La elección legislativa del domingo en la provincia de Buenos Aires constituyó un terremoto político para Javier Milei. A casi dos años de haber llegado al poder con un caudal arrollador de votos, el presidente se topó no solo con su primera derrota desde que irrumpió en la política, sino con la realidad de un electorado que le dio la espalda, cansado del ajuste sin resultados y de la confrontación permanente.
Las urnas hablaron y el mensaje fue claro: Javier Milei, que hace menos de dos años había conquistado el poder con un vendaval de votos y un discurso disruptivo, acaba de sufrir una derrota electoral que lo obliga a repensar su estrategia y su relación con la sociedad. Lo que parecía un plebiscito sobre su gestión se transformó en un voto castigo, alimentado por la frustración, la pérdida de expectativas y la revitalización del peronismo.
El resultado no es una mera oscilación electoral, sino el reflejo de un ciclo político que se acelera con la misma velocidad con que el presidente prometió dinamitar la “casta”. Aquella épica de cambio radical que ilusionó a millones de argentinos se estrelló contra la realidad de una gestión marcada por la confrontación permanente, los costos sociales del ajuste y la incapacidad de tender puentes en un sistema político que exige acuerdos más que imposiciones.
Milei llegó al poder en diciembre de 2023 con una promesa que rayaba lo mesiánico: reducir la inflación, liberar las fuerzas del mercado y devolver la prosperidad perdida. Su discurso -profundamente emocional, cargado de épica y de bronca- encontró eco en un electorado agotado por años de crisis y decepciones.
Pero las expectativas desmedidas se transformaron pronto en desilusiones palpables. Los salarios siguieron rezagados y el ajuste recayó con dureza sobre sectores medios y bajos que habían apostado por él. En lugar de alivio, llegó más sacrificio. El desencanto fue rápido y contundente: el mismo voto que lo llevó al poder con esperanza ahora se lo devolvió en forma de rechazo.
El programa económico libertario, basado en un ajuste feroz y en la reducción abrupta del gasto, produjo un impacto social corrosivo. Subsidios recortados, transferencias reducidas, aumentos de tarifas y pérdida de poder adquisitivo golpearon en el corazón de quienes lo habían votado buscando precisamente un alivio.
Milei había prometido un sacrificio breve y virtuoso. La gente, en cambio, sintió que el esfuerzo era desmedido y los beneficios, inexistentes. El voto de castigo fue, sobre todo, un voto desde el bolsillo.
LA MAGNITUD DE LA DERROTA
La elección legislativa en la provincia de Buenos Aires fue una derrota impensada para Milei, una derrota que lo obliga a replantear su estrategia de cara al futuro. El Peronismo lo superó en más de 13 puntos, dejando un saldo contundente: caída de votos para el oficialismo, aumento de la abstención y un mensaje claro del electorado.
Los números hablan por sí mismos. La Libertad Avanza (LLA) y el Pro pasaron de los 4.2 millones de votos en 2021 a apenas 2.7 millones esta vez; perdió casi 1.5 millón de votos.
Por su parte, el peronismo, en 2017, había logrado casi 3 millones y medio de sufragios y en esta ocasión fueron 3.820.119, o sea, ganó un poco más de 375 mil votos adicionales respecto del último comicio comparativo. Estas cifras deben entenderse como que el peronismo no logró un aumento significativo de votos, sino que fueron menos de 400 mil.
Pero lo más significativo fue el éxodo masivo a la abstención, que llegó a casi 6 millones de electores, o sea que, comparados con lo sucedido en diciembre de 2023, creció en más de 2 millones de votos, consolidando una pérdida estructural del respaldo libertario.
Mientras que los votos en blanco y anulados se multiplicó de manera exponencial, ya que alcanzó una cifra de 688.967, o sea 426.389 más que en la contienda donde Milei resultó triunfador.
El analista Carlos Pagni lo sintetiza con precisión: “Esto viene a resetear todo el panorama”. La nacionalización de una elección originalmente local -y “anodina”- amplificó un error estratégico mayor: subestimar el poder de convocatoria y cohesión del peronismo. En tal sentido, señaló que la magnitud de la derrota otorgó a una contienda local una dimensión nacional, revelando tensiones que se habían ido incubando.
EL FACTOR KARINA
En ese escenario, el rol de Karina Milei terminó siendo más un obstáculo que una fortaleza. Su control férreo del armado político convirtió a La Libertad Avanza en un espacio cerrado, sin cuadros ni estructura, incapaz de competir territorialmente con el peronismo. La percepción de que el gobierno se maneja como una empresa familiar erosionó aún más la credibilidad de un proyecto que se había presentado como “anticasta”.
La hermana del presidente se convirtió en guardiana del armado político, concentrando decisiones, definiendo listas y cerrando el círculo de confianza a niveles asfixiantes. La imagen de un partido manejado como una empresa familiar debilitó la construcción territorial y generó tensiones internas.
La interna dentro del oficialismo, especialmente entre Karina y Santiago Caputo, desembocó en divisiones visibles. La concentración del poder en torno a Karina y su influencia en la confección de listas profundizó fisuras internas.
La Libertad Avanza mostró así una de sus principales debilidades: la ausencia de cuadros políticos sólidos y de estructura federal. Frente a un peronismo curtido en décadas de organización, militancia y capilaridad territorial, el oficialismo lució como un movimiento personalista y frágil, dependiente casi exclusivamente de la figura del presidente y de su hermana.
LA SUBESTIMACIÓN DEL PERONISMO
Quizás el error estratégico más grave de Milei fue dar por muerto al peronismo. Desde el gobierno se asumió que el kirchnerismo estaba en retirada, que la dispersión opositora era irreversible y que ninguna figura sería capaz de aglutinar el voto popular.
La realidad fue exactamente la contraria: el peronismo se reagrupó con rapidez, y lo hizo detrás de un liderazgo relativamente fresco y competitivo como el de Axel Kicillof. El gobernador bonaerense no solo retuvo su bastión: se proyectó como referente nacional, articulando una narrativa de defensa social frente al ajuste libertario.
La jugada de desdoblar elecciones en Buenos Aires y mostrarse como gestor, más que como ideólogo, le permitió a Kicillof consolidar apoyos y ampliar su base. Su triunfo fue tanto sobre Milei como sobre los restos del kirchnerismo duro, lo que lo posiciona como un actor central del futuro peronista.
El contraste fue brutal: mientras el oficialismo exhibía internas entre Karina Milei y Santiago Caputo, el peronismo lograba lo impensado hasta hace poco: unidad. Gobernadores, intendentes, sindicatos y movimientos sociales cerraron filas, conscientes de que la oportunidad era única.
Milei, en cambio, eligió el camino de la confrontación permanente: contra periodistas, contra los gobernadores, contra legisladores, contra todo aquel que no se subordinara a su lógica de “todo o nada”. La política, sin embargo, rara vez premia la soledad: el aislamiento terminó erosionando su capacidad de gestión y su imagen pública.
DEL ENTUSIASMO A LA INDIFERENCIA
Uno de los pilares del triunfo libertario fue el voto joven, urbano y antisistema. Ese electorado que en 2023 lo acompañó con fervor, a dos años muestra una decepción palpable. La falta de oportunidades laborales, el encarecimiento del costo de vida y la sensación de que “nada cambió” empujaron a miles de jóvenes hacia la abstención o la apatía política.
El oficialismo no solo perdió votos hacia el peronismo, sino que perdió entusiasmo hacia la nada. Gran parte de los 1.5 millones de votos evaporados se diluyeron en la indiferencia, un terreno donde el peronismo supo capitalizar con su maquinaria electoral.
UN FUTURO INCIERTO
La derrota de Milei en Buenos Aires es mucho más que un traspié electoral: es un punto de inflexión político. De aquí en adelante, el presidente enfrenta un dilema complejo: o corrige el rumbo, construye alianzas y modera el ajuste, o corre el riesgo de profundizar el aislamiento y acelerar su desgaste.
El peronismo, en cambio, demostró una vez más su capacidad de resistencia y adaptación. Ganó porque se unió, porque ofreció un liderazgo claro y porque supo capitalizar el malestar social. Milei perdió porque gobernó contra la sociedad, porque subestimó a su adversario y porque confundió épica con gestión.
El veredicto de las urnas no deja dudas: el ciclo del arrebato terminó, comienza el del desencanto. Y en la Argentina, la política siempre encuentra la manera de llenar esos vacíos.
HACIA UN NUEVO MAPA ELECTORAL
A estas alturas es necesario recordar que las elecciones del pasado domingo no fueron nacionales, pero sí dejaron huellas claras en el escenario político que se abrirá hacia el 26 de octubre. Tal como había ocurrido en Corrientes el último día de agosto, lo que ocurrió en Buenos Aires, el principal distrito electoral del país, mostró que el oficialismo de Javier Milei enfrenta un desgaste más rápido del esperado, mientras que el peronismo consiguió articular una respuesta unificada.
Si bien es cierto que la próxima contienda electoral será en todo el país, la verdadera prueba se jugará en distritos claves como Córdoba, Mendoza y Santa Fe, los que aún no eligieron autoridades locales, y son claves por su caudal de votos, pues estas provincias fueron el núcleo duro del apoyo a Javier Milei en 2023.
El panorama adelanta un escenario muy adverso para Milei de cara a las elecciones del 26 de octubre. Las tres provincias que fueron clave en su victoria de 2023 podrían ser parte de la fuga de votos hacia el peronismo. Si esa tendencia se repite en la elección nacional, el oficialismo enfrentará una derrota difícil de revertir.
El peronismo, en cambio, se muestra consolidado, unido y con capacidad de expansión territorial. No se trata sólo de su bastión bonaerense, sino de avanzar en provincias que históricamente le eran esquivas. La lectura política es clara: el “núcleo duro libertario” ya no alcanza, y el clima electoral comenzó a virar hacia una recomposición del peronismo como fuerza competitiva a nivel nacional.
EL ESTRATEGA COMUNICACIONAL
Santiago Caputo, sin cargo formal en el gobierno, es considerado uno de los asesores más influyentes de Milei. Su rol trasciende lo visible: es el arquitecto del relato, responsable de modelar discursos, narrativas y la imagen pública del Gobierno.
Se lo compara con un Rasputín moderno: poderoso, silencioso, operando desde arriba, sin exponerse pero marcando el rumbo comunicacional del Ejecutivo.
Además, maneja zonas clave del poder: servicios de inteligencia, la agencia impositiva e incluso influye en el Ministerio de Justicia.
Su rol se catapultó cuando construyó la campaña ganadora de 2023 y desde entonces funciona como el cerebro estratégico detrás de Milei.
Sin embargo, la contundente derrota electoral en Buenos Aires expuso fricciones internas en el núcleo de poder oficialista. Hay que tener en cuenta que el sector alineado con Santiago Caputo es uno de los que perdió espacio durante el armado de la campaña provincial, dominado por Karina Milei, Martín Menem y Sebastián Pareja.
Si bien sus espacios políticos se vieron desplazados en la campaña, su retorno a la mesa política será clave en el relato interno. En este escenario, Caputo podría capitalizar su alineamiento con el sector comunicacional y recuperar protagonismo, aunque el equilibrio no está asegurado.
No hay que olvidar que Caputo lidera, de facto, un equipo de redes fuertemente activo, conocido como "Las Fuerzas del Cielo", un colectivo digital leal a Milei, que sigue sus directrices comunicacionales. Esto incluye una estrategia polarizante, con propagación de desinformación, ataques digitales contra opositores, defensa casi sistemática del oficialismo, a través de un ejército de redes que refuerza el control del relato digital proselitista.
Caputo enfrenta ahora el desafío de retomar la centralidad de manera equilibrada, sin eclipsar a otros actores del armado político, pero sin perder influencia en el relato oficial.
Santiago Caputo sigue siendo el artífice comunicacional y relacional del gobierno de Milei, el operador clave en la ejecución del relato digital y del armado estratégico.
DEL VOTO ESPERANZA AL VOTO CASTIGO
La derrota de Milei no fue solo un traspié electoral: fue la manifestación de un desencanto profundo. El presidente perdió en menos de dos años gran parte del capital político que lo llevó al poder porque subestimó los tiempos sociales, creyendo que la paciencia de los argentinos alcanzaría para soportar un ajuste sin resultados inmediatos.
A esto se sumó el aislamiento político, el peso de Karina Milei en las decisiones, la subestimación del peronismo y la falta de contención a los sectores golpeados.
El peronismo ganó porque se mostró unido, supo capitalizar el malestar social y contó con un liderazgo claro en Axel Kicillof. En la vereda del frente, Milei perdió porque dejó escapar votos por desilusión, abstención y desconexión con la realidad cotidiana de sus votantes.
La gran lección de esta elección es que en la Argentina no alcanza con el discurso disruptivo ni con la confrontación permanente: el poder se construye con resultados concretos y con alianzas amplias. Milei, por ahora, no logró ninguna de las dos cosas.