorrido con Almamula, su conexión con Santiago del estero y sus nuevos proyectos.
-Tu película Almamula se estrenó hace ya un año. ¿Cómo fue el recorrido desde aquel estreno hasta hoy?
-El recibimiento fue maravilloso. No me lo esperaba. Por momentos me preguntaba si no había hecho una película para Francia, porque la respuesta fue increíble. Se proyectó en unas 50 salas de París, algo enorme para una película independiente y, más aún, para una ópera prima. Estuvo en más de 50 festivales y en cines de Alemania, España, Holanda, Israel, Estados Unidos. Fueron dos años y medio de gira. La película fue mi compañera, mi madre y mi hija. Cuando todo eso termina, queda un vacío y empieza a picar el bichito otra vez y decir bueno ¿En qué me transformo ahora? Así que en estoy en plena búsqueda ahora y venir a Santiago siempre es inspiración.
-¿Qué te genera volver a ver tu película proyectada aquí, en tu provincia?
-Cada vez que la veo, sigo sintiendo que es mi bebé. Puse todo mi amor ahí, el amor que le tengo al monte, a San Pedro, a Los Cardozos, donde crecí. No había que tocar nada: la naturaleza estaba perfecta, las hojas, la luz. Filmar acá fue un privilegio. Todavía me emociona verla.

-¿Imaginabas este recorrido cuando empezaste el proyecto?
-No. Cuando uno arranca, no se imagina todo lo que puede pasar. Me ha tocado mucho trabajo, mucho esfuerzo, y también un poco de suerte. Pero siento que fue merecido. Poder decir “me voy dos meses a Santiago para ver que hago” es genial. Solo un país como Francia podía darme esa tranquilidad: trabajar seis meses, tomarme tres y pensar en mi próximo proyecto. Pero no vino de arriba, me rompí el alma para lograrlo.
-¿Cómo fueron las críticas y la recepción en Europa?
-En Francia fue increíble. Ellos están muy abiertos al cine de autor, a las rarezas. Les interesa ver películas que no sigan el esquema clásico de “el príncipe conoce a la princesa”. Almamula les resultó exótica, una película sensorial, filmada en un lugar inexplorado como Santiago. Las interpretaciones y los análisis fueron de un nivel intelectual que a veces me supera. Capaz me he “francesado” un poco, por todo el cine que consumo de allá.
-¿Cuánto tiempo ha llevado la realización de la película?
-El proceso total duró ocho años. El rodaje fueron cinco semanas, pero todo lo previo, guión, búsqueda, producción, llevó años. Cuando terminamos sentí que la historia estaba lista, pero que la película no estaba terminada, que tal vez yo le hubiera hecho algunos cambios. Hay una hora de película que quedó afuera. Tal vez algún día saque una versión extendida (risas)
-Actualmente, ¿En qué estás trabajando?
-Tengo una idea que vengo pensando desde el estreno de Almamula. Es una historia completamente distinta, con personajes inventados, pero con algo mío, inevitable. Es una propuesta diferente, más conceptual, más fuerte. Espero que algún productor se sume, porque puede molestar, pero hay que hacerla. Ojalá pueda filmarla en Santiago. Todo depende de cómo esté el cine argentino. Almamula fue posible gracias al apoyo del INCAA, que aportó unos 200 mil dólares, una parte esencial del millón que costó.
-Habías mencionado tu intención de hacer una trilogía santiagueña. ¿Ese deseo sigue en pie?
-Sí, absolutamente. Tengo otro guión terminado y los tres podrían filmarse aquí, incluso uno en Las Termas. Me gustaría que fuera una trilogía santiagueña, con actores locales, como en Almamula. Salvo una actriz profesional, todos eran santiagueños. Muchos nunca habían estado frente a una cámara, y eso fue un aprendizaje enorme para todos.
-La película se ha convertido en materia de estudio en universidades. ¿Cómo has te has sentido con eso?
-Fue muy emocionante. En la Universidad de Cine de Tucumán están estudiando Almamula desde el sonido hasta el guión. Me pidieron una copia del guión. Me hizo llorar saber que mi película es objeto de estudio. No dejo de sorprenderme con lo que genera.
-Hace veinte años que vives en Francia. ¿Qué es lo que más extrañas de Argentina?
-Es un gran país, la Argentina. Sinceramente, es uno de los mejores países del mundo, y no es algo que hubiera dicho hace cinco años. Es algo que fue creciendo en mí, quizás porque hace veinte años que vivo en un país que no es el mio, y me doy cuenta que hay cosas que no van a cambiar y que allá no voy a encontrar, pero que aquí si existen. Hay un espíritu solidario que allá no siente, al contrario en Francia hay mucho odio, mucha polarización. La guerra está cerca, a 200 kilómetros, y eso se siente. Aquí tenemos otros problemas, claro, pero también un espíritu humano.