05 de julio, 2024
Colaboración

El año pasado los integrantes del entonces Frente de Todos emitieron un comunicado titulado “Democracia sin proscripciones. Unidad para transformar”.

En dicho mensaje se habían plasmado las conclusiones del consenso al que se había llegado en el otrora oficialismo, en discusiones internas permanentes ante la proximidad de las elecciones. 

Arrancaba el texto casi como algo autodescriptivo, afirmando que “el mayor triunfo de los poderes concentrados es someter a la sociedad en el desánimo y en el enojo, en la frustración y el descreimiento. Quieren convertir una situación global muy adversa en un fatalismo del que no hay salida”.

Y anticipaban que “en 2023 se enfrentarán dos modelos de país. La Argentina de un progreso compartido, democrática e igualitaria; y el anacronismo de una derecha que concibe al país como una plataforma de negocios para unos pocos».

Finalizaban con la supuesta proscripción a Cristina Fernández de Kirchner: “No hay, o no debería haber, ningún poder económico, mediático o judicial capaz de decidir por encima de la voluntad popular”.

Lo que vino después es algo archiconocido. Cuando vemos que el outsider panelista ganó contra todo pronóstico, por tanto, la supuesta derecha ya no la encarnaría ningún representante del PRO sino alguien sin partido político, sin representatividad en gobiernos provinciales, sin bancadas mayoritarias o de incidencia específica en ninguna de ambas cámaras.

Y ese outsider, que vociferaba cosas alocadas, que tiraba mandobles verbales a diestra y siniestra y que parecía un esquizofrénico sin límites, terminó siendo el presidente y lo que amenazaba hacer en esos memorables soliloquios televisivos lo está cumpliendo a rajatabla.

A partir de ello, quienes hablaban de dos modelos de país se comienzan a importunar porque temen que les quiten sus privilegios, que sus seguidores se cansen y vayan con el novedoso actor de la política vernácula y que se desplomen sus pretensos discursos de soberanía, derechos y cuanta parafernalia efectista usaron hasta el momento.

Los locos abren los caminos que más tarde recorren los sabios”, señalaba el escritor italiano Carlo Dossi, y en Milei pareciera que se confirma esa definición. En su locura se comienza a observar una senda hacia un progreso que todos deseamos por décadas y que muchos aspiran a que luego de su paso por la Casa Rosada haya un cambio de chip, es decir haya una ferviente conversión de ciudadanos en sabios cultores de una libertad con derechos y progreso.

Pero mientras tanto, las fuerzas del cielo deben enfrentar a las fuerzas del otrora modelo perimido y largamente fracasado. Ante las medidas anunciadas y los proyectos esbozados oponen una tenaz terquedad, que se visualizó de manera exorbitante en dos paros generales.

Y acá uno debe preguntarse si el paro general motorizado por la CGT este último 9 de mayo -que vino de la mano digamos sin tapujos por personajes como Pablo Moyano y compañía- ha tenido el éxito esperado por los organizadores. Lo primero que uno advierte es que, en las grandes urbes sin el transporte, el cual se plegó a la medida de fuerza, en esas grandes urbes se observó la ausencia en los lugares de trabajo y estudio, pero preguntando a los que andaban por la calle en busca de medio de movilidad, casi todos coincidían con sus ganas de ir a trabajar.

Así, cuando uno mira hacia las pequeñas ciudades y pueblos también se pudo observar que la gente no se plegó al paro. Entonces comenzamos a ver que hay cierto desapego a estas formas de hacer política, que resultan ser extremas y bastante abusivas porque no demuestran un amor al país sino una decisión ideologizada de ciertos sectores que actúan de manera prepotente e impidiendo que la gente se decida de manera libre.

Nos preguntamos: ¿No hubiera sido mejor y más pulcro que el transporte no se plegará al paro y saber entonces la real aceptación a la medida de fuerza?

El paro de transporte resultó ser entonces un factor clave para garantizar el supuesto éxito de la medida, pero la actividad comercial que se vivenció en todo el país demostró que la sociedad no deseaba parar, sino que buscaba continuar con su vida diaria sin interrupciones.

