24 de octubre, 2025
Actualidad

En Santiago del Estero, la ecóloga Cecilia Escalada investiga cómo las comunidades campesinas sostienen el monte nativo. Su modo de vida y sus decisiones cotidianas se revelan clave para frenar la deforestación y conservar el equilibrio ambiental.

La oscuridad permanece y aunque el sol aún no ha salido, el largo día comienza. El agua de la pava burbujea indicando que ya está lista para los mates y el trino de los pájaros musicaliza la mañana. La hora de salir ha llegado, y hay que procurar evitar el momento en el que el sol arda arriba.

Hay que buscar la leña para cocinar, y de paso, supervisar el horcón de quebracho que está secándose para la nueva habitación de la casa. El camino es largo, pero cada paso vale la pena. La zona elegida para hachar se encuentra lejos, pero es necesario el recorrido, al menos hasta que los lugares más cercanos vuelvan a reverdecer.

Así, sigilosamente, con un poco de esfuerzo extra, todos en el paraje permiten que su lugar mantenga su esencia. Que el monte que los rodea, los abraza y los provee se regenere y descanse.

En una provincia que figura entre los primeros lugares del mundo con mayor deforestación a nivel mundial, la ecóloga Cecilia Escalada investiga un hecho que parece simple, pero encierra una verdad profunda: donde hay comunidades campesinas, el monte aún resiste. Su trabajo con el CONICET busca demostrar cómo la permanencia y las prácticas de estas familias son clave para la conservación ambiental en Santiago del Estero.

“Nosotros vivimos en uno de los lugares del mundo con las tasas más altas de deforestación. En los últimos diez años, Santiago del Estero siempre figura en el top 10 mundial y entre las tres provincias argentinas con mayor pérdida de bosque”, dice Cecilia Escalada.

Es ecóloga, becaria del CONICET y doctoranda en Ciencias Ambientales. Desde hace años investiga cómo las comunidades campesinas sostienen el monte santiagueño, a pesar del despojo, el calor extremo y la falta de agua.

Su tesis parte de una idea sencilla y contundente: la existencia de comunidades campesinas garantiza la permanencia del monte. Donde ellas viven, el bosque se mantiene; donde fueron desplazadas, el paisaje se volvió desierto.

La idea de conservar y preservar ha estado siempre arraigada a la idea de excluir a la gente de determinados territorios para lograrlo.  Pero su investigación demuestra que son las comunidades locales quienes mejore entienden como cuidarlos. Su modo de habitar, sus prácticas y decisiones cotidianas sostienen un equilibrio que la ciencia todavía no tiene la manera de explicar y mucho menos comprender.

 

EL MONTE Y LA VIDA EN COMUNIDAD

Cecilia estudió la licenciatura en Ecología Y Conservación Del Ambiente en la Universidad Nacional de Santiago del Estero. Su vínculo con la investigación comenzó como voluntaria en proyectos universitarios en el 2013, cuando la parte institucional de MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero). pedían a la universidad herramientas para hacer visible su existencia. Querían que el Estado supiera que estaban ahí, que esos territorios tenían historia y vida.

En su trayectoria académica, participaba en la cátedra de Ordenamiento Territorial.

Ha tenido la oportunidad de trabajar con docentes e investigadores que le permitieron reflexionar sobre la importancia de lo político al momento de investigar.

Siempre hay un posicionamiento. Uno entiende que se necesita el desarrollo. Pero ¿el desarrollo para quién es?, ¿cuándo le llega a la gente?, ¿por qué siempre viven en las mismas condiciones?” expresa Cecilia Escalada.

En su trabajo de campo, Escalada recorre comunidades campesinas del interior. Observa cómo se organizan, cómo deciden qué árboles cortar o dejar, cómo acuerdan el uso del territorio. “Muchos ya no hacen carbón porque no les queda monte, o porque saben que si cortan más árboles se quedan sin forraje para los animales. Entonces eligen migrar temporalmente para trabajar o buscar otros ingresos para dejar descansar el monte.”

Entre esas prácticas de cuidado aparecen decisiones simples pero profundas: no cortar árboles frutales, respetar los límites comunes, compartir el uso del suelo. “En muchos casos, las familias acuerdan no tocar los algarrobos o los mistoles, porque dan sombra y alimento. Son decisiones colectivas, sostenidas en la idea de permanencia: pensar el monte para los hijos.”

Para Cecilia, esas formas de organización comunitaria son también formas de conservación. Estas decisiones son acordadas y respetadas colectivamente, siempre pensando en el bienestar de las familias y procurando minimiza el impacto del trabajo en los territorios donde residen. Donde hay vida en comunidad, hay monte. Donde entra el individualismo, el monte desaparece.

CIENCIA, TERRITORIO Y CRISIS AMBIENTAL

Desde su perspectiva, las comunidades campesinas coproducen los servicios ecosistémicos: el monte no regula el clima por sí solo, sino junto a las personas que lo habitan.

El avance de la frontera agrícola y el cambio climático agravan el escenario. Santiago del Estero, dice Escalada, está entre los lugares más calurosos del planeta. “Cada metro de soja sembrado es metro menos de monte. Y eso significa más viento, más calor y menos agua. Es un círculo que se retroalimenta.”

Si desaparecen esas comunidades, desaparece también el monte y su equilibrio. Esto es debido a que las comunidades son parte activa de este equilibrio ecológico. Estas coproducen los servicios ecosistémicos.

Ya que los arboles reducen la velocidad del viento, protegen los suelos de la erosión y moderan la temperatura. Las raíces de las pantas nativas permiten que el agua de lluvia penetre en el suelo y recargue las napas subterráneas. A su vez, el monte regula el microclima. Donde hay vegetación, el calo se disipa, el suelo retiene humedad y las temperaturas extremas disminuyen.

Esto es fundamental, más ahora donde ya hay pistas de desbalance del ecosistema. Esto se lo ha podido observar en la fruta de la tuna. Ha pasado en unos años de mucho calor que la tuna en fruto que debía seguir creciendo caía. Si una panta nativa no cumple su ciclo fenológico completo demuestra que las condiciones ambientales han cambiado.

En su tono hay preocupación, pero también convicción. “Yo elijo no romantizar la vida campesina. Es dura, con carencias y con poca presencia del Estado. Pero también hay que reconocer el rol que cumplen: son guardianes del monte, y lo hacen sin que nadie se los reconozca.”

Para Cecilia Escalada, el desafío de la preservación es cultural: volver a mirar el territorio, entender la trama que nos sostiene y reconocer a quienes la mantienen viva. “No podemos seguir pensando que la naturaleza está por un lado y la sociedad por otro. Ese es el triunfo del capitalismo: separarnos del ambiente para poder explotarlo. Pero si degradamos el monte, también nos degradamos nosotros.”

Desde su investigación, Escalada propone dejar de hablar solo de conservación o de restauración, y empezar a pensar en convivencia. “La restauración si es posible, pero hay cosas que no se pueden restaurar, nada vuelve a ser igual a lo que fue. Un árbol de quebracho tarda siglos en crecer. Pero sí podemos cuidar lo que queda, aprender de quienes lo hacen y repensar cómo queremos habitar este territorio.”

En tiempos en que el monte santiagueño se achica y el calor aprieta, su voz resuena como advertencia y esperanza. “Hoy alguien está cuidando el monte —dice—. Si vos no lo plantas un árbol, alguien está defendiendo a uno para que siga en pie. Y ese alguien, casi siempre, es una comunidad campesina.”

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