La vida humana está siendo exigida a “evolucionar” ante los vertiginosos cambios que se avecinan en la era de la inteligencia artificial. Somos seres biológicos hechos de redes neuronales y parece que nos olvidamos que no estamos hechos de cables.
Por: Emily Azar, Lic. en Psicología - Especialista en psicología contextual
Las redes sociales incorporan hoy la inteligencia artificial. La cibernética y la comunicación humana en general se encuentran en una relación intrínseca. No obstante, la IA como generativa de respuestas a demanda del usuario actualmente es cuestionada.
Si bien la inteligencia artificial intenta a veces exitosamente reemplazar al hombre en casi todas las funciones mentales, no siempre es así. El problema se erige cuando la IA es usada sin criterio o sin límite y se corre el riesgo de que el sujeto -en tanto ser pensante- al ubicarse en formato de usuario, podría correrse de sus vicisitudes en cuanto tal es un sujeto cognoscente. El caudal de información algunas veces se presenta de tal forma que, en vez de ser una herramienta para el desarrollo, termina siendo una fuente de agotamiento mental.
La IA aparenta ser omnipresente, se ofrece como completa pero no puede reemplazar la subjetividad en sí. En la época actual, la sobreestimulación y la sobrecarga de actividades ha desembocado en una forma de vivir explosiva, en el sentido de que se está en un mundo de mucho ruido, con situaciones emergentes tan repentinas y diversas que el acontecer se presenta como urgente. En ese mundo, que va más rápido que lo que el cuerpo puede, la mente busca urgentemente recompensas en placeres y encontrar soluciones rápidas, las cuales parecen ser el ofrecimiento de la IA generativa. Entonces, aparecen aplicaciones simulando, por ejemplo, la atención psicológica.
Estas “consultas” podrían ser usada como muleta ante lo inevitable que es la elaboración de aquello que al hombre le sucede y sobrepasa, o le preocupa, o lleva años sin poder elaborar. Visto así el panorama, los chatbots usados como asistentes psicológicos, prometedores de respuestas y avisadores de una “esperanza” de bajar la tensión en medio de un estado sintomatológico. Para la psicología, la palabra es la base del tratamiento. Si bien lenguaje y pensamiento van de la mano, la acción social del lenguaje se ve limitada o transformada en esta era. Hay nuevas formas de relacionarse virtualmente con los seres conocidos y no tan conocidos. En la época virtual la necesidad de relacionarse con un otro se manifiesta en las comunidades virtuales en las que se apoyan unos a otros, los juegos en línea en los que se conversa con otros, en las plataformas para relaciones sociales y búsqueda de pares, etc.
Pero al momento de hablar de los avatares individuales que demanda el diario vivir, y con eso ya es un bastante, las tecnologías de consumo anulan el tiempo de procesamiento psicológico para reconocer lo que uno puede y no puede, algo esencial en esta época actual en donde lo perfectible (algo que nunca llega a ser perfecto) es buscado con sacrificio incesante porque nunca llegará a ser perfecto (lo cual nos lleva hacia adelante en tanto nos genera deseo) y con ello aparece la angustia.
El cerebro, por naturaleza es perezoso, necesita de entrenamiento y de ayuda para poder hacer las cosas que no se quieren pero que se sabe que se debe hacer para vivir mejor y, las cosas que no gustan pero que hacen bien. La tecnología usada en reemplazo de las funciones neuronales anula y entorpece el fortalecimiento de nuestra psique ya que las respuestas generativas ofrecen tantas alternativas y especificidades que la mente se queda “quieta”, expectante, en una lectura sin interpretación.
En esta época de la novedad continua se recibe cosas que no se piden. El sistema transforma al hombre en objeto en tanto que no decide qué no atender o ni siquiera se pregunta qué quiere y desea. Estamos en un paradigma de réplicas. Se siguen modelos y preferencias por identificación con la masa, porque así se presenta, porque en el tsunami de datos tan cambiante le cuesta frenar y redefinir según el propio crecimiento o necesidad. El sujeto, en tanto ser fragmentado que nunca está completo, si logra asimilar eso y poder lidiar con esa sensación de no completo, puede dar sentido a la vida, y con ello, cada día, encuentra motivaciones y proyectos a crear. Pero a través del deseo puede terminar siendo víctima de la IA, puesto que hoy en día estaría como estándar de verdad. Muchas personas le preguntan a la IA por sí mismo (quién es…). Pareciera ser una manera de buscar ser reconocido y evaluar la identificación con ello.
Pero si ante la pregunta básica de todo ser humano (¿Quién soy?) trasladada en un prompt, cuando surge la carencia de datos, sin biografía reconocida por la gran IA, el sujeto queda invisibilizado, ni el usuario es reconocido. El adulto que sostiene y acompaña a los niños y jóvenes de hoy tiene el gran desafío de atender para sí mismo y para ellos, qué es lo artificial y qué se mantiene en la realidad. Se vuelve indispensable el apoyo emocional ante las consecuencias que la curiosidad o la inquietud podrían generar.
La necesidad de sentirse “normal” a veces termina en la búsqueda de ser reconocido e identificado por otro (artificial). El ser humano necesita volcar su capacidad de creatividad para poder adaptarse a situaciones nuevas.
Es algo que hicieron la “generación de hierro” (en lenguaje coloquial), los que hoy estarían en la tercera edad. Empero, ¿Qué pasa con la nueva (popularmente llamada) generación de cristal? Estos niños y adolescentes que viven adheridos a pantallas, a aplicaciones y, que cuando se enfrentan con la cotidianeidad se sienten agobiados, se autodefinen como procrastinadores, o débiles, o inútiles, o muy aburridos. En este momento social en que los lineamientos entre lo bueno y lo malo, lo legal y lo ilegal se encuentran borrosos, los algoritmos parecen ser validadores de “lo que es”.
Dejando así “tranquilidad momentánea” al ser “resuelto el problema”. El gran desafío parecería ser correrse del lugar de usuario y volver al propio lenguaje, a los significados individuales, a los anhelos propios, no impuestos por simuladores que se presentan amigablemente, al tener tanta información sobre el funcionamiento del cerebro y que, usando la inteligencia empática, explicar “cómo” proceder según se consulta. La punta del ovillo es reconocer que tenemos una psique que registra psicológicamente, valga la redundancia, sobre la historia propia (traumas, duelos, apegos y desapegos, fobias, etc.) que no puede ser entendida por algoritmos, pero que se debe respetar y cuidar para no caer en la sensación de ser al final de la repregunta, incomprendidos.