13 de junio, 2025
Nota de Portada

La Corte Suprema de Justicia confirmó la condena de seis años de prisión a la expresidenta Cristina Fernández de Kichner y la dejó afuera de las contiendas electorales. El fallo reabre el debate sobre la responsabilidad de los funcionarios, la corrupción y los límites del poder.

En un fallo unánime, la Corte Suprema de Justicia de la Nación rechazó el último recurso presentado por la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, confirmando su condena a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, por el delito de administración fraudulenta en perjuicio del Estado.

Los ministros Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti dictaminaron que las pruebas fueron "suficientes" y que se respetaron las garantías del debido proceso. Asimismo, descartaron los argumentos de la defensa y confirmaron la pena impuesta, enfatizando que la condena cumple con el marco legal vigente.

La condena tiene que ver con la llamada causa Vialidad”, iniciada en 2016, que no solo fue arbitrada contra Cristina, sino que alcanza también al empresario Lázaro Báez y otros funcionarios. En la misma se investigó el direccionamiento de contratos viales en la provincia de Santa Cruz. En diciembre de 2022, el Tribunal Oral Federal N.º 2 emitió la condena, que fue ratificada por la Cámara de Casación en noviembre de 2024.

La decisión del máximo tribunal tiene diversas implicancias, que no solo tienen que ver con el aspecto legal, sino que van al centro del escenario político del país.

Por un lado, la ejecución de la condena recae ahora en el Tribunal Oral Federal N° 2. Sin embargo, dado que ella tiene 72 años, se considera que será beneficiada con prisión domiciliaria por su edad, decisión que debe ser evaluada por los magistrados. Por el otro, la condena pone fin a sus aspiraciones como candidata en las elecciones de septiembre para diputada bonaerense, al quedar legalmente excluida.

Tal como era de esperarse, las repercusiones calaron fuerte en el peronismo y la oposición. De modo tal que el fallo generó fuertes protestas de sus seguidores, tomas en facultades universitarias y movilizaciones de sindicatos. Al mismo tiempo, está en juego el liderazgo dentro del peronismo, que se enfrenta a desafíos internos de todo tipo.

En la vereda del frente, el presidente Javier Milei celebró la decisión como una victoria institucional, mientras que sectores peronistas criticaron el fallo como una persecución política.

 

EL OCASO

La decisión de la Corte Suprema de Justicia que confirmó la condena a Cristina no solo clausura una etapa judicial, sino que reconfigura profundamente el escenario político argentino. Marca el ocaso de una figura central de los últimos 20 años y abre interrogantes sobre el futuro del peronismo, la estabilidad social y el rumbo institucional del país.

El fallo consolida la narrativa oficialista sobre el fin de la impunidad. Como era de preverse, el gobierno de Javier Milei no perdió la oportunidad para capitalizar políticamente esta victoria simbólica.

En un contexto de ajuste económico profundo, la condena a quien el mandatario llama “la jefa de la casta” se presenta como la validación de su proyecto moralizador. De hecho, festeja, no solo como presidente, sino como actor que supo leer y explotar el hartazgo social con una parte del pasado reciente.

En el otro extremo, el kirchnerismo duro denuncia un nuevo capítulo del “lawfare”, el anglicismo que se refiere al uso estratégico de la ley como una herramienta de guerra o conflicto. Implica el empleo de la justicia para objetivos no jurídicos, como la persecución política, la deslegitimación de un adversario o la manipulación de la opinión pública. Tal es así que las tomas universitarias, la movilización sindical y los pronunciamientos de referentes internacionales revelan que la narrativa de la persecución política sigue viva.

No obstante, ya no parece tener la potencia de otros tiempos. Cristina está políticamente inhabilitada, y su liderazgo, aunque aún simbólico, no encuentra sucesores capaces de aglutinar al movimiento.

 

PUNTO DE QUIEBRE PARA EL PERONISMO

Sin dudas, el fallo de la Corte contra Cristina Fernández de Kirchner no es solo un acto jurídico: es un antes y un después en el marco político, pero también es un punto de quiebre simbólico y práctico para el peronismo. Una línea de cierre para un liderazgo que marcó los últimos veinte años del peronismo. Y una señal ineludible de que el tiempo exige algo más que resistencia: exige evolución.

