Leer Borges es leer a esos escritores de cuyos libros sales más rico de lo que estabas al sumergirte en su lectura. A pesar de que para muchos su lenguaje es abstruso, Jorge Luis Borges pensaba que el barroquismo en la literatura era un ejercicio de la vanidad.
Se puede decir que casi toda la obra de él está centrada en la figura de los laberintos y la infinitud del tiempo.
Los laberintos como una metáfora de la vida y las decisiones que a diario debe afrontar el ser humano entre la multiplicidad de decisiones a tomar.
El tiempo infinito es algo que aborda en su teoría del tiempo circular, habla de un tiempo que se repite inexorablemente. Estos temas abordaremos en posteriores ediciones.
Pero si de conceptos elevados, casi más cerca de la filosofía que de la literatura hablamos, en este espacio de cultura que LA COLUMNA acerca a sus lectores, vamos a hablar de una gran genialidad que escribió Borges: El Aleph.
El Aleph es un libro de cuentos de este genial escritor, pero también es uno de los más maravillosos cuentos de este libro.
Cuando Borges relata su encuentro con el objeto del cuento, lo describe como “una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”, cuyo diámetro sería “de dos o tres centímetros, y el espacio cósmico estaba allí, sin disminución de tamaño”.
Según dice, el Aleph, es el punto mítico del universo donde todos los actos, todos los tiempos (presente, pasado y futuro), ocupan “el mismo punto, sin superposición y sin transparencia”.
Aquí quiero detenerme y pensar en que tal vez, y sólo tal vez, Borges con su esfera pequeña que contenía el universo, no era pretencioso, sino que simplemente estaba anticipando en 1949 (año de su publicación) lo que sería el pequeño gigante que es la internet (producto comercial del fenómeno de la globalización).
Los hombres de esta era tienen, si uno piensa con esa lógica, un Aleph, cada uno en sus manos. Porque, ¿qué mejor definición le vendría a un móvil que el de ser un pequeño objeto que contiene todos los tiempos, todo el universo en un único lugar que pareciera reflejarlo: un objeto pequeño que contiene todo el universo?
Pero el mismo cuento habla de que el Aleph, como objeto de visiones diversas tiene otras versiones. De las que cuenta el cuento, que los invito respetuosamente a leer; es bello y no muy extenso como era característica borgeana, hay otra versión del Aleph como continente del universo, versión que tiene forma de columna que se encuentra en la mezquita de Amr, en Egipto. Sus visitantes dan testimonio de que los que acercaron su oído a la misma escuchan un rumor que proviene de todas las voces del vasto universo. Se dice que esta columna, una de las muchas que rodean el patio central, emite un zumbido o rumor, perceptible cuando uno se acerca a su superficie. Aunque no hay evidencia física de esto, se ha convertido en una leyenda asociada a la mezquita y a la idea de un universo contenido en un solo punto. Otra versión de el Aleph sería el espejo universal de Merlín.
¿Existe el Aleph? Y agrega Borges: “nuestra mente es porosa para el olvido”, y en eso de describirnos como humanos con memoria permeable, necesitamos de la existencia de un Aleph, o de alguno de sus sucedáneos.
Cierro esta descripción de esta parte fundamental de la obra de Borges, volviendo a la equiparación de este objeto minúsculo y poderoso con lo que hoy es la comunicación global.
Para mí, fue un anticipo de este genial autor, que sabía que todo es relativo y que el mundo entero y sus tiempos puede estar en un solo lugar. Para nosotros, los “hombres modernos”, estaría condensado en un aparato de entre 7 y 14 centímetros, aproximadamente. (Medidas promedio de un celular).
Pero justamente, dejen sus celulares y lean, lo que fuere, de Borges o algún otro autor, el que les guste.
Un libro es el viaje más barato por el mundo entero, y como decía el inspirador de esta nota: “leer es ser feliz. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad”.