Durante la Navidad de 1959 se produjo el copamiento armado a una comisaría en la ciudad de Frías, convirtiéndose en la primera experiencia guerrillera en el país y dando surgimiento a los Uturuncos. Una historia olvidada que hoy cumple 65 años.
Durante la madrugada del 24 de diciembre de 1959, un grupo de soldados entró en la Jefatura de Policía de la ciudad de Frías. El militar que lo comandaba se presentó a viva voz: “¡Soy el teniente coronel Puma! ¡Se ha declarado el Estado de Emergencia en todo el país! ¡Esta comisaría queda bajo custodia militar!”.
Lo acompañaban otro oficial, un suboficial y varios soldados. Los policías se entregaron sin ofrecer resistencia. Fueron despojados de sus uniformes, de sus armas y encerrados en los calabozos. Luego los integrantes del comando se dedicaron a cargar todas las armas y municiones que encontraron en el Jeep donde habían venido y una camioneta de la policía. En menos de quince minutos, habían abandonado el lugar.
Así se efectuó la primera acción guerrillera en la Argentina. Sus protagonistas se bautizaron a sí mismos “Los Uturuncos”. Eran santiagueños, peronistas y creían que con su acción iniciaban un levantamiento general.
De esta manera, el escritor santiagueño Julio Carreras, en su libro “Uturuncos, la primera guerrilla del Siglo XX en la Argentina”, describe la toma del centro policial de Frías, considerada “la primera acción guerrillera del siglo XX en la Argentina”.
“Los Uturuncos quedaron en el imaginario colectivo como un símbolo de la Resistencia Peronista, por entonces en sus primeros garabatos. Aún no se habían efectuado atentados de envergadura, aún no habían surgido los combativos grupos juveniles que comenzarían su actividad armada en Buenos Aires”, afirma Carreras.
En la mitología del norte argentino, un Uturunco es un hombre que se convierte en tigre en las noches gracias a un pacto con el diablo. Es la palabra quichua para designar al tigre americano, más conocido como puma.
Durante el período de colonialismo hispano se conocía una leyenda, que contaba de un hombre, gallardo aborigen, que por las noches se transformaba en Puma. Lo hacía para combatir a los despiadados españoles, que sumían en la explotación y humillaciones sin límite al pueblo del puma. Esa leyenda, narrada en quichua, se llamaba Runa-Uturunco: "HombrePuma". Uturunco, pues, significa "puma", según lo explica Carreras.
Sin dudas, el copamiento de Frías fue un hecho que marcó el inicio de una guerrilla peronista, para el que se eligió una ciudad del sudoeste de la provincia. Pero, para entender qué sucedió y cómo se produjeron los hechos, resulta necesario volver la vista atrás.
LA HISTORIA
Un mes antes de aquella Navidad de 1959, en la finca ladrillera de Manuel Paz, en Chumillo, comenzó el entrenamiento del grupo que estaba comandado por Genaro Carabajal (comandante Alhaja o Pila), apoyado por Juan Carlos Díaz (comandante Uturunco), y Félix Francisco Serravalle (comandante Puma).
Fue Serravalle (34), un hombre audaz y decidido, además de ser un excelente tirador, subteniente de reserva y participante de varios operativos anteriores quien consiguió juntar un grupo de 22 hombres, cuyas edades oscilaban entre los 15 y los 25 años.
Previamente, algunos habían recibido alojamiento en la casa de José Benito Argibay, ex intendente peronista de la ciudad de La Banda.
El 23 de diciembre, el grupo -simulando ser acampantes- fue trasladado en un colectivo, prestado por gitanos amigos de Serravalle, hasta Puesto del Cielo, a 35 kilómetros de Santiago del Estero. Allí esperaron hasta el día siguiente, cuando fueron recogidos por el camión que los conduciría a Frías.
La noche del 24, Serravalle, Carlos Alberto Geréz y Pedro Adolfo Velárdez, tomaron el auto de alquiler de Timoteo Rojo y se trasladaron hasta los talleres de Obras Sanitarias, en La Banda. Un camión Ford los estaba esperando con el tanque lleno. Con un ardid engañaron al sereno, robaron el vehículo y se dirigieron a buscar al resto del grupo guerrillero.
A las 4 llegaron a Frías y con decisión encararon a la guardia de la comisaría: “Ha triunfado una revolución, venimos a hacernos cargo”, dijo Genaro Carabajal con tono marcial y vestido de Teniente Coronel.
En pocos minutos y sin disparar un tiro, los Uturuncos tomaron la comisaría.
Un agente aseguró después a la prensa que quién los dirigía se hacía llamar comandante Uturunco y el nombre llegó a los diarios. En la huída dejaron el camión abandonado en un lugar llamado El Potrerillo y se internaron en el monte.
LA CAÍDA
Al día siguiente, la noticia conmovió al país y fue tapa de todos los diarios de la Capital: “Un grupo guerrillero peronista al mando del capitán Uturungo operaba en la provincia de Tucumán”.
El remisero Timoteo Rojo los había denunciado. Por su testimonio, las autoridades conocieron la identidad de Serravalle y la de su compadre Carlos Gerez. La policía comenzó entonces una serie de allanamientos. El gobierno comprobó lo que sospechaba: los integrantes de la guerrilla y sus apoyos eran viejos conocidos peronistas de la zona.
