América Latina enfrenta una contradicción persistente: posee talento, creatividad y capacidad técnica en múltiples sectores, pero sigue atrapada en una cultura de improvisación que debilita su competitividad. Aunque la región cuenta con polos innovadores —como startups en São Paulo, laboratorios en Bogotá o ingenieros en Córdoba—, la falta de disciplina en la gestión impide que ese potencial se traduzca en resultados sostenibles.
Esta tensión se refleja en cifras concretas: Brasil, México y Argentina suman apenas el 3,7 % de los certificados ISO 9001 del mundo, mientras Europa concentra más del 40 %. El bajo nivel de certificación no se debe a falta de conocimiento, sino a una visión reactiva que trata la calidad como un recurso de emergencia, no como una estrategia preventiva.
Lejos de ser un mero eslogan, la calidad es un sistema interconectado que sostiene procesos, personas y propósito. Normas como ISO 9001 (calidad), ISO 14001 (medio ambiente), ISO 45001 (seguridad laboral) o ISO 27001 (seguridad de la información), brindan estructuras que permiten anticipar riesgos, mejorar operaciones y proteger la reputación. No obstante, muchas organizaciones en la región siguen considerando estos marcos como un trámite o una formalidad.
Los beneficios de adoptar sistemas de gestión están probados. Estudios globales muestran retornos de hasta 8 dólares por cada uno invertido.
El Banco Interamericano de Desarrollo, por su parte, señala que las empresas certificadas acceden a créditos con tasas más bajas, debido a la menor percepción de riesgo. Además, quienes implementan estas normas logran mejoras ambientales, reducciones de accidentes laborales y mayor protección frente a ciberataques.
A pesar de estas ventajas, el mayor desafío no es técnico, sino cultural. La improvisación es celebrada como ingenio, cuando en realidad refleja ausencia de sistemas. Esa lógica convierte al gerente en “apagafuegos” constante y al equipo en víctimas del caos operativo. Cada decisión tomada sin evidencia o sin trazabilidad es una apuesta que puede comprometer resultados, contratos o vidas.
Superar esta paradoja requiere entender que calidad e improvisación no son compatibles. Implementar sistemas de gestión implica adoptar herramientas de medición, trazabilidad, control de defectos y monitoreo continuo. En otras palabras, se trata de profesionalizar la gestión y abandonar la dependencia del azar.
En la actualidad, la calidad ya no se limita a productos o procesos: también abarca sostenibilidad, ética y transparencia. Herramientas como inteligencia artificial, blockchain o análisis predictivo se integran a los sistemas de gestión para ofrecer trazabilidad en tiempo real. Pero ninguna tecnología sustituye la mentalidad: sin líderes que interpreten los datos, equipos que ajusten procedimientos y culturas que prioricen la mejora continua, la calidad se convierte en una promesa vacía.
Frente a este escenario, se vuelve clave una sinergia entre gobiernos, cámaras empresariales, universidades y consultoras. Licitaciones que exijan certificaciones, programas de formación accesibles y asesoría técnica para PYMEs pueden democratizar el acceso a la calidad. Así, dejará de ser un privilegio de grandes empresas y pasará a ser una herramienta de desarrollo regional.
Ejemplos sobran. Gobiernos que integraron protocolos de calidad en trámites digitales redujeron tiempos en un 50 %. Empresas alimenticias que certificaron ISO 22000 bajaron devoluciones en un 90 %. Proyectos energéticos que implementaron ISO 50001 optimizaron su consumo y redujeron costos operativos. Estas experiencias muestran que el cambio es posible.
También están los casos que revelan el costo de la omisión: el escándalo de Volkswagen, las fallas masivas de Takata o las brechas de datos en empresas sin ISO 27001 son recordatorios de que la improvisación tiene consecuencias millonarias.
La calidad no frena la innovación, la estructura. No limita la creatividad, la canaliza. Convertirla en cultura es asumir que cada hallazgo puede encender un nuevo ciclo de mejora, que cada procedimiento es un puente hacia mejores resultados. La región no parte de cero: tiene talento, tiene casos exitosos y tiene herramientas. Lo que falta es decisión.
El verdadero reto es abandonar la costumbre de “resolver sobre la marcha” y construir organizaciones que planean, miden y mejoran de forma sistemática. En un mundo donde el margen de error es mínimo y la reputación se pone en juego en segundos, dejar de improvisar no es una opción, es una necesidad estratégica.
G-CERTI, organismo internacional de certificación presente en 54 países, acompaña a certificar y optimizar procesos bajo las normas ISO (9001, 14001, 45001, 27001, 37001). La disciplina de la calidad puede potenciar la innovación: www.gcerti.org es una de las empresas que puede lograrlo.