04 de diciembre, 2025
Pienso, luego existo

 

Desde 1958, cuando la Liga de Amas de Casa decidió poner en palabras algo que todos sabían pero nadie admitía, celebramos el Día del Ama de Casa, esa figura omnipresente en todos nuestros hogares y que es el sostén de todas las familias y generadora de rutinas, que, sin pedir recibo de sueldo ni reclamar francos compensatorios, siempre está. Un auténtico milagro de la organización humana.

Porque, seamos honestos, todos conocemos a un ama de casa. Esa persona que se despierta antes que el despertador, que prepara desayunos con una mano mientras, con la otra, busca mochilas perdidas, que hace listas mentales interminables y resuelve problemas que aún no ocurrieron. Una suerte de superheroína, pero sin capa, porque ¿quién tiene tiempo para planchar una capa?

La vida doméstica tiene sus propias leyes físicas: la ropa sucia se reproduce por mitosis, las superficies limpias atraen el polvo por deporte, y la heladera tiene la habilidad mágica de vaciarse justo cuando suena la frase “¿qué hay para comer?” Ahí es donde aparece el ama de casa, aplicando un talento culinario heredado de generaciones o improvisando con lo que haya, desde un guiso memorable hasta la más honesta de las milanesas.

Pero ojo: no hablamos solo de quien cocina o limpia. Ser ama de casa es mucho más. Es una gestión emocional permanente, un liderazgo silencioso, una logística militar, con el adicional de lidiar con pequeños (y grandes) habitantes que creen que las medias se repliegan solas y que las camas se tienden por simpatía gravitatoria.

Y en este punto aparece la injusticia más obvia: el trabajo doméstico sostiene al país, pero el país lo mira de reojo.

No es casual que se lo llame “trabajo invisible”. Invisible porque no aparece en estadísticas de empleo. Invisible porque nadie lo paga. Invisible porque, cuando se hace bien, nadie se da cuenta. Y sin embargo, si se dejara de hacer por 48 horas, probablemente se declararía estado de emergencia nacional.

El 1° de diciembre, día en que se celebra al ama de casa, y todos los días, la invitación es a mirar ese trabajo con otros ojos. Con humor, sí, porque si no se ríe, se llora; pero también con emoción. Porque detrás de cada ropa doblada, cada trámite resuelto, cada tupper milagrosamente lleno, hay amor. Un amor que se expresa en acciones cotidianas, de esas que casi nunca se agradecen en voz alta.

El ama de casa no solo limpia una mesa: construye un hogar. No solo organiza horarios: sostiene el ritmo de una familia. No solo cocina: cuida. Y aunque a veces parezca que todo recae sobre sus hombros, su tarea tiene un valor que se mide en gestos, en bienestar y en esa sensación cálida de llegar a casa y encontrar que la vida, de algún modo, está en orden.

Le debemos a todas las amas de casa, un reconocimiento sincero:
gracias por lo que hacen, por lo que sostienen, por lo que anticipan, por lo que arreglan antes de que se rompa, por lo que limpian antes de que se note, por lo que aman sin condiciones.

No son necesarios regalos, eso sí, un ayudín, para cocinar, ordenar, gestionar,  pensar y así aligerar esa carga que muchas veces se da por descontada.

Porque si el ama de casa fuera un cargo oficial, sería Ministerio, sería Secretaría de Estado, sería todo el gabinete junto. Y aun así, seguiría encontrando tiempo para preparar un budín para la merienda.

 

Compartir: