El 20 de mayo de 1616, un hecho histórico nos delata que los gobernantes muchas veces van a contramano y que el soberano es el simple ciudadano y cuando no te hacen caso, no te hacen caso.
En esa fecha, el gobernador de Buenos Aires y Paraguay, Hernando Arias de Saavedra, conocido por su apodo de Hernandarias, se levantó un buen día y, probablemente con una taza de chocolate caliente en la mano, decidió que la yerba mate no podía seguir siendo consumida.
¿La razón? No era una cuestión de salud pública ni de higiene, sino que, según él, la yerba mate era “un vicio que favorece a los enamorados”.
Ahora, se nos podría ocurrir que el buen Hernandarias, con su vasto conocimiento de las costumbres locales, ya había detectado que la yerba mate no solo hacía que las personas se sintieran más cercanas entre sí -como ocurre en un buen mate compartido-, sino que, a su juicio, facilitaba algo mucho más peligroso: el amor.
Sí, el gobernador temía que este brebaje tan popular estuviera alimentando el amorío de más de un par de enamorados. ¡Imagínense lo que sería un mate entre dos almas enamoradas! Probablemente, una conversación de lo más encantadora y, según él, totalmente inadecuada.
Lo irónico de todo esto es que Hernandarias, al intentar erradicar un “vicio” tan arraigado en la sociedad de la época, pasaba por alto que el mate ya había encontrado un lugar preeminente en el corazón de los habitantes del Río de la Plata.
La yerba mate no era solo una bebida; era casi una religión, un ritual social que unía a las personas, sin importar su estatus ni su edad.
Y, por supuesto, no hay evidencia de que algún amorío haya surgido realmente gracias a la infusión. Pero claro, ¿qué mejor manera de tentar a los gobernantes que poniendo el mate como el centro de una “nueva amenaza social”?
Lo más curioso de este bando es que Hernandarias, que debería haber tenido otras prioridades de gobierno, decidió que un "vicio” como el mate debía ser prohibido de manera oficial. Y lo hizo con tal seriedad que, según algunos informes, se enviaron multas a aquellos que osaran compartir un mate o tener este “elemento subversivo” en sus hogares.
Para ser justos, debemos admitir que no fue solo por el amor. Hernandarias también temía que los habitantes de las provincias se desviaran del buen camino al reunirse en torno a una infusión de mate, charlando y creando lazos más cercanos.
¡Que se levanten los peligrosos matices de una buena charla a sorbos! Nada que un gobernante de la época quisiera ver en su territorio. Para él, seguramente, lo ideal habría sido un pueblo más formal, con café en mano y sin demasiados flirteos sociales.
Por suerte, a pesar de los esfuerzos de Hernandarias, la yerba mate siguió reinando como la bebida nacional de gran parte de Sudamérica, demostrando que ni siquiera un bando real pudo con el poder del mate.