Mediante un comunicado oficial, los diarios informaron que se libraban graves combates con la policía en las inmediaciones de la ciudad de Concepción de Tucumán. En el comunicado se afirmaba que las acciones eran encarnizadas y había muchas bajas. Los padres de los menores, preocupados por su suerte y temerosos de que les hubiera sucedido lo peor, se presentaron para recibir información. Así, el gobierno conoció las identidades de seis de ellos. Entretanto, la policía provincial comenzó a tender el cerco a partir del lugar donde fue encontrado el camión.
RODEADOS
En el monte, los guerrilleros caminaban y esperaban. El 28 de diciembre atacaron a tiros un jeep de la policía en el kilómetro 39 de la ruta 65, el que huyó sin intentar respuesta.
Mientras tanto, en el campamento guerrillero cundía el desaliento al verse rodeados por la policía. En los días posteriores al asalto y hasta fin de año pasaron por las localidades de Arcadia, Alpachiri, Alto Verde y se dedicaron a explicar las causas del levantamiento, su lucha por el retorno de Perón.
El 31 de diciembre, las madres de los muchachos más jóvenes radiaron por la emisora LV12 un mensaje para sus hijos, en el que les rogaban que bajaran del monte. La escasez de alimentos, el cerco policial y las súplicas maternas minaron la moral de los más débiles.
Además, muchos creían que eran sólo una parte de un operativo más vasto en el que se levantarían varios frentes adicionales, pero al retrasarse estos acontecimientos, la moral decayó.
Finalmente, el 1º de enero, los policías vieron descender desde lo alto de la montaña a cuatro jóvenes que iban en busca de víveres y agua. Sin oponer resistencia, fueron detenidos. Luego se entregaron otros cinco, quienes habían obtenido el permiso de sus jefes de bajar, respondiendo al llamado de sus padres.
MÁS DETENCIONES
El mismo día, a pocos kilómetros de Concepción, fue detenido Juan Carlos Díaz, el comandante Uturunco. Según su relato, había bajado unos días antes con el comandante Alhaja para contactar a un nuevo grupo de combatientes, pero cuando estaban cruzando un río fue arrastrado por la corriente aguas abajo, perdiendo el contacto con su compañero. Medio atontado, con su ropa en jirones y las botas destrozadas, fue guiado por gente de la zona, pero fue delatado y capturado.
Dos días después, una patrulla policial encontró dormidos a dos jóvenes más en el límite con Catamarca: los tucumanos Roberto Anaya (18) y René Fernández. Al ser descubiertos, Anaya se entregó, pero Fernández logró huir hasta Concepción y tomó un micro hasta la ciudad de Tucumán, pero al descender, se le disparó un tiro de su propia arma. Fue detenido en el hospital Padilla.
Otros dos jóvenes, Américo Moya y Tomas David Soraide, fueron encontrados por sus padres en la selva del Aconquija.
En las ciudades, muchos miembros de la red fueron detenidos y sus domicilios allanados. Todo esto debilitó aún más la situación de los que aún quedaban arriba.
PROTEGIDOS POR OBREROS
El Puma Serravalle, decidido a no entregarse, intentó romper el cerco con los siete hombres que aún le quedaban. La policía creía que el grupo se dirigía a Catamarca y extremó el patrullaje en esa zona. Pero Serravalle forzó la marcha y, en un día, caminando a paso forzado cincuenta kilómetros, bajaron en Tucumán, en la zona del ingenio Providencia, donde fueron protegidos en casas de obreros que aún permanecían seguras. Tenían los pies destrozados y eran fácilmente reconocibles. Sin embargo, lograron romper el cerco y llegar hasta el barrio 24 de noviembre. Se refiguraron en el prostíbulo de la “Turca” Fernández y en una iglesia.
Finalmente, el 10 y 11 de marzo la policía dio con el prostíbulo, deteniendo a varias personas que se encontraban reunidas, entre ellos a José Luis “Zupay” Rojas, quien había participado de la toma de la comisaría.
En el procedimiento se secuestraron armas, municiones, granadas, mantas, botas y camisas con las siglas ELN (Ejército de Liberación Nacional).
EL FINAL
El comandante Puma comenzó entonces a planificar la forma de liberar a sus compañeros presos en la cárcel de Concepción. Sin embargo, el 1º de abril, mientras viajaba por Tucumán con documento falso, fue detenido y juzgado por los tribunales militares.
Por su parte, Juan Carlos Díaz, el uturunco, fue condenado a 7 años de prisión. En 1963 fue amnistiado por el gobierno de Arturo Illia; en 1970, participó con el ERP en el asalto al Banco Comercial del Norte y un día después fue detenido. En 1973 fue nuevamente amnistiado y recibió un subsidio del gobierno peronista de Tucumán.
Los menores de edad fueron derivados a los Tribunales de Menores, a excepción de Luis Uriondo, quien fue devuelto a su familia.
Mientras que “Zupay” Rojas participó en la experiencia guerrillera de las Fuerzas Armadas Peronistas y fue nuevamente detenido en Taco Ralo, Tucumán, en 1968. Una enfermedad lo dejó postrado y falleció en la pobreza.
Félix Serravalle cumplió la condena que le aplicaron los tribunales: tres años y siete meses en varias prisiones. Le rompieron los ligamentos del brazo en la tortura. Finalmente, fue liberado por la amnistía dictada por el gobierno de Illia y se retiró a su vida familiar. Al salir prometió a su familia, a la que casi no había visto en años, que se iba a ocupar de ellos. Vivió en la ciudad de La Banda hasta su muerte (diciembre de 2003), orgulloso de su pasado y rodeado de sus recuerdos.