21 de noviembre, 2024
Colaboración

Desde la chimenea de la Casa Rosada salió un humo blanco, indicativo que ya tenemos Ley Bases y, por lo que sabemos, Javo festeja.

 

Lo que deberíamos saber es si realmente el festejo tiene cierta entidad y, en todo caso, si hay o no algo para festejar.

 

Desde ya tenemos diferentes miradas, por lo menos encontramos tres que podemos conjeturar y precisar al respecto.

 

Están quienes consideran que La Libertad Avanza ganó y logró imponer su deseo ferviente de contar con una herramienta para llevar a cabo su programa de gobierno y, entonces, la Ley Bases es una victoria importante y toma mayor relevancia cuando uno piensa que todo esto pudo ser logrado con un congreso donde los libertarios son franca minoría.

 

Otros dirán que fue una derrota del gobierno porque la inicial previsión y objetivo del mismo era imponer unas 600 propuestas de los más variados colores y fines y que solo pudieron llegar a aprobar un tercio de las mismas.

 

Por lo pronto, algunos pensamos que fue un término medio, ni fue una victoria aplastante ni fue una derrotada abultada. El gobierno logró sacar la ley que tanto buscaba y la oposición, blanda y negociadora, pudo colar algunas propuestas y eliminar otras tantas, mientras aquellos que no querían que esto saliera pudieron voltear algunas medidas de las más problemáticas. En suma, todos han logrado algo y entonces debemos entender que ese es el logro de una democracia.

 

Al fin de cuentas, en la política como la vida no todo es blanco y negro, sino que hay grises y matices.

 

Lo interesante es ver cómo todo se fue dando, desde esa posición intransigente y revolucionaria planteada por el presidente, donde no había posibilidad de negociación alguna, a esta realidad incontrastable donde hubo mucha revulsión en el camino y podemos advertir muy buen aprendizaje.

 

Enseña Robert Louis Stevenson que “la política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación”, vemos cómo cualquiera puede hacer política y auto designarse político, pero no todos demuestran mucha perspicacia y talento para ello.

 

Sinceramente, la mayoría son simples actores de segunda, sin mucha pretensión de figurar, porque sencillamente no tienen cartel ni versatilidad para lograr nada en la gran escena.

 

Algunos explotan ciertas bondades escénicas y logran cautivar al auditorio, unos más que otros.

 

Y en estos momentos podemos decir que Milei, que no venía de la política y, por tanto, no tenía preparación alguna, pero quien supo rescatar una imagen y una verba incendiaria, que generó expectativas y que aglutinó tras de sí un sinnúmero de simpatizantes, va aprendiendo.

 

Ya no es ese singular personaje que acapara la atención con sus desplantes y sus morisquetas, algunas rayanas en la ridiculez y otras en la chabacanería y el mal gusto, ahora se va puliendo y adquiere cierto sesgo de previsibilidad política, aquello de lo que antes despotricaba y aborrecía.

 

En este primer segmento de su primer año puede el presidente afirmar que va mejorando su perfil como administrador de la cosa pública, pero mucho más como político, mal que le pese se está convirtiendo en aquello que él deploraba.

 

Pero no hay otra manera de ser presidente sin ser político previamente y, a fuerza de golpes, sinsabores y mucha desazón en los primeros meses, hoy puede ver los frutos de un cambio que, por no ser tan aparente, sí fue rotundo.

 

Milei aprendió que no podía mantenerse como un fanático dogmático, sino que debía rotar a un negociador inteligente.

 

Así que, como primera medida, tomó una sabia decisión y, si era necesario, entregar un amigo, así debía hacerse.

 

Los primeros fracasos alguien debía cargárselos encima, hubo fallos groseros y equívocas negociaciones y en el medio se encontraba un personaje que casi nadie le conoció su rostro y mucho menos su voz, el ex Jefe de Gabinete Nicolás Posse, y acá vino la primera medida sabia del presidente.

 

Abruptamente, Milei pegó el volantazo y le pidió la renuncia a su amigo de tantos años, reconociendo que no había sido productiva su gestión, que no había logrado cumplir sus objetivos y alcanzar la formalidad de sacar la Ley Bases. No había dudas, era necesario cambiar para no ir desperfilándose lentamente.

 

Y el cambio, no solo conveniente sino oxigenador, estaba al alcance de la mano, Francos por Posse, un acierto decisorio del presidente, podríamos decir el primer gran acierto del presidente.

 

Es que Guillermo Francos logró en pocos días lo que no pudo Posse en varios meses, así que mediante negociaciones varias se alcanzó una ley deseada y prometida. Así, logró que la pomposa Ley Bases fuese aprobada.

 

Pero no podemos dejar de observar un pequeño detalle, pues para conseguir su primer gran objetivo, Milei no solo tuvo que sacrificar a un amigo sino que debió posicionar como gran negociador a un fiel exponente de “la casta”. A decir verdad, Guillermo Francos, no es un outsider de la política, es un viejo lobo de mar que supo navegar en diferentes mares y con diversas banderías políticas. Fue funcionario de Alfonsín, Menem, Scioli y Alberto Fernández, y presidente del partido Federal y hombre de Domingo Cavallo.

 

Es decir, el nuevo jefe de Gabinete, Guillermo Francos, es casta pura, la misma que desdeñaba el presidente.

 

Previamente, el mandatario ya había dado muestras de cierta permeabilidad cuando le había enviado una nota a Xi Jinping, el presidente chino, para que evalúe la renegociación del swap por los yuanes que tiene el Banco Central, y con la previsión de un próximo viaje a China, los mismos “chinos comunistas” a los que fustigaba de forma furibunda el otrora candidato.

 

Recientemente tuvo otro giro intempestivo en su agenda diplomática, de su reticencia a viajar al encuentro del G-7, donde inicialmente había sido invitado por la primer ministra italiana Georgia Meloni pero que Milei había anunciado que no iría a desandar sus pasos y rápidamente confirmar su viaje. Las malas lenguas dicen que este cambio repentino surgió por sugerencia del ex presidente Mauricio Macri.

 

Probablemente en algún momento de este año, de improviso, nos topemos con la noticia que Milei se “amiga” con Lula, es que las necesidades tienen sus costados heréticos y si hay que amigarse para lograr objetivos, se hace sin chistar.

 

Es que no hay otro camino. Si se quieren lograr los objetivos tan preciados que se ha fijado Milei, o cambia o pierde; o se transforma o debe reconocer sus defecciones. No hay otra manera, el cambio es necesario.

 

George Clemenceau decía que “el hombre absurdo es el que no cambia nunca” y ese papel no puede cumplir el presidente. No puede seguir de manera tozuda en su porfiada realidad, hacerlo sería absurdo y cambiar no es la muerte de nadie.

Por ahora, pareciera que Milei aprendió la lección y no parece ser el hombre absurdo que nos pareció en un primer momento, convencido que está iluminado sabe que la transformación es también elevación.

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