El peronismo, con su capacidad histórica para adaptarse al clima de cada época, enfrenta ahora un desafío profundo. No se trata solo de buscar un nuevo candidato. Se trata de preguntarse si es posible construir un nuevo proyecto de poder que no dependa del pasado, ni discursiva ni estructuralmente.

Cristina, con sus luces y sombras, sintetizó una etapa. Su proscripción legal no cancela su influencia simbólica, pero sí limita su centralidad electoral y operativa. ¿Puede el peronismo seguir orbitando alrededor de una figura que ya no puede competir? ¿O debe, como hizo otras veces, generar una mutación que lo proyecte al siglo XXI?

Hay una parte del peronismo que insiste en ver el fallo como una operación política. Pero también puede ser la oportunidad histórica de salir del rincón y ensayar una reinvención seria, ética, democrática. Una que deje atrás el verticalismo, la liturgia vacía y el relato gastado.

Gran parte del electorado, incluso dentro del peronismo, ya no conecta con el relato del “ellos contra nosotros”, ni con la reivindicación permanente del pasado. La agenda ha cambiado. Hoy se discute salarios reales, inflación, acceso a la vivienda, educación y seguridad, no solo memoria y resistencia. El lenguaje de este siglo ya no interpela a una juventud precarizada, digitalizada y sin referencias claras de futuro.

El peronismo no necesita negar su historia. Solo tiene que asumir que no puede gobernar el futuro con ideas perimidas. Si no logra aggiornarse, otros lo harán por él. Y no necesariamente con mejores intenciones.

 

¿EL FIN DE LOS LIDERAZGOS VERTICALES?

La condena judicial no solo afecta a Cristina como persona política, sino que también golpea el corazón narrativo del kirchnerismo: el relato del Estado fuerte, de la justicia social frente al mercado, y de la polarización como método.

Con su inhabilitación perpetua, el liderazgo de CFK pierde capacidad de arbitraje, lo que deja al peronismo frente a una disyuntiva: renovarse o resistir desde la nostalgia.

Históricamente, el peronismo ha sido un movimiento de liderazgos fuertes y verticales, como el mismo Juan Domingo Perón o Carlos Menem, la imposibilidad legal de que Cristina sea candidata obliga a pensar nuevas formas de conducción, más horizontales, más conectadas con las demandas del siglo XXI.

Eso no significa negar su legado, sino entender que el tiempo político ha cambiado. En el presente, la sociedad demanda transparencia y gestión más que épica, mientras que las nuevas generaciones se informan en redes, no en actos partidarios. Frente a ello, no caben dudas que la polarización desgasta, no moviliza.

Los liderazgos que se perfilan, como Axel Kicillof, Wado de Pedro y algunos otros gobernadores, están ante una disyuntiva: continuar reproduciendo una mística que ya no moviliza mayorías, o construir una agenda nueva, centrada en temas reales: empleo, inflación, educación, seguridad. Una agenda que interpele a los jóvenes con problemas actuales, no con gestas del pasado.

Pero ninguno de los nuevos líderes puede liderar una renovación profunda sin antes romper, simbólica y discursivamente, con el pasado reciente.

En este punto es fundamental destacar que la condena a Cristina no marca solo un cierre judicial, sino que expone una etapa que ya no puede sostenerse sola por mística o lealtad.

Es tiempo que el peronismo elija entre replegarse en su núcleo duro, denunciando persecución judicial, o releer el presente, abrirse a nuevas narrativas, y construir futuro sin depender de figuras judicializadas.

La justicia ya habló. Ahora le toca a la política responder. Y al peronismo debe preguntarse si quiere volver a ganar o solo quiere volver.

 

INHABILITACIÓN PERPETUA

El punto clave es la inhabilitación perpetua dictada por la justicia no es simbólica ni reversible por vía interna. Es una pena establecida por el Código Penal para delitos contra la administración pública. En concreto, Cristina ya no podrá ser candidata a ningún cargo electivo ni designada para funciones en la administración pública, a ningún nivel, y de forma permanente. Aunque su defensa podría recurrir a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, no existe posibilidad inmediata de revertir este estado.

Esta medida borra institucionalmente a Cristina como opción de poder real. Su exclusión del escenario electoral acelera la necesidad de renovación dentro del movimiento peronista. Los gobernadores, intendentes y sectores más pragmáticos saben que el tiempo del cristinismo ha terminado. Pero aún no aparece una figura ni una propuesta que logren reconstruir una identidad superadora.

Socialmente, la polarización se agudiza. Para muchos, la condena es sinónimo de justicia; para otros, de revancha. En un país con profundas fracturas económicas y sociales, este tipo de definiciones judiciales puede tener efectos inflamables. La política deberá administrar con prudencia esta nueva fase: sin Cristina, pero con su sombra aún presente.

La pregunta que queda abierta es si el peronismo sabrá -y podrá- reinventarse, o si entrará en una larga fase de dispersión.

 

CAUSA VIALIDAD

La causa Vialidad -en la que se condenó por administración fraudulenta la expresidenta- gira en torno a un esquema de direccionamiento sistemático de obra pública en favor de Lázaro Báez, empresario ligado al kirchnerismo. La acusación sostuvo que se trató de una estructura organizada desde el más alto nivel del Ejecutivo, con Cristina como jefa de esa asociación ilícita (aunque la Corte no se pronunció sobre ese agravante).

En términos legales, se la encontró responsable de desviar recursos del Estado en función de intereses personales y políticos, lo cual encuadra en una forma clásica de corrupción estructural.
Este tipo de corrupción no se limita al cohecho o enriquecimiento ilícito, sino que implica un uso abusivo del poder conferido por el cargo público para favorecer a terceros, con perjuicio al patrimonio estatal.

 

OTRAS LECTURAS DEL FALLO

Desde lo institucional, el fallo de la Corte puede ser leído como un intento de restablecer límites institucionales frente a lo que, durante años, fue percibido como una impunidad sostenida por el poder político.

El proceso tardó más de una década en llegar a sentencia firme, lo que en sí mismo revela los obstáculos sistémicos que enfrenta la Justicia para juzgar a figuras de máximo nivel.

La confirmación de la condena actúa simbólicamente como una reafirmación del principio republicano de que nadie está por encima de la ley, incluso una expresidenta.

Una lectura más crítica, proveniente de sectores afines a Cristina, sostiene que este fallo instrumentaliza la Justicia con fines políticos, utilizando la acusación de corrupción como herramienta de prospección política. Desde esta perspectiva, el Poder Judicial, al activar este tipo de causas en momentos clave, estaría incurriendo en abuso de su propia autoridad, con efectos disciplinadores sobre la política. La noción de "abuso de poder" no se atribuye solo al Ejecutivo condenado, sino también a los jueces que habrían operado según intereses extra-jurídicos.

El fallo establece un precedente de que la corrupción como forma de abuso de poder puede ser perseguida judicialmente, incluso a nivel presidencial. Pero, al mismo tiempo, el uso selectivo y temporal de estas causas levanta sospechas sobre otro tipo de abusos de poder: El del Poder Ejecutivo, cuando gobierna sin controles y favorece intereses propios, y el del Poder Judicial, cuando interviene con sesgo o intención política bajo la apariencia de legalidad.

 

ESTRATEGIA DEFENSIVA

La confirmación por parte de la Corte Suprema de Justicia de la Nación del fallo que condena a Cristina a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos en la causa Vialidad representa un hito institucional inédito desde el retorno de la democracia. Por primera vez, una ex presidenta con liderazgo vigente es alcanzada por una condena penal firme por delitos contra la administración pública. Sin embargo, más allá del impacto político, el foco ahora se desplaza hacia lo que jurídicamente resta por jugar: ¿irá presa? ¿Tiene margen para revertir la condena? ¿Qué herramientas busca utilizar su defensa?

