08 de octubre, 2024
Colaboración

En la vida, tanto en las esferas pública como en la privada, nos encontramos con personas cuyo comportamiento resulta ser ególatra y narcisista, marcando la dinámica de sus interacciones y decisiones.

Estos individuos consideran que el mundo gira en torno a sus deseos y opiniones, a menudo deslegitiman a quienes piensan diferente y desdeñan las perspectivas ajenas.

Sabemos que el narcisismo y el egocentrismo son rasgos característicos de personalidades que sobredimensionan sus vidas y que buscan de modo enfermizo ser admirados en demasía y a quienes les falta una fuerte empatía hacia los demás.

Son individuos en permanente búsqueda de admiración, requieren ser el objeto y centro de toda atención, podríamos aseverar como Aristóteles que “el egoísmo no es el amor propio, sino una pasión desordenada por uno mismo”.

A la par de esta sobreestimación de sus condiciones y dotes, invalidan las opiniones contrarias a sus pensamientos e ideas.

Es por ello que estas personas consideran a cualquier discrepancia como una amenaza personal, dado que las opiniones diferentes son vistas como una afrenta a su superioridad, lo que lleva a menospreciar a quienes disienten.

En ese camino de ningunear a los demás, demuestran la falta de empatía y, por tanto, se comportan ignorando y despreciando los sentimientos y aquellas perspectivas diferentes a las suyas, a las que consideran inferiores y por supuesto, irrelevantes.

Obviamente que cuando estas personas cruzan el ámbito político, terminan -por sus dotes de hipnotizadores- dominando el debate público, no porque ellos tengan la mejor visión y puedan desacreditar a sus ocasionales oponentes, sino por el solo hecho que su personalidad avasallante no da tregua e impide el crecimiento del otro.

Amén de ello se posicionan también en un modo de rechazo, oponiéndose a todo diálogo constructivo y construyendo murallas de contención y una catarata de oratoria confrontativa los envuelve.

Desde ya que, en todo momento, este narcisismo y egocentrismo nos encamina a los continuos conflictos que deparan su personalidad.

En este contexto, Cristina Fernández de Kirchner fue y todavía sigue siendo una figura central en la política nacional, generando continuos debates y controversias, vía redes sociales o puestas escénicas, como las últimas que protagonizo en su declaración testimonial ante el tribunal que juzga el hecho de haber sido víctima de un intento de homicidio.

Ya sabemos que Cristina cada vez que tuvo que estar en un banquillo de tribunales como acusada o testigo, utilizó esa circunstancial ventana como una usina para propalar su pensamiento.

Sus declaraciones siempre adolecieron del costado técnico jurídico, no cumplieron con el objetivo buscado, escuchar una defensa ante una acusación o el relato de la víctima como en el caso de este último juicio oral.

Y siempre sin excepción su presencia en tribunales y en cada declaración se constituyó en un marco autoreferencial.

Y debemos recordar que ella, según su propia definición, había sido “una abogada exitosa”.

Recientemente, en dicha causa que se le sigue a los “Copitos”, esos individuos propios del mundo de la marginalidad que, en su desvarío mental, quisieron asesinarla, apareció en su rol de víctima para prestar su declaración y otra vez nos ofreció un discurso más político que judicial.

En dicha declaración acentuó sus críticas al poder judicial, a la oposición y alardeando que ella habría sido objeto de “violencia de género” por el periodismo que la importunaba con sus habituales críticas a su gestión y a sus reiteradas manifestaciones donde ocultaba su mal gobierno y lo exaltaban con términos grandilocuentes. 

Pero no podemos sorprendernos, porque Cristina Kirchner ha demostrado a lo largo de su carrera política una inclinación por presentar los acontecimientos desde una perspectiva profundamente personal.

Justo en estos momentos cuando trasciende el caso de la violencia de género que habría cometido el ex presidente Alberto Fernández en perjuicio de su ex pareja Fabiola Yáñez y con la mediatización de fotos que darían cuenta de esa situación, entre ellas una en donde se observa la cara de la periodista y actriz con un ojo en compota, Cristina no puede quedarse atrás. Si bien no mostró una foto con un ojo negro, sí lo hizo con una caricatura que un diario le realizó en su oportunidad de la mano del genial Sabat. Ella, siempre ella, los demás siempre en un segundo plano.

Cuando uno la escucha sabemos que todo gira en torno a su propia experiencia, sus supuestos logros y sus pretensos desafíos, creando una narrativa donde su figura se convierte en el eje de la realidad política y social argentina, sin posibilidad de la coexistencia con otro alter ego.

Esta autoreferencia puede ser interpretada como una estrategia para consolidar su imagen y conectar con sus seguidores, pero también como una manera indirecta de maquillar su incapacidad para abordar su gestión gubernativa y sus yerros en orden político. A quienes eligió como candidatos a la vicepresidencia, la presidencia o la gobernación de Buenos Aires, por citar algunos ejemplos, fueron completos fracasos y decepciones, léase Aníbal Fernández, Amado Boudou o Alberto Fernández.

Además, es notable cómo, cada vez que interviene públicamente, Cristina se sitúa en un contexto de victimización y resistencia frente a adversidades que, según ella, son parte de una supuesta persecución política.

En el caso de su intento de homicidio no puede digerir todavía que un grupo de lumpenes fueran sus pretensos victimarios. Por eso, ella denodadamente quiere subir al escenario a contricantes que, por lo menos, le otorguen estatura épica a su fallido “magnicidio”. Caer en manos de unos vendedores de copos no es algo propio de su perfil omnímodo.

La tendencia de Cristina Kirchner a hacer manifestaciones autorreferenciales y a utilizar escenarios judiciales para propósitos políticos ya genera cansancio en la población, salvo para ese pequeño sector cerrado, fanatizado y obsecuente que la sigue de manera ciega.

No hay dudas que esa habilidad innata desde su oratoria, sus mohines y su forzado histrionismo escénico logra conectar con sus seguidores y mantener una narrativa que resuene con sus experiencias y creencias y puede consolidar su base de apoyo.

Pero la población en general se cansó de ella y de sus políticas y eso se observa en la decisión drástica que realizó el electorado al momento de votar por un disruptivo y outsider de la política como lo era Javier Milei.

Así Cristina Fernández de Kirchner, con su enfoque autorreferencial y su uso de plataformas judiciales para discursos políticos, sigue siendo una figura polarizadora en la política argentina pero que a la luz de los últimos resultados electorales ya no le sirve para mantener su esquema de poder y, a su vez, le permite al actual presidente seguir fortaleciendo su posición e incluso ocultar ciertos parates en la acción de gobierno.

Es que a la expresidente le sucedió lo que profetizaba Marina Abramovic cuando señalaba que “tu ego se puede convertir en un obstáculo para tu trabajo. Si comienzas creyendo en tu grandeza, es la muerte de tu creatividad”. No supo ella reconocer sus errores, no supo dar vuelta la página y reconvertirse, no supo abrirse a la negociación y al diálogo y en ese no saber que le fomento su propio egoísmo perdió, no solo elecciones y poder, sino también respeto y confianza.

Julio César Coronel

 

Compartir: