28 de junio, 2025
Actualidad

Aunque el derecho reconoce el valor económico de las tareas de cuidado, deja fuera una parte fundamental: la carga mental. Ese esfuerzo invisible que organizan día a día las madres no se mide ni se reparte.

Es un nuevo día escolar. A la más pequeña le toca dar su primera exposición oral. Los nervios la ponen un poco olvidadiza, justamente el día que tiene que llevar el afiche para presentar su tema y devolver el boletín de notas firmado. A mamá hoy le toca trabajar desde muy temprano, así que papá la va a llevar hoy a la escuela. Porque ambos comparten, de manera justa, las responsabilidades.
Pero papá no sabe que hoy es el primer oral de la nena. Tampoco que hay que firmar un boletín y asegurarse que llegue a la seño. Llevar tu hija a la escuela, se supone, es simplemente arrancar el auto e ir. 
Mamá, desde el trajín del trabajo, se encarga de llamar y recordarle cada detalle. Pues para ella no es opción no saber todo esto. Explica dónde está el boletín, como se llama la seño a la que hay que entregárselo, y cuál es el tema que la nena debe repasar. Se hace cargo de todo, aun estando lejos.

Eso es la carga mental: el esfuerzo no remunerado, invisible, que implica prever, planificar, coordinar y sostener la vida doméstica y familiar. No se ve, no se paga, pero ocupa tiempo, energía y salud. Y, sobre todo, no se reparte.
Según el estudio realizado por “Próxima a ti” de P&G, el 71% de las mujeres sufre carga mental, y sólo el 12% de los hombres lo experimenta. Así también, el informe oficial del INDEC de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) 2021, señala que el 91,7 % de las mujeres realizó trabajo no remunerado (doméstico, de cuidado o de apoyo) entre octubre y diciembre de 2021, frente al 75,1 % de los varones. 

Desigual desde el principio

Esta desigualdad se vuelve más evidente al momento de un juicio de alimentos. Allí es cuando, en teoría, se intenta equilibrar las cargas. Pero en la práctica, se legitima el abandono paterno y se perpetúa el sacrificio materno.
“En el juicio de alimentos se evidencia con claridad la desigualdad: a la mujer se le exige que trabaje más, que se esfuerce por generar mayores ingresos, sin descuidar el cuidado de los hijos, porque generalmente es ella quien ‘se queda con los chicos’. En cambio, al varón solo se le puede exigir, en el mejor de los casos, una cuota alimentaria. No se lo puede obligar ni siquiera a cumplir un régimen comunicacional si no lo desea”, explicó la abogada Claudia Pallares en una entrevista con LA COLUMNA.
El rol construido en torno a la maternidad refuerza esa lógica. Se espera que las mujeres hagan todo, porque “eso es ser madre”. Y esa frase se convierte en la excusa para tolerar violencias simbólicas, económicas e incluso institucionales.

La Justicia también exige más

La desigualdad también se refleja en el proceso judicial en sí. Son las mujeres quienes deben iniciar las acciones legales para exigir lo más básico: alimentos para sus hijos. Y aun en ese reclamo, la carga probatoria recae sobre ellas.
“Se les impone probar lo que debería ser presumible. ¿Alguien duda de lo que se necesita para criar a un hijo?”, plantea la abogada. Aunque se logre acreditar cada necesidad, si la cuota no contempla el valor del cuidado y tiempo que requiere la crianza, seguirá siendo una respuesta incompleta y desigual.
El Código Civil y Comercial de la Nación, en su artículo 660, reconoce que las tareas de cuidado tienen valor económico y deben ser consideradas al fijar alimentos. También contempla la figura de la compensación económica en casos de separación. Pero, tal como alerta Pallares, sigue existiendo una gran dificultad para probar el tiempo, el desgaste, el esfuerzo mental. Hoy en día, a pesar de la dificultad de la prueba, se cuenta con la Canasta de Crianza, un índice mensual del INDEC, que pone valor el costo de bienes y servicios necesarios para niños y niñas, y tiene en cuenta el valor del cuidado de los mismos.

Al varón solo se le puede exigir, en el mejor de los casos, una cuota alimentaria. 

Una desigualdad estructural que se naturaliza

Detrás de esta omisión hay algo más profundo: una estructura social que asigna roles fijos y no los cuestiona. “Ni la Justicia ni la sociedad reconocen a la carga mental como una forma de desigualdad estructural, justamente por el rol históricamente asignado a las mujeres”, explica la abogada.
Ese mandato de “ser madre” se convierte en una trampa: la mujer que reclama, muchas veces, debe enfrentarse no solo a la inacción del otro progenitor, sino también a un sistema que la hace sentir culpable por pedir. Que duda de su palabra. Que le exige más. Que le da menos. “Muchas mujeres han callado por miedo a que la Justicia les dé la espalda. Creo que es tiempo de cambiar eso y de que las mujeres sean valoradas y cuidadas”, dice la abogada.

Su impacto

La carga mental tiene principalmente un gran impacto en la salud mental de las mujeres. En su bienestar psicológico y emocional, que se ve afectado por un estrés constante y un permanente estado de alerta. Lo que aumenta la ansiedad, y en algunos casos, puede llegar a la depresión.
A la vez, influye de manera negativa en su economía, ya que reduce su capacidad laboral al momento de tener que destinar más tiempo y concentración al hogar y a los hijos. Ya sea en una situación de divorcio o de convivencia. Esto influye de manera directa en sus oportunidades de crecimiento como la posibilidad de acceder a ascensos, perfeccionarse, o acceder a determinados puestos.

Educar para transformar

Para que haya justicia real, hace falta un cambio de paradigma. Hay que reconocer que el cuidado no es solo tiempo físico, sino también carga emocional y mental. Y que ese peso no puede recaer siempre sobre una sola persona.
“Es fundamental trabajar desde la infancia en la promoción de derechos de niños y niñas desde una mirada de igualdad. Sabido es que las mujeres, junto a los niños y niñas, son las principales víctimas de violencia y maltrato. Por eso es clave educar, capacitar y prevenir con políticas públicas que promuevan el cuidado, también de quienes cuidan”, concluye la Dra. Pallares.

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