La defensa de la ex presidenta, encabezada por los abogados Carlos Beraldi y Ary Llernovoy, ha desplegado una estrategia que combina litigio en sede nacional con una hoja de ruta proyectada hacia organismos internacionales. El equipo jurídico ha presentado una queja directa ante la Corte Suprema, tras el rechazo de su recurso extraordinario en Casación.

El núcleo del planteo gira en torno a una supuesta vulneración del debido proceso: cuestionan la imparcialidad del tribunal que la juzgó, el rechazo de prueba clave, como testimonios o pericias, y la introducción de elementos nuevos en Casación, tales ccomo los mensajes de WhatsApp del ex secretario de Obras Públicas, José López, los que no habrían sido debatidos en el juicio oral.

El objetivo es la revocación de la condena o, al menos, la apertura de una instancia que permita realizar un nuevo juicio oral con otro tribunal.

No obstante, los antecedentes son escasos: la Corte Suprema, en este tipo de casos, suele rechazar por vía formal estas quejas. En ese escenario, la defensa ya prevé invocar tratados internacionales, denunciando lawfare ante la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

 

¿PRISIÓN EFECTIVA O DOMICILIARIA?

A pesar de la firmeza del fallo, difícilmente Cristina Kirchner termine en una cárcel común. El artículo 32 de la Ley 24.660 permite sustituir el cumplimiento de una condena en prisión por reclusión domiciliaria para mayores de 70 años, especialmente si no hay riesgo de fuga ni entorpecimiento procesal. Cristina tiene 72 años, mantiene domicilio fijo y una fuerte exposición pública.

Además, desde el punto de vista político e institucional, su ingreso a una cárcel ordinaria tendría un alto costo social y encendería tensiones innecesarias para el gobierno.

 

LO QUE SE VIENE

Con Cristina fuera de juego, el futuro inmediato se juega entre la consolidación de Milei y la ultraderecha como fuerza dominante, la capacidad del peronismo de reinventarse sin su figura histórica más influyente y la presión social en las calles, que podría marcar la dinámica política en el corto plazo.

En lo judicial, la Corte debe resolver la queja presentada. Si la rechaza, la sentencia queda plenamente ejecutable. La defensa podrá entonces solicitar prisión domiciliaria y formalizar la vía internacional.

En lo político, el peronismo debe redefinir su identidad sin Cristina como opción de poder. La reacción del núcleo kirchnerista, con movilizaciones, tomas universitarias y actos públicos, busca sostener su liderazgo moral, aunque sin traducción institucional.

En lo institucional, la Corte, al confirmar la condena sin fisuras internas, emite un mensaje fuerte sobre el alcance de la responsabilidad penal de los más altos funcionarios del Estado. El precedente es potente y marcará el tono de futuras investigaciones sobre corrupción estructural.

En un escenario a futuro, la defensa de Kirchner anunció que podría elevar el caso a instancias internacionales, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Pero no hay que olvidar que la ex presidenta tiene enfrente otras causas judiciales. De hecho, enfrenta múltiples procesos, entre ellos, la causa “Cuadernos” y el memorándum con Irán, que siguen su curso independiente de este fallo.

 

Con este fallo, la Corte Suprema cierra definitivamente la vía judicial ordinaria en la causa Vialidad, consagrando la condena y dejando a la exmandataria fuera de futuras contiendas electorales. El impacto político es significativo: refuerza la agenda anticorrupción del gobierno, polariza aún más el campo político y deja un peronismo en búsqueda de reconversión sin su figura principal.

Cristina Fernández de Kirchner enfrenta su punto de no retorno. La cárcel, aunque probable solo en su modalidad domiciliaria, ya no es una amenaza abstracta. La inhabilitación, en cambio, la excluye del futuro político en términos legales, más allá de su gravitación simbólica. Su defensa jugará ahora su último recurso dentro del país y extenderá la batalla al plano internacional. Mientras tanto, la política argentina, privada de una de sus figuras más determinantes, deberá redefinirse bajo nuevas coordenadas.

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