Y nuevamente uno recuerda el documento anticipador con lo que arrancamos estas líneas y de lo que vendría después. Se enfrentaban dos modelos de país y la semana pasada uno de ellos demostró su anacronismo, cuando en solo cinco meses de gestión se intenta porfiadamente frenar al país al no querer aceptar las propuestas de un gobierno legítimamente elegido.

Es que el paro fue algo de características políticas muy evidentes, donde no hay justificativo que avale dicha medida que resultó ser algo tan irrazonable como inaudito e inoportuno.

Podemos entonces conjeturar que la medida de fuerza resultó ser una suma cero, donde nadie ganó y donde todos perdimos, porque al preguntamos si Milei arriará sus banderas, damos por descontado que no. Ya demostró que cumple con su palabra y que se enfrenta a todos sin ruborizarse ni amilanarse.

Por lo pronto, los sindicalistas y los políticos que motorizaron el paro saben que el presidente no cambiará, entonces el paro solo fue un escarceo que detuvo la marcha del país y nos hizo perder millones de pesos a todos, pesos que no tenemos ni abundan.

Hacia futuro podemos descontar que solo encontraremos más disputas y mayores situaciones de gran tensión institucional, donde el antagonismo entre estos dos modelos de país, el del pasado eternamente fracasado y el presente abierto y esperanzador, donde se discuten, además, pseudas ideologías de etiquetas amarillentas, donde unos dicen defender derechos que hoy no se tienen y, por tanto, difícilmente se pierdan, y los otros hablan de privilegios de casta y admoniciones de valores perdidos, como la libertad. En esta contraposición damos por seguro que nos generará muchos dolores de cabeza y tropiezos varios.

No caben dudas que estamos frente a la contraposición de dos modelos de sociedades, de dos concepciones que discrepan en la forma de abordar el desarrollo del pueblo, de la idea de distribuir la riqueza y de cómo generarla, del rol del Estado y de la participación social en los procesos democráticos.

Unos piensan que los cambios que se pretenden introducir significan retroceder, mientras tanto el presidente y el conjunto social que lo votó -sabiendo lo que él prometía-  piensan que el cambio nos liberará de un cúmulo de regulaciones que nos asfixian y no nos dejan desarrollarnos.

Fundamentalmente, de lo que se trata es ver en qué posición nos colocamos ante el modelo de Estado y sociedad, si queremos un Estado supuestamente presente pero paquidérmico e ineficiente, o un Estado que nos represente, pero solo en aquello que sea estrictamente necesario, liberando el poder individual de cada uno de nosotros sin intromisiones estatales.

Por ahora, el Estado como lo conocemos solo benefició a unos pocos y perjudicó a las mayorías, dejando como consecuencia desocupación, pobreza y hambre, todo ello imposible de adjudicar al actual gobierno y a las medidas que adoptó hasta el presente, porque bajo ningún punto de vista podemos atribuir al actual gobierno libertario la situación que afronta el país, luego de años de mentiras, corrupción y equívocas políticas.

Debería ser tiempo de aprender de los errores del pasado y de cambiar la cultura del asistencialismo sin futuro a un presente de trabajo y oportunidades. Para ello debemos avanzar en los derechos reconquistados para los sectores más vulnerables y desprotegidos, pero sumando otros ítems, como la libertad que emana de nuestra Constitución.

De lo que se trata es poner en discusión un cambio total de mentalidad, donde propendamos a una voluntad colectiva nacional que apoye este nuevo proceso para ir construyendo el poder necesario para seguir profundizando la redefinición del Estado en función de la redistribución de la riqueza y el bienestar de la población en general.

Eso sí, el nuevo Estado no nos debe asfixiar, sino requerir que tan solo nos ayude y libere la potencialidad de cada individuo.

Es posible que Javier Milei sea la oportunidad que esperamos durante tanto tiempo y podamos creer, como sostuvo el británico Chesterton, que “loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo, todo, menos la razón”. Si fuera así, probablemente nos conduzca a un destino que nunca debimos abandonar, el de un país pujante y poderoso.

 

Julio César Coronel

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