13 de junio, 2025
Emprendedor

Lucas Maldonado cultiva bonsáis con especies autóctonas como el quebracho, el chañar, el algarrobo, y la huiñaj. Aprendió la técnica en Buenos Aires y hoy la aplica de manera agroecológica y artesanal en un emprendimiento familiar. Con paciencia, conocimiento y amor por lo propio, transforma cada árbol en una forma de arte, memoria y conservación.

En Villa Atamisqui, una localidad ubicada a 121 kilómetros de la ciudad capital de Santiago del Estero, se conserva una técnica ancestral japonesa que busca capturar en miniatura la belleza de la naturaleza.

 

Lucas Maldonado es herrero de oficio, también hojalatero como su padre: fabrica baldes, fuentones y otras piezas útiles. Pero su vínculo con el arte de crear y moldear no se limita al hierro o la chapa. Es así que en una charla con LA COLUMNA compartió detalles de su pasión referida a la flora santiagueña.

 

Desde chico lo fascinaban los árboles en miniatura. Esa curiosidad creció cuando, ya viviendo en Buenos Aires, comenzó a trabajar en un jardín japonés especializado en plantas ornamentales de temporada. Con el tiempo, ganó confianza con sus empleadores y se animó a preguntar por aquella técnica que tanto lo atraía. Así fue como empezó a aprender y practicar el cultivo de bonsáis.

 

El bonsái: paciencia y arte

Hacer un bonsái es el arte de cultivar un árbol en miniatura en una maceta, imitando la forma y el estilo de uno grande en la naturaleza. No se trata solo de tener un arbolito pequeño, sino de cuidar su forma, su tamaño y su equilibrio estético mediante podas, alambrado y riego cuidadoso. El árbol conserva todas las características de su especie, pero a escala reducida.

 

De regreso en su pago, Lucas se casó con Carina Pajón, artesana y tejedora. Con la llegada de su primer hijo, quiso compartir con él su pasión por los bonsáis. Fue entonces cuando decidió animarse a experimentar con árboles autóctonos santiagueños.

 

La primera vez que lo hizo fue hace ya casi dieciocho años. En un tronco viejo de paraíso sembró un par de semillas de huiñaj, o palo de cruz, una planta cada vez que hay cambio de tiempo o llueve. De ahí, nacieron seis plantas y se demostró que podía aplicar lo que había aprendido.

 

Con paciencia y dedicación, optó por producir desde cero: junta las semillas en el campo, las siembra y guía su crecimiento. No recurre a lo que se conoce como “bonsái llamador” -una técnica que consiste en recoger un árbol joven o una rama ya formada para comenzar a moldearla-. Su enfoque es más lento, pero también más profundo.

 

Hoy cuida alrededor de 200 ejemplares, entre los que se encuentran quebrachos, algarrobos, chañares, mistoles y otras especies nativas. Su trabajo es completamente agroecológico: no utiliza químicos ni fertilizantes artificiales. Todo el proceso es autosustentable. Este enfoque, el cual le requirió formación, le ha permitido, a su vez, tener su propio vivero de plantas de sombra ornamentales.

 

La Expo Flor y la comunidad

En 2021, Lucas fue invitado a participar de la "Expo Flor", un evento impulsado por Jorge Pajón, abogado y referente del grupo Atamisqui Productivo. Pajón llegó un día hasta la casa de Lucas y lo animó a mostrar su trabajo, a exponer sus bonsáis y de paso vender algunas plantas.

A partir de entonces, Lucas no solo participó de las ediciones, sino que también comenzó a organizar el evento junto a otros productores locales, Atamisqui Productivo y la UTT (Unión de Trabajadores de la Tierra). La Expo Flor se convirtió en un espacio de encuentro, intercambio y visibilización del trabajo que hacen los pequeños emprendedores de la región.

 

Una forma de conservar lo nuestro

El cultivo de bonsáis con especies autóctonas no es solo una expresión artística y personal. También es una práctica valiosa para la conservación. Muchas de las especies que Lucas trabaja se encuentran amenazadas o en riesgo de extinción por la deforestación, el avance urbano o el cambio climático. Al criarlas desde semilla y cultivarlas con respeto, se abre una forma alternativa de preservar la biodiversidad local, incluso desde un pequeño patio o galería.

Aunque parezca contradictorio, miniaturizar un árbol puede ser una forma muy concreta de mantenerlo con vida.

 

Desde el hierro y la chapa hasta las raíces y las hojas, Lucas encontró en el bonsái una forma de expresión y también de cuidado. Su tarea, silenciosa y paciente, habla de una manera distinta de habitar la tierra: con tiempo, con respeto, con amor por lo propio.

En cada uno de sus pequeños árboles hay una historia, una técnica y también una esperanza. Hoy avanza con su trabajo junto a su familia compuesta por su esposa, sus tres hijos varones y una pequeña nena. Confiesa que, más allá de que el emprendimiento es familiar, la actividad para sus hijos es opcional ya que quiere que lo hagan si realmente lo desean, así como lo hizo él.

 

A pesar de que, si comercializa sus bonsáis, considera esta actividad una afición. Por lo que se permite dedicarse a ellos sin verse apresurado y apretado por los tiempos. Al fin y al cabo, esta técnica ancestral extranjera se basa en la conexión con lo que la tierra brinda. Y en lo natural, los tiempos no existen.